miércoles, 23 de enero de 2019

Tratados morales Lucio Anneo Séneca

Libro primero
A Lucilo
De la Divina Providencia
Capítulo I
Cómo habiendo esta Providencia, suceden males a los hombres buenos
Pregúntasme, Lucilo, cómo se compadece que gobernándose el mundo con divina
Providencia, sucedan muchos males a los hombres buenos. Daréte razón de esto con más
comodidad en el contexto del libro, cuando probare que a todas las cosas preside la
Providencia divina, y que nos asiste Dios. Pero porque has mostrado gusto de que se
separe del todo esta parte, y que quedando entero el negocio se decida este artículo, lo
haré, por no ser cosa difícil al que hace la causa de los dioses. Será cosa superflua querer
hacer ahora demostración de que esta grande obra del mundo no puede estar sin alguna
guarda, y que el curso y discurso cierto de las estrellas no es de movimiento casual; por
lo que mueve el caso a cada paso se turba, y con facilidad choca; y al contrario, esta
nunca ofendida velocidad camina obligada por imperio de eterna ley, y la que trae tanta
variedad de cosas en la mar y en la tierra, y tantas clarísimas lumbreras, que con
determinada disposición alumbran, no pueden moverse por orden de materia errante,
porque las cosas que casualmente se unen no están dispuestas con tan grande arte como
lo está el gravísimo peso de la Tierra, que siendo inmóvil mira la fuga del cielo, que en su
redondez se apresura, y los mares, que metidos en hondos valles ablandan las tierras, sin
que la entrada de los ríos les cause aumento; y ve que de pequeñas semillas nacen
grandes plantas, y que ni aun aquellas cosas que parecen confusas e inciertas, como son
las lluvias, las nubes, los golpes de encontrados rayos, y los incendios de las rompidas
cumbres de los montes, los temblores de la movida tierra con los demás que la
tumultuosa parte de las cosas gira en contorno de ella, aunque son repentinas, no se
mueven sin razón, pues aun aquéllas tienen sus causas no menos que en las que remotas
tierras miramos como milagros; cuales son las aguas calientes en medio de los ríos, los
nuevos espacios de islas que en alto mar se descubren; y que el que hiciere observación,
retirándose en él las aguas, dejan desnudas las riberas, y que dentro de poco tiempo
vuelven a estar cubiertas, conocerá que con una cierta volubilidad se retiran y encogen
dentro de sí, y que las olas vuelven otra vez a salir, buscando con veloz curso su asiento,
creciendo a veces con las porciones, y bajando y subiendo en un mismo día y en una
misma hora, mostrándose ya mayores y ya menores conforme las atrae la Luna, a cuyo
albedrío crece el Océano. Todo esto se reserva para su tiempo; porque aunque tú te
quejas de la divina Providencia, no dudas de ella: yo quiero ponerte en amistad con los
dioses, que son buenos con los buenos; porque la naturaleza no consiente que los bienes
dañen a los buenos. Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad unida,
mediante la virtud: y cuando dice amistad, debiera decir una estrecha familiaridad, y aun
una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en el tiempo, siendo
discípulo e imitador suyo; porque aquel magnífico padre, que no es blando exactor de
virtudes, cría con más aspereza a los buenos, como lo hacen los severos padres. Por lo
cual cuando vieres que los varones justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y
que caminan cuesta arriba y que al contrario los malos están lozanos y abundantes de
deleite, persuádete a que al modo que nos agrada la modestia de los hijos, y nos deleita la
licencia de los esclavos nacidos en casa, y a los primeros enfrenamos con melancólico
recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura; así hace lo mismo Dios, no
teniendo en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro,
porque le prepara para sí.
Capítulo II
¿Por qué sucediendo muchas cosas adversas a los varones buenos, decimos que al que
lo es no le puede suceder cosa mala? Las cosas contrarias no se mezclan; al modo que
tantos ríos y tantas lluvias, y la fuerza de tantas saludables fuentes no mudan ni aun
templan el desabrimiento del mar, así tampoco trastorna el ánimo del varón fuerte la
avenida de las adversidades, siempre se queda en su ser; y todo lo que le sucede, lo
convierte en su mismo color, porque es más poderoso que todas las cosas externas. Yo no
digo que no las siente; pero digo que las vence, y que estando plácido y quieto se levanta
contra las cosas que le acometen, juzgando que todas las adversas son examen y
experiencias de su valor. ¿Pues qué varón levantado a las cosas honestas no apetece el
justo trabajo, estando pronto a los oficios, aun con riesgo de peligros? ¿Y a qué persona
cuidadosa no es penoso el ocio? Vemos que los luchadores, deseosos de aumentar sus
fuerzas, se ponen a ellas con los más fuertes, pidiendo a los con quien se prueban para la
verdadera pelea que usen contra ellos de todo su esfuerzo: consienten ser heridos y
vejados; y cuando no hallan otros que solos se les puedan oponer, ellos se oponen a
muchos. Marchítase la virtud si no tiene adversario, y conócese cuán grande es y las
fuerzas que tiene cuando el sufrimiento muestra su valor. Sábete, pues, que los varones
buenos han de hacer lo mismo, sin temer lo áspero y difícil y sin dar quejas de la fortuna.
