Libro segundo
A Galión
De la vida bienaventurada
Capítulo I
Todos, oh hermano Galión, desean vivir bienaventuradamente; pero andan a ciegas en
el conocimiento de aquello que hace bienaventurada la vida; y en tanto grado no es fácil
el llegar a conocer cuál lo sea, que al que más apresuradamente caminare, desviándose de
la verdadera senda y siguiendo la contraria, le vendrá a ser su misma diligencia causa de
mayor apartamiento. Ante todas cosas, pues, hemos de proponer cuál es la que
apetecemos, después mirar por qué medios podremos llegar con mayor presteza a
conseguirla, haciendo reflexión en el mismo camino, si fuere derecho, de lo que cada día
nos vamos adelantando, y cuánto nos alejamos de aquello a que nos impele nuestro
natural apetito. Todo el tiempo que andamos vagando, sin llevar otra guía más que el
estruendo y vocería de los distraídos que nos llama a diversas acciones, se consume entre
errores nuestra vida, que es breve, cuando de día y de noche se ocupa en buenas obras.
Determinemos, pues, a dónde y por dónde hemos de caminar, y no vamos sin adalid que
tenga noticia de la parte a que se encamina nuestro viaje: porque en esta peregrinación no
sucede lo que en otras, en que los términos y vecinos, siendo preguntados, no dejan errar
el camino; pero en ésta el más trillado y más frecuentado es el que más engaña. En
ninguna cosa, pues, se ha de poner mayor cuidado que en no ir siguiendo, a modo de
ovejas, las huellas de las que van delante, sin atender a dónde se va, sino por dónde se va:
porque ninguna cosa nos enreda en mayores males, que el dejarnos llevar de la opinión,
juzgando por bueno lo que por consentimiento de muchos hayamos recibido, siguiendo
su ejemplo y gobernándonos, no por razón, sino por imitación, de que resulta el irnos
atropellando unos a otros, sucediendo lo que en las grandes ruinas de los pueblos, en que
ninguno cae sin llevar otros muchos tras sí, siendo los primeros ocasión de la pérdida de
los demás. Esto mismo verás en el discurso de la vida, donde ninguno yerra para sí solo,
sino que es autor y causa de que otros yerren, siendo dañoso arrimarse a los que van
delante. Porque donde cada uno se aplica más a cautivar su juicio que hacerle, nunca se
raciocina, siempre se cree; con lo cual el error, que va pasando de mano en mano, nos
trae en torno hasta despeñarnos, destruyéndonos con los ejemplos ajenos. Si nos
apartáremos de la turba, cobraremos salud, porque el pueblo es acérrimo defensor de sus
errores contra la razón, sucediendo en esto lo que en las elecciones, en que los electores,
cuando vuelve sobre si el débil favor, se admiran de los jueces que ellos mismos
nombraron. Lo mismo que antes aprobamos, venimos a reprobar. Que este fin tienen
todos los negocios donde se sentencia por el mayor número de votos.
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Capítulo II
Cuando se trata de la vida bienaventurada, no es justo me respondas lo que de
ordinario se dice cuando se vota algún negocio: «Esto siente la mayor parte», pues por
esa razón es lo peor: porque no están las cosas de los hombres en tan buen estado que
agrade a los más lo que es mejor; antes es indicio de ser malo el aprobarlo la turba.
Busquemos lo que se hizo bien, y no lo que está más usado; lo que nos coloque en la
posesión de eterna felicidad, y no lo que califica el vulgo, errado investigador de la
verdad. Y llamo vulgo, no sólo a los que visten ropas vulgares, sino también a los que las
traen preciosas; porque yo no miro los colores de que se cubren los cuerpos, ni para
juzgar del hombre doy crédito a los ojos; otra luz tengo mejor y más segura con que
discernir lo falso de lo verdadero. Los bienes del ánimo sólo el ánimo los ha de hallar; y
si éste estuviere libre para poder respirar y retirarse en sí mismo, ¡oh!, cómo encontrará
con la verdad, y atormentado de sí mismo, confesará y dirá: «Quisiera que todo lo que
hasta ahora hice estuviera por hacer; porque cuando vuelvo la memoria a todo lo que dije,
me río en muchas cosas de ello: todo lo que codicié, lo atribuyo a maldición de mis
enemigos. Todo lo que temí, ¡oh dioses buenos!, fue mucho menos riguroso de lo que yo
había pensado. Tuve amistad con muchos, y de aborrecimiento volví a la gracia (si es que
la hay entre los malos), y hasta ahora no tengo amistad conmigo. Puse todo mi cuidado
en levantarme sobre la muchedumbre haciéndome notable con alguna particular calidad;
¿y qué otra cosa fue esto sino exponerme a las flechas de la envidia y descubrir al odio la
parte en que me podría morder?» ¿Ves tú a estos que alaban la elocuencia, que siguen las
riquezas, que lisonjean la privanza y ensalzan la potencia? Pues o todos ellos son
enemigos o, juzgándolo con más equidad, lo podrán venir a ser; porque al paso que
creciere el número de los que se admiran, ha de crecer el de los que envidian.