Atribuyan a bien todo lo que les sucediere, conviértanlo en bien, pues no está la monta en
lo que se sufre, sino en el denuedo con que se sufre. ¿No consideras cuán diferentemente
perdonan los padres que las madres? Ellos quieren que sus hijos se ejerciten en los
estudios sin consentirles ociosidad, ni aun en los días feriados, sacándoles tal vez el sudor
y tal vez las lágrimas; pero las madres procuran meterlos en su seno y detenerlos a la
sombra, sin que jamás lloren, sin que se entristezcan y sin que trabajen. Dios tiene para
con los buenos ánimo paternal, y cuando más apretadamente los ama, los fatiga, ya con
obras, ya con dolores y ya con pérdidas, para que con esto cobren verdadero esfuerzo.
Los que están cebados en la pereza desmayan, no sólo con el trabajo, sino también con el
peso, desfalleciendo con su misma carga. La felicidad que nunca fue ofendida no sabe
sufrir golpes algunos; pero donde se ha tenido continua pelea con las descomodidades,
críanse callos con las injurias sin rendirse a los infortunios; pues aunque el fuerte caiga,
pelea de rodillas. ¿Admiraste por ventura si aquel Dios, grande amador de los buenos,
queriéndolos excelentísimos y escogidos, les asigna la fortuna para que se ejerciten con
ella? Yo no me admiro cuando los veo tomar vigor, porque los dioses tienen por deleitoso
espectáculo el ver los grandes varones luchando con las calamidades. Nosotros solemos
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tener por entretenimiento el ver algún mancebo de ánimo constante, que espera con el
venablo a la fiera que le embiste, y sin temor aguarda al león que le acomete; y tanto es
más gustoso este espectáculo, cuanto es más noble el que le hace. Estas fiestas no son de
las que atraen los ojos de los dioses, por ser cosas pueriles y entretenimientos de la
humana liviandad. Mira otro espectáculo digno de que Dios ponga con atención en él los
ojos: mira una cosa digna de que Dios la vea: esto es el varón fuerte que está asido a
brazos con la mala fortuna, y más cuando él mismo la desafió. Dígote de verdad que yo
no veo cosa que Júpiter tenga más hermosa en la Tierra para divertir el ánimo, como
mirar a Catón, que después de rompidos diversas veces los de su parcialidad, está firme,
y que levantado entre las públicas ruinas decía: «Aunque todo el Imperio haya venido a
las manos de uno, y aunque las ciudades se guarden con ejércitos y los mares con flotas,
y aunque los soldados necesarios tengan cerradas las puertas, tiene Catón por donde salir:
una mano hará ancho camino a nuestra libertad. Este puñal, que en las guerras civiles se
ha conservado puro y sin hacer ofensa, sacará al fin a luz buenas y nobles obras, dando a
Catón la libertad que él no pudo dar a su patria. Emprende, oh ánimo, la obra mucho
tiempo meditada; líbrate de los sucesos humanos. Ya Petreyo y Juba se encontraron y
cayeron heridos cada uno por la mano del otro: egregia y fuerte convención del hado,
pero no decente a mi grandeza, siendo tan feo a Catón pedir a otros la muerte como
pedirles la vida.» Tengo por cierto que los dioses miraban con gran gozo, cuando aquel
gran varón, acérrimo vengador de sí, estaba cuidando de la ajena salud, y disponiendo la
huida de los otros; y cuando estaba tratando sus estudios hasta la última noche, y cuando
arrimó la espada en aquel santo pecho, y cuando, esparciendo sus entrañas, sacó con su
propia mano aquella purísima alma, indigna de ser manchada con hierro. Creo que no sin
causa fue la herida poco cierta y eficaz; porque no fuera suficiente espectáculo para los
dioses ver sola una vez en este trance a Catón. Retúvose y tornó en sí la virtud para
ostentarse en lo más difícil; porque no es necesario tan valeroso ánimo para intentar la
muerte como para volver a emprenderla. ¿Por qué, pues, habían los dioses de mirar con
gusto a su ahijado que con ilustre y memorable fin se escapaba? La muerte eterniza
aquellos cuyo remate alaban aun los que la temen.
Capítulo III
Pero porque cuando pasemos más adelante con el discurso te haré demostración que
no son males los que lo parecen, digo ahora que estas cosas que tú llamas ásperas y
adversas y dignas de abominación son, en primer lugar, en favor de aquellos a quien
suceden, y después en utilidad de todos en general, que de éstos tienen los dioses mayor
cuidado que de los particulares, y tras ellos de los que quieren les sucedan males; porque
a los que rehúsan los tienen por indignos. Añadiré que estas cosas las dispone el hado, y
que justamente vienen a los buenos por la misma razón que son buenos. Tras esto te
persuadiré que no tengas compasión del varón bueno, porque aunque podrás llamarle
desdichado, nunca él lo puede ser. Dije lo primero, que estas cosas de quien tememos y
tenemos horror son favorables a los mismos a quien suceden, y ésta es la más difícil de
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mis proposiciones. Dirásme: ¿cómo puede ser útil el ser desterrados, el venir a pobreza,
el enterrar los hijos y la mujer, el padecer ignominia y el verse debilitado? Si de esto te
admiras, también te admirarás de que hay algunos que curan sus enfermedades con hierro
y fuego, con hambre y sed. Y si te pusieres a pensar, que a muchos para curarlos les raen
y descubren los huesos, les abren las venas y cortan algunos miembros que no se podían
conservar sin daño del cuerpo. Con esto, pues, concederás que he probado que hay
incomodidades que resultan en beneficio de quien las recibe; y muchas cosas de las que
se alaban y apetecen se convierten en daño de aquellos que con ellos se alegran, siendo
semejantes a las crudezas y embriagueces, y a las demás cosas que con deleite quitan la
vida. Entre muchas magníficas sentencias de nuestro Demetrio hay ésta, que es en mí
fresca, porque resuena aún en mis oídos. «Para mí, decía, ninguno me parece más infeliz
que aquel a quien jamás sucedió cosa adversa»; porque a este tal nunca se le permitió
hacer experiencia de sí, habiéndole sucedido todas las cosas conforme a su deseo, y
muchas aun antes de desearlas. Mal concepto hicieron los dioses de éste; tuviéronle por
indigno de que alguna vez pudiese vencer a la fortuna, porque ella huye de todos los
flojos, diciendo: «¿Para qué he de tener yo a éste por contrario? Al punto rendirá las
armas; para con él no es necesaria toda mi potencia; con sólo una ligera amenaza huirá;
no tiene valor para esperar mi vista; búsquese otro con quien pueda yo venir a las manos,
porque me desdeño encontrarme con hombre que está pronto a dejarse vencer.» El
gladiador tiene por ignominia el salir a la pelea con el que le es inferior, porque sabe que
no es gloria vencer al que sin peligro se vence. Lo mismo hace la fortuna, la cual busca
los más fuertes y que le sean iguales: a los otros déjalos con fastidio: al más erguido y
contumaz acomete, poniendo contra él toda su fuerza. En Mucio experimentó el fuego, en
Fabricio la pobreza, en Rutilio el destierro, en Régulo los tormentos, en Sócrates el
veneno, y en Catón la muerte. Ninguna otra cosa halla ejemplos grandes sino en la mala
fortuna. ¿Es por ventura infeliz Mucio, porque con su diestra oprime el fuego de sus
enemigos, castigando en sí las penas del error, y porque con la mano abrasada hace huir
al rey, a quien con ella armada no pudo? ¿Fuera por dicha más afortunado si la calentara
en el seno de la amiga? ¿Y es por ventura infeliz Fabricio por cavar sus heredades el
tiempo que no acudía a la República, y por haber tenido iguales guerras con las riquezas
que con Pirro, y porque sentado a su chimenea aquel viejo triunfador cenaba las raíces de
hierbas que él mismo había arrancado escardando sus heredades? ¿Acaso fuera más
dichoso si juntara en su vientre los peces de remotas riberas y las peregrinas cazas, y si
despertara la detención del estómago, ganoso de vomitar con las ostras de entrambos
mares, superior e inferior? ¿Si con mucha cantidad de manzanas rodear las fieras de la
primera forma, cogidas con muerte de muchos monteros? ¿Es por ventura infeliz Rutilio
porque los que le condenaron serán en todos los siglos condenados, y porque sufrió con
mayor igualdad de ánimo el ser quitado a la patria, que el serle alzado el destierro, y
porque él solo negó alguna cosa al dictador Sila? Y siendo vuelto a llamar del destierro,
no sólo no vino, sino antes se apartó más lejos, diciendo: «Vean esas cosas aquellos a
quien en Roma tiene presos la felicidad: vean en la plaza y en el lago Servilio gran
cantidad de sangre (que éste era el lugar donde en la confiscación de Sila despojaban):
vean las cabezas de los senadores y la muchedumbre de homicidas que a cada paso se
encuentran vagantes por la ciudad, y vean muchos millares de ciudadanos romanos
despedazados en un mismo lugar, después de dada la fe, o por decir mejor, engañados
con la misma fe. Vean estas cosas los que no saben sufrir el destierro.» ¿Será más
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dichoso Sila, porque cuando baja al Tribunal le hacen plaza con las espadas, y porque
consiente colgar las cabezas de los varones consulares, contándose el precio de las
muertes por el tesoro y escrituras públicas, haciendo esto el mismo que promulgó la ley
Cornelia? Vengamos a Régulo; veamos en qué le ofendió la fortuna, habiéndole hecho
ejemplar de paciencia. Hieren los esclavos su pellejo, y a cualquier parte que reclina el
fatigado cuerpo, le pone en la herida, teniendo condenados los ojos a perpetuo desvelo.