Capítulo III
Ando buscando con cuidado alguna cosa que yo juzgue ser buena para el uso y no
para la ostentación; porque éstas que se miran con cuidado y nos hacen detener
mostrándolas los unos a los otros con admiración, aunque en lo exterior tienen
resplandor, son en lo interior miserables. Busquemos algo que sea bueno, no en la
apariencia, sino sólido y macizo, y en la parte interior hermoso. Alcancémoslo, que no
está muy lejos, y con facilidad lo hallarás si atendieres a la parte a que has de extender la
mano; porque ahora pasamos por las cosas que nos están cercanas, como los que andan a
oscuras, tropezando en lo mismo que buscan. Pero para no llevarte por rodeos, dejaré las
opiniones de otros, por ser cosa prolija referirlas y refutarlas. Admite la nuestra y cuando
te digo la nuestra, no me ato a la de alguno de los principales estoicos, que también tengo
yo libertad para hacer mi juicio. Finalmente, seguiré algunos de ellos, a otro compeleré a
que divida su opinión; y por ventura, después de estar llamado y citado de todos, no
reprobaré cosa alguna de lo que nuestros pasados decretaron, ni diré: «Esto siento
demás»; y en el ínterin, siguiendo la opinión de los estoicos, me convengo con la
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naturaleza, por ser sabiduría el no apartarnos de ella, formándonos por sus leyes y
ejemplos. Será, pues, bienaventuranza la vida en lo natural que se conformare con su
naturaleza; lo cual no se podrá conseguir si primero no está el ánimo sano y con perpetua
posesión de salud. Conviene que sea vehemente, fuerte, gallardo, sufridor, y que sepa
ajustarse a los tiempos, siendo circunspecto en sí y en todo lo que le tocare, pero sin
demasía. Ha de ser asimismo diligente en todas las cosas que instruye la vida, usando de
los bienes de la fortuna sin causar admiración a otros y sin ser esclavo de ella. Y aunque
yo no lo añada, sabes tú que a esto se seguirá una perpetua tranquilidad y libertad, dando
de mano a las cosas que nos alteran o atemorizan; porque en lugar de los deleites y las
demás cosas que en los mismos vicios son pequeñas, frágiles y dañosas, sucederá una
grande alegría incontrastable, una paz acompañada de concordia de ánimo y una
grandeza adornada de mansedumbre; porque todo lo que es fiereza se origina de
enfermedad.
Capítulo IV
Podrá asimismo definirse nuestro bien de otra manera, comprendiéndose en la misma
sentencia, aunque no en las mismas palabras. Al modo que un mismo ejército unas veces
se esparce en mayor latitud y otras se estrecha y reduce a más angosto sitio, unas se pone
en forma de media luna, otras se muestra en recta y descubierta frente, pero de cualquier
manera que se forme, consta de las mismas fuerzas y está con el mismo intento para
acudir a la parcialidad que sigue, así la definición del sumo bien puede unas veces
extenderse y estrecharse otras; con lo cual vendrá a ser lo mismo decir que el sumo bien
es un ánimo que, estando contento con la virtud, desprecia las cosas que penden de la
fortuna, o que es una invencible fortaleza de ánimo sabedora de todas las cosas,
agradable en las acciones, con humanidad y estimación de los que le tratan. Quiero, pues,
que llamemos bienaventurado al hombre que no tiene por mal o por bien sino el tener
bueno o malo el ánimo, y al que siendo venerador de lo bueno y estando contento con la
virtud, no le ensoberbecen ni abaten los bienes de la fortuna, y al que no conoce otro
mayor bien que el que se pueda dar a sí mismo, y al que tiene por sumo deleite el
desprecio de los deleites. Y si tuvieres gusto de esparcirte más, podrás con entera y libre
potestad extender este pensamiento a diferentes haces; porque ¿cuál cosa nos puede
impedir el llamar dichoso, libre, levantado, intrépido y firme al ánimo que está exento de
temor y deseos, teniendo por sumo bien a la virtud y por solo mal a la culpa? Todo lo
demás es una vil canalla, que ni quita ni añade a la vida bienaventurada, yendo y
viniendo sin causar al sumo bien aumento ni disminución. Forzoso es que al que está tan
bien fundado (quiera o no quiera) se le siga una continua alegría y un supremo gozo
venido de lo alto, porque vive contento con sus bienes, sin codiciar cosa fuera de sí. ¿Por
qué, pues, no ha de poner en balanza estas cosas con los pequeños, frívolos y poco
perseverantes movimientos del cuerpo, siendo cierto que el mismo día que se hallare en
deleite se hallará en dolores?