Cuanto más tuvo de tormento, tanto más tendrá de gloria. ¿Quieres saber cuán poco se
arrepintió de valuar con este precio la virtud? Pues cúrale y vuélvele al Senado, y verás
que persevera en el mismo parecer. ¿Tendrás por más dichoso a Mecenas, a quien
estando ansioso con los amores, y llorando cada día los repudios de su insufrible mujer,
se le procuraba el sueño con blando son de sinfonías que desde lejos resonaban? Por más
que con el vino se adormezca, y por más que con el ruido de las aguas se divierta,
engañando con mil deleites el afligido ánimo, se desvelará de la misma manera en
blandos colchones, como Régulo en los tormentos, porque a éste le sirve de consuelo el
ver que sufre los trabajos por la virtud, y desde el suplicio pone los ojos en la causa; a
esotro, marchito en sus deleites y fatigado con la demasiada felicidad, le aflige la causa
que los mismos tormentos que padece. No han llegado los vicios a tener tan entera
posesión del género humano, que se dude si dándose elección de lo que cada uno quisiera
ser, no hubiera más que eligieran ser Régulos que Mecenas. Y si hubiere alguno que
tenga osadía a confesar que quiere ser Mecenas y no Régulo, este tal, aunque lo disimule,
sin duda quisiera más ser Terencio. ¿Juzgas a Sócrates maltratado porque, no de otra
manera que como medicamento, para conseguir la inmortalidad escondió aquella bebida
mezclada en público, disputando de la muerte hasta la misma muerte, y porque
apoderándose poco a poco el frío, se encogió el vigor de las venas? ¿Cuánta más razón
hay para tener envidia de éste, que de aquellos a quien se da la bebida en preciosos vasos;
y a quien el mancebo desbarbado, de cortada o ambigua virilidad, acostumbrado a sufrir
le deshace la nieve colgada del oro? Todo lo que éstos beben lo vuelven con tristeza en
vómitos, tornando a gustar su misma cólera; pero aquél, alegre y gustoso beberá el
veneno. En lo que toca a Catón está ya dicho mucho, y el común sentir de los hombres
confesará que tuvo felicidad, habiéndole elegido la naturaleza para quebrantar en él las
cosas que suelen temerse. Las enemistades de los poderosos son pesadas: opóngase, pues,
a un mismo tiempo a Pompeyo, César y Craso. El ser los malos preferidos en los honores
es cosa dura: pues antepóngasele Vatinio. Áspera cosa es intervenir en guerras civiles:
milite, pues, por causa tan justa en todo el orbe, tan feliz como pertinazmente. Grave cosa
es poner en sí mismo las manos: póngalas. ¿Y qué ha de conseguir con esto? Que
conozcan todos que no son males ésos, pues yo juzgo dignos de ellos a Catón.
Capítulo IV
Las cosas prósperas suceden a la plebe y a los ingenios viles: y al contrario, las
calamidades y terrores, y la esclavitud de los mortales, son propios del varón grande. El
vivir siempre en felicidad, y el pasar la vida sin algún remordimiento de ánimo, es
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ignorar una parte de la naturaleza. ¿Eres grande varón? ¿De dónde me consta si no te ha
dado la fortuna ocasión con que ostentar tu virtud? Viniste a los juegos Olimpios y en
ellos no tuviste competidor: llevarás la corona olímpica, pero no la victoria. No te doy el
parabién como a varón fuerte: dóytele como al que alcanzó el consulado o el
corregimiento con que quedas acrecentado. Lo mismo puedo decir al varón bueno, si
algún dificultoso caso no le dio ocasión en que poder demostrar la valentía de su ánimo.