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Capítulo V
¿No echas de ver en cuán mala y perniciosa esclavitud servirá aquel a quien
alternadamente poseyeren, o ya los deleites, o ya los dolores, dueños inciertos y de flacas
fuerzas? Conviene, pues, buscar la libertad, y ninguna otra cosa la da sino el desprecio de
la fortuna, de que nace un inestimable bien, que es la quietud del ánimo, colocado en
lugar seguro, y una sublimidad y un gozo inmóvil, que tiene su origen de conocer la
quietud y latitud del ánimo, de quien recibe deleites, no como bienes, sino como nacidos
de su bien. Y porque he comenzado a mostrarme liberal, digo que también puede
llamarse bienaventurado aquel que, por beneficio de la razón, ha llegado a no desear y a
no temer; que aunque las piedras y los animales carecen de temor y tristeza, nadie los
llamó dichosos, faltándoles el conocimiento de la dicha. En el mismo número puedes
contar y poner aquellos hombres a quien su ruda naturaleza y el no tener conocimiento de
sí los ha reducido al estado de los brutos, sin que haya diferencia de los unos a los otros,
pues si aquellos carecen de razón, estos otros la tienen mala, siendo sólo diligentes para
su propio daño. Y ninguno que estuviere apartado de la verdad se podrá llamar
bienaventurado, y sólo lo será el que tuviere la vida estable y firme y el juicio cierto y
recto, porque el ánimo estará entonces limpio y libre de todos males, cuando no sólo se
apartare de las heridas, sino también de las escaramuzas, esperando a pie quedo a
defender el puesto que se le encargó, aunque se le muestra airada y contraria la suerte.
Porque aunque el deleite se extienda por todas partes, y por todas las vías influya, y con
halagos ablande el ánimo y saque de unas caricias y otras, con que solicite todos nuestros
sentidos, ¿cuál de los mortales, en quien se halle rastro de hombre, habrá quien quiera
que el deleite esté de día y de noche haciéndole cosquillas, para que desamparando el
ánimo venga a servir a las comodidades del cuerpo?
Capítulo VI
Diráme alguno que también el ánimo ha de tener sus deleites. Téngalos en buen hora y
siéntese a ser juez árbitro de la lujuria y los demás pasatiempos, y llénese de todo aquello
que suele deleitar los sentidos; ponga después los ojos en las cosas pasadas, y
acordándose de los antiguos entretenimientos, alégrese de ellos, acérquese a los futuros,
disponga sus esperanzas; y mientras su cuerpo está enviciado en la golosina presente,
ponga los pensamientos en lo que espera, que con sólo esto lo juzgo por el más
desdichado, siendo frenesí abrazar los males en lugar de los bienes. Ninguno sin salud es
bien afortunado, y no la tiene el que en vez de lo saludable apetece lo dañoso. Será, pues,
bienaventurado el que es su juicio recto, y el que se contentare con lo que posee, teniendo
amistad con su estado, y aquel a quien la razón guiare en sus acciones. Advierte en cuán
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torpe lugar pusieron el sumo bien los que dijeron lo era el deleite; y con todo eso niegan
el poderlo apartar de la virtud, y dicen que ninguno que viva bien puede dejar de vivir
con alegría; que el que vive en alegría vive juntamente con bien. Yo no veo cómo se
puedan unir cosas tan diversas. Decidme: ¿en qué fundáis que no puede separarse la
virtud del deleite? ¿Es por ventura porque todo principio de bien nace de la virtud? Pues
también de sus raíces nacen las cosas que vosotros amáis y apetecéis; y si no fuesen
distintas, no veríamos que algunas son deleitables y no buenas, y otras que, siendo
buenas, se han de buscar por asperezas y dolores.
Capítulo VII
Añade también que el deleite alcanza a la más torpe vida, y la virtud no admite esta
compañía, y que hay algunos que teniendo deleites son infelices, y antes de tenerlos les
nace el serlo, lo cual nos sucedería si el deleite se mezclase con la virtud, careciendo ella
muchas veces de él, sin jamás necesitar de su compañía. ¿Para qué, pues, haces unión de
lo que no sólo no es semejante, antes es diverso? La virtud es una cosa alta, excelsa, real
e infatigable; el deleite es abatido, servil, débil y caduco, cuya morada son los burdeles y
bodegones. A la virtud hallarás en el templo, en los consejos y en los ejércitos,
defendiendo las murallas, llena de polvo, encendida y con las manos llenas de callos.
Hallarás al deleite escondiéndose y buscando las tinieblas, ya en los baños, ya en las
estufas y en los lugares donde se recela la venida del juez. Hallarásle flaco, débil y sin
fuerzas, humedecido en vino y en ungüentos, descolorido, afeitado y asqueroso con
medicamentos. El sumo bien es inmortal, no sabe irse si no le echan, no causa fastidio ni
arrepentimiento, porque el ánimo recto jamás se altera, ni se aborrece, ni se muda, porque
sigue siempre lo mejor. El deleite cuando está dando más gusto, entonces se acaba, y
como tiene poca capacidad, hínchase presto y causa fastidio, marchitándose al primer
ímpetu, sin que se pueda tener seguridad de lo que está en continuo movimiento. Y así,
no puede tener subsistencia lo que con tanta celeridad viene y pasa para acabarse con el
uso, terminándose donde llega y caminando a la declinación cuando comienza.
Capítulo VIII
¿Pues qué diremos si en los buenos y en los malos hay deleite, y no alegra menos a los
torpes la culpa que a los buenos la virtud? Y por esta causa nos aconsejaron los antiguos
que siguiésemos la vida virtuosa y no la deleitable, de tal modo que el deleite no sea la
guía, sino un compañero de la ajustada voluntad. La naturaleza nos ha de guiar; a ésta
obedece la razón y con ella se aconseja, según lo cual es lo mismo vivir bien que vivir
conforme a los preceptos de la naturaleza. Yo declararé cómo ha de ser esto: Si
miráremos con recato y sin temor los dotes del cuerpo y las cosas ajustadas a la
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naturaleza, juzgándolos como bienes transitorios y dados para solo un día, y si no
entráremos a ser sus esclavos, ni tuvieren posesión de nosotros; si los que son deleitables
al cuerpo y los que vienen de paso los pusiéremos en el lugar en que suelen ponerse en
los ejércitos los socorros y la caballería ligera. Estos bienes sirvan y no imperen, que con
éstos serán útiles al ánimo. Sea el varón incorrupto y sin dejarse vencer de las cosas
externas; sea estimador de sí mismo; sea artífice de su vida, disponiéndose a la buena o
mala fortuna; no sea su confianza sin sabiduría, y sin constancia persevere en lo que una
vez eligiere, sin que haya cosa que se borre en sus determinaciones. También se debe
entender, aunque yo no lo diga, que este varón ha de ser compuesto, concertado,
magnífico y cortés; ha de tener una verdadera razón, asentada en los sentidos, tomando
de ella los principios, porque no hay otros en que estribar, ni donde se tome la carrera
para llegar a la verdad y volver sobre sí. Porque también el mundo, que lo comprende
todo, y Dios, que es el gobernador del Universo, camina y vuelve a las cosas exteriores.
Haga nuestro ánimo lo mismo, y cuando, habiendo seguido sus sentidos, hubiere por
ellos pasado a las cosas externas, tenga autoridad en ellas y en sí, y (para decirlo en este
modo) eche prisiones al sumo bien, que de esta suerte se hará una fortaleza y una
potestad concorde, de la cual nacerá una razón fija, no desconfiada, ni dudosa en las
opiniones, ni en las doctrinas, ni en la persuasión de sí mismo; y cuando ésta se dispone y
se ajusta en sí y, por decirlo en una palabra, cuando hiciere consonancia, habrá llegado a
conseguir el sumo bien, porque entonces no le queda cosa mala ni repentina, ni en que
encuentre, o con que vacile. Hará todas las cosas por su imperio, y ninguna
impensadamente; lo que hiciere le saldrá bien, con facilidad y sin repugnancia; porque la
pereza y la duda dan indicios de pelea y de inconstancia. Por lo cual, con osadía has de
defender que el sumo bien es una concordia del ánimo, y que las virtudes están donde
hubiere conformidad y unidad, y que los vicios andan siempre en continua discordia.
Capítulo IX
Dirásme que no por otra razón reverencio la virtud sino porque de ella espero algún
deleite. Lo primero digo, que aunque la virtud da deleite, no es esa la causa porque se
busca, que no trabaja para darle; si bien su trabajo, aunque mira a otros fines, da también
deleite, sucediendo lo que a los campos, que estando arados para las mieses dan también
algunas flores, y aunque éstas deleitan la vista, no se puso para ellas el trabajo