Júzgote por desgraciado si nunca lo fuiste: pasaste la vida sin tener contrario; nadie (ni
aun tú mismo) conocerá hasta dónde alcanzan tus fuerzas; porque para tener noticia de sí
es necesaria alguna prueba, pues nadie alcanza a conocer lo que puede sino es
probándolo. Por lo cual hubo algunos que voluntariamente se ofrecieron a los males que
no les acometían, y buscaron ocasión para que la virtud que estaba escondida
resplandeciese. Dígote que los grandes varones se alegran algunas veces con las cosas
adversas, no de otra manera que los grandes soldados con el triunfo. He oído referir que
en tiempo de Cayo César, quejándose un soldado de las pocas mercedes que se hacían,
dijo: «¡Qué linda edad se pierde! La virtud es deseosa de peligros, y pone la mira en la
parte adonde camina y no en lo que ha de padecer, porque el mismo padecer le es parte
de gloria.» Los varones militares se glorían de las heridas y ostentan alegres la sangre que
por la mejor causa corre. Y aunque hagan lo mismo los que sin heridas vuelven de la
batalla, con mayor atención se ponen los ojos en el que viene estropeado. Dígote de
verdad, que Dios hace el negocio de los que desea perfectos siempre que les da materia
de sufrir fuerte y animosamente alguna cosa en que haya dificultad. Al piloto conocerás
en la tormenta, y al soldado en la batalla. ¿De qué echaré de ver el ánimo con que sufres
la pobreza, si estás cargado de bienes? ¿De dónde el valor y constancia que tienes para
sufrir la infamia, la ignominia y el aborrecimiento popular si te has envejecido gozando
de su aplauso, siguiéndote siempre su inexpugnable favor, movido de una cierta
inclinación de los entendimientos? ¿De qué sabré que sufrirás con igualdad de ánimo las
muertes de tus hijos, si gozas de todos los que engendraste? Hete oído consolando a
otros, y conociera que te sabrás consolar a ti cuando te apartaras a ti mismo del dolor.
Ruégoos que no queráis apartaros de aquellas cosas que los dioses inmortales ponen
como estímulos a los ánimos. La calamidad es ocasión de la virtud: y con razón dirá cada
uno que son infelices los que viven entorpecidos en sobra de felicidad, donde como en
lento mar los detiene una sosegada calma: todo lo que a éstos les sucediere les causará
novedad, porque las cosas adversas atormentan más a los faltos de experiencia. Áspero se
hace el sufrir el yugo a las no domadas cervices. El soldado bisoño con sólo el temor de
las heridas se espanta; mas el antiguo con audacia mira su propia sangre, porque sabe que
muchas veces después de haberla derramado ha conseguido victoria. Así que Dios
endurece, reconoce y ejercita a los que ama; y al contrario a los que parece que halaga y a
los que perdona los reserva para venideros males. Por lo cual erráis si os persuadís que
hay algún privilegiado, pues también le vendrá su parte de trabajo al que ha sido mucho
tiempo dichoso: porque lo que parece está olvidado, no es sino dilatado. ¿Por qué aflige
Dios a cualquier bueno con enfermedades, con llantos y con descomodidades? ¿Por qué
en los ejércitos se encargan las más peligrosas empresas a los más fuertes? El general
siempre envía los más escogidos soldados para que con nocturnas asechanzas inquieten a
los enemigos, o exploren su camino, o para que los desalojen; y ninguno de los que a
estas facciones salen, dice que le agravió su general, antes confiesa que hizo de él un
buen concepto. Digan, pues, aquellos a quien se manda que padezcan: «Para los tímidos y
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flojos son dignos de ser llorados los casos, no para nosotros, a quien Dios ha juzgado
dignos de experimentar en nuestras fuerzas todo lo que la naturaleza humana puede
padecer.» Huid de los deleites y de la enervada felicidad con que se marchitan los
ánimos, a quien si nunca sucede cosa adversa que les advierta de la humana suerte, están
como adormidos en una perpetua embriaguez. Aquel a quien las vidrieras libraron
siempre del aire, y cuyos pies se calentaron con los fomentos diversas veces mudados,
cuyos cenáculos templa el calor puesto por debajo o arrimado a las paredes; a éste tal
cualquier ligero viento le ofenderá, y no sin peligro, porque siendo nocivas todas las
cosas que salen de modo, viene a ser peligrosísima la intemperancia en la felicidad:
desvanece el cerebro y atrae la mente a varias fantasías, derramando mucho de oscuridad
que se interpone entre lo falso y verdadero. ¿Por qué, pues, no ha de ser mejor el sufrir
una perpetua infelicidad que despierte a la virtud, que el reventar con infinitos y
desordenados bienes? La muerte es menos penosa con ayuno, y más congojosa con
crudezas. Los dioses siguen en los varones justos lo que los maestros en sus discípulos,
que procuran trabajen más aquellos de quien tienen mayores esperanzas. ¿Persuadir a éste
por ventura que los lacedemonios son aborrecedores de sus hijos, porque experimentan
su valor con verlos azotar en público, y los exhortan estando maltratados a que con
fortaleza sufran los golpes que les dan, rogándoles perseveren en recibir nuevas heridas
sobre las recibidas? Siendo esto así, ¿de qué nos admiramos, si Dios experimenta con
aspereza los ánimos generosos? ¿Es por ventura blanda y muelle la enseñanza de la
virtud? Azótanos y hiérenos la fortuna: sufrímoslo; no es crueldad, es pelea, a la cual
cuantas veces más fuéremos saldremos más fuertes. La parte del cuerpo que con
frecuente uso está ejercitada, es la más firme: conviene que seamos entregados a la
fortuna, para que por su medio nos hagamos más fuerte contra ella, y para que poco a
poco vengamos a ser iguales. La continuación de los peligros engendra desprecio de
ellos: por esta razón los cuerpos de los marineros son duros para sufrir los trabajos del
mar, y los labradores tienen las manos ásperas, y los brazos de los soldados son más
aptos para tirar los dardos. Los correos tienen los miembros ágiles: y en cada uno es
fortísima aquella parte en que se ejercita. El ánimo llega con la paciencia a despreciar el
poder de los males; y si quisieres saber lo que él podía obrar en nosotros, considera las
naciones donde ha puesto sus límites la paz romana: quiero decir los alemanes, y las
demás gentes que andan vagantes en las riberas del Danubio, siempre los oprime un
perpetuo invierno y un anublado cielo: y sustentándolos escasamente el estéril suelo, y
defiéndense por las lluvias en chozas cubiertas de ramas y hojas; bailan sobre las lagunas
endurecidas con el hielo, y para sustentarse cazan las fieras. ¿Parécete que éstos son
míseros? Pues ninguna cosa en quien la costumbre se ha convertido en naturaleza es
mísera, porque poco a poco vienen a ser deleitables las que comenzaron por necesidad.
Estas naciones no tienen domicilios, ni lugares de asiento más de aquellos que les da el
cansancio de cada día; su comida es vil y la han de buscar en sus manos; y siendo terrible
la inclemencia del cielo, traen desnudos los cuerpos, siendo esto que tú tienes por
descomodidad la vida de tantas gentes. ¿Por qué, pues, te admiras de que los varones
buenos sean vejados, para que con la vejación se fortifiquen? Ningún árbol está sólido y
fuerte sino el fatigado de continuos vientos, porque con el mismo combate de ellos se
aprietan y fortifican las raíces: y al contrario, los que crecieron en abrigados valles son
frágiles. Según esto, en favor de los varones buenos es el ser muy versados entre cosas
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formidables, para que se hagan intrépidos, sufriendo con igualdad de ánimo las cosas que
no son de suyo malas sino para el que las sufre mal.
Capítulo V
Añade que asimismo es bueno para todos (quiero decirlo así) que cada uno milite y
muestre sus obras. El intento de Dios es persuadir al varón sabio que las cosas que el
vulgo apetece y las que teme, ni son bienes ni males. ¿Conoceráse el ser bienes si no los
diere sino a los varones buenos, y ser males si no los diere sino a los malos? La ceguera
fuera detestable si ninguno perdiera la vista sino aquel que mereciese le fuesen sacados
los ojos. Carezcan finalmente de luz Apio y Metelo. Las riquezas no son bienes, pues
téngalas Eliorufian, para que cuando los hombres consagraren su mejor dinero en el
templo, le vean también en el burdel. El mejor medio de que Dios usa para desacreditar
las cosas deseadas es darlas a los malos y negarlas a los buenos. Bien está eso; pero
parece cosa injusta que el varón bueno sea debilitado, herido y maltratado, y que los
malos anden libres y afeminados. Si eso dices, también seria cosa inicua que los varones
fuertes tomen las armas, y que pasen las noches en la campaña, asistiendo en el batallón
con las heridas atadas, y que en el ínterin estén sosegados y seguros en la ciudad los
eunucos que profesan deshonestidad. Y tampoco parecerá justo que las nobilísimas
vírgenes se desvelen de noche para los sacrificios, cuando las mujeres de manchada
opinión gozan de profundo sueño. El trabajo cita a los buenos, y el Senado suele estar
todo el día en consejo, cuando en el mismo tiempo el hombre más vil deleita su ocio en el
campo, o está encerrado en el bodegón, o gasta el tiempo en algún liviano paseo. Lo
mismo, pues, sucede en esta gran República del mundo, en que los varones buenos
trabajan y se ocupan, y sin ser forzados siguen voluntariamente a la fortuna, igualando
con ella los pasos, y si supieran a donde los encaminaba, se le adelantaran. También me
acuerdo haber oído esta fortísima razón de Demetrio: «De solo esto me puedo quejar, oh
dioses inmortales, de que antes de ahora no me hayáis hecho notoria vuestra voluntad,
para que hubiera venido primero a estas cosas a que ahora estoy pronto. ¿Queréis
quitarme los hijos? Para vosotros los crié. ¿Queréis algún miembro de mi cuerpo?
Tomadle: y no hago mucho en ofrecerle, habiendo de dejarlos todos muy presto. ¿Queréis
la vida?; ¿por qué no la he de dar? Ninguna detención habrá en restituiros lo que me
disteis. Todo lo que pidiéredes, lo recibiréis de mí, que con voluntad lo doy. ¿Pues de qué
me quejo? De que quisiera darlo por voluntaria ofrenda, más que por restitución. ¿Qué
necesidad hubo de quitarme lo que podíades recibir? Pues aun con todo eso no me habéis
de quitar cosa alguna, porque no se quita sino al que la retiene. Yo en nada soy forzado, y
nada padezco contra mi gusto, ni en esto os hago servicio: confórmome con vuestra
voluntad, conociendo que todas las cosas corren por una cierta ley promulgada para
siempre.» Los hados nos guían, y la primera hora de nuestro nacimiento dispuso lo que
resta de vida a cada uno: una cosa pende de otra, y las públicas y particulares las guía un
largo orden de ellas. Por lo cual conviene sufrir todos los sucesos con fortaleza, porque
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no todas las cosas suceden como pensamos: vienen como está dispuesto, y si desde sus
principios está así ordenado, no hay de qué te alegres ni de qué llores, porque aunque
parece que la vida de cada uno se diferencia con grande variedad, el paradero de ella es
uno. Los mortales habemos recibido lo que es mortal: use, pues, la naturaleza de sus
cuerpos como ella gustare; y nosotrosestando alegres y fuertes en todo, pensemos que
ninguna cosa de las perecederas es caudal nuestro. ¿Qué cosa es propia del varón bueno?
Rendirse al hado, por ser grande consuelo el ser arrebatado con el universo. ¿Qué razón
hubo para mandarnos vivir y morir así? La misma necesidad obligó a los dioses, porque
un irrevocable curso lleva con igualdad las cosas humanas y las divinas. Que aquel
formador y gobernador de todas las cosas escribió los hados, pero síguelos: una vez lo
mandó y siempre lo ejecuta. ¿Por qué, pues, siendo Dios, no fue justo en la distribución
del hado, asignando a los varones buenos pobreza, heridas y tristes entierros? El artífice
no puede mudar la materia: ésta es la que padeció. Hay muchas cosas que no se pueden
separar de otras por ser individuas. Los ingenios flojos y soñolientos, cuyo desvelo,
parece sueño, están forjados de elementos débiles; pero para formar un varón que se deba
llamar vigilante, es necesario hado más fuerte. Y éste no hallará camino llano, necesario
es vaya cuesta arriba y cuesta abajo, y que padezca tormentas gobernando el navío en el
mar alborotado; y teniendo todas sus andanzas encontradas con la fortuna, es forzoso le
sucedan muchas cosas adversas, ásperas y duras para que él las allane. El fuego apura el
oro, y la calamidad a los varones fuertes. Mira el altura a donde ha de subir la virtud, y
conocerás que no se llega por caminos llanos. «La entrada del camino es ardua, y en ella
por la mañana apenas pueden afirmar los pies los caballos por ser altísima, en medio del
cielo, de donde el mirar las tierras y el mar me causa temor, palpitando el pecho con
miedo. Lo mismo de él es cuesta abajo, y necesita de particular industria, y entonces la
misma diosa Tetis, que me recibe en las sujetas ondas, suele recelar no me despeñe.»
Habiendo oído estas dificultades aquel generoso mancebo, dijo: «Ese camino me agrada,
subo en el carro. Es de tanta estimación hacer este viaje al que ha de caer, que no
consiente que el ánimo se acobarde con miedo. Y para que aciertes el camino sin que
algún error te desvíe, has de pasar por los cuernos del adversario Toro, y por los arcos
Hemonios, y por la boca del violento León.» Después de esto le dijo: «Haz cuenta que te
he entregado el carro. Con estas cosas, con que juzgas me atemorizo, me incito, porque
tengo gusto de ponerme donde el mismo Sol tiene miedo: que es de abatidos y flojos
emprender las cosas seguras: por lo arduo camina la virtud.»
Capítulo VI
¿Por qué permite Dios que a los varones buenos se les haga algún mal? No permite
tal: antes aparta de ellos todos los males, las maldades, los deleites, los malos
pensamientos, los codiciosos consejos, la ciega sensualidad y la avaricia, que anhela
siempre por lo ajeno. ¿Hay por ventura quien pida a Dios que guarde también las alhajas
de los buenos? Ellos le eximen de este cuidado, porque desprecian todo lo externo.
Demetrio arrojó las riquezas, juzgando eran carga del entendimiento recto: pues ¿por qué
Lucio Anneo Séneca Tratados morales
12
te admiras si consiente Dios que al bueno le suceda lo que el mismo bueno quiere le
suceda alguna vez? Pierden sus hijos los varones buenos: ¿qué importa, si alguna vez
ellos mismos los matan? Son desterrados los buenos: importa poco si ellos
voluntariamente se suelen desterrar de su patria, sin intento de volver a ella. Son muertos:
¿qué importa, si tal vez ellos mismos se quitan la vida? ¿Para qué, pues, padecen algunas
adversidades?; para enseñar a otros a sufrirlas, porque nacieron para ser ejemplo. Sepan,
pues, que les dice Dios: «Vosotros a quien agradan las cosas rectas, ¿de qué os podéis
quejar de mí? A otros he dado falaces bienes, y unos ánimos vacíos: burléme de ellos
como un largo y engañoso sueño: adornélos de oro, plata y marfil; pero en lo interior no
hay cosa buena. Estos en quien ponéis los ojos como dichosos, si los miráredes, no por la
parte que se manifiestan, sino por la que se esconden, veréis que son miserables
asquerosos, torpes y feos; y finalmente, son como las paredes de sus casas adornadas
solamente por defuera. Esta felicidad no es sólida y maciza, sólo tiene la superficie, y esa
muy delgada. Finalmente, mientras les es permitido el estar en su dicha mostrándose en
la forma que ellos quieren ser vistos, resplandecen y engañan; pero cuando sucede algo
que los perturbe y que los descubra, entonces se conoce cuánto de verdadera y honda
fealdad encubría el ajeno resplandor. A vosotros he dado bienes seguros y permanentes, y
cuanto más los desenvolviéredes y los miráredes, los hallaréis por todas partes mayores y
mejores. Heos dado valor para hacer desprecio de lo que a otros causa temor, y para tener
hastío de lo que otros desean. No resplandeceréis por fuera, porque vuestros bienes están
encerrados dentro. De esta misma manera el orbe desprecia lo exterior, porque está
contento con la vista de sí mismo: todo el bien lo encerré dentro, y vuestra felicidad
consiste en no tener necesidad de la felicidad. Diréis que os suceden muchas cosas tristes,
y duras de sufrir. Por no reservaros de estas cosas, armé contra ellas vuestros ánimos, y
en esta parte pasáis adelante a los dioses, porque ellos no pueden padecer males, y
vosotros os halláis superiores a las pasiones de ellos. Despreciad la pobreza, pues nadie
vive con tanto como la que tuvo cuando nació. Despreciad el dolor, pues o él se acabará u
os acabará. Despreciad la fortuna, porque no le di armas con que pudiese ofender el
ánimo. Despreciad la muerte, que os acaba o transfiere. Y ante todas cosas hice ley que
ninguno os pudiese detener forzados, habiéndoos dejado patente la salida, y si no queréis
pelear podéis huir. Y por esta causa entre todas las cosas que quise os fuesen necesarias,
ninguna hice que fuese más fácil que el morir, puse el ánima en lugar dispuesto a
entregarse. Atended ahora y veréis cuán breve y desocupado es el camino que os lleva a
la libertad. No os puse tan largas dilaciones a la salida de la vida, cuantas a la entrada:
porque de otra manera, si tardáredes tanto en morir como en nacer, tuviera la fortuna en
vosotros un extendido imperio. En todo lugar os enseñé la felicidad que hay para
renunciar a la naturaleza, volviéndole su dádiva. Aprended la muerte, mientras veis que
entre los mismos altares y las solemnes ceremonias se deja la vida.» Los fuertes cuerpos
de los toros caen de una pequeña herida, y los animales de grandes fuerzas los derriba el
golpe de una humana mano, y con delgado hierro se rompe la nuca de la cerviz; y cuando
el nervio que traba el cuello con la cabeza, se corta, cae aquel gran peso. El espíritu no
está encerrado en hondo lugar, ni se ha de sacar con garabatos, ni es necesario revolver
con nueva herida las entrañas, que más vecina está la muerte. No puse lugar determinado
para estos golpes: por cualquiera está dispuesto a aquello que llamamos morir, que es
cuando se despide el alma del cuerpo: es cosa tan breve que no puede conocer su
velocidad, ora sea apretando un nudo a la garganta, ora impidiendo el agua la respiraciónora la dureza del suelo rompa la cabeza de los que caen, o las comidas brasas corten el
curso del espíritu que vuelve atrás. Sea esto lo que fuere, todo ello corre aprisa. ¿De qué,
pues, os empacháis y estáis tanto tiempo temiendo lo que se hace en un instante?

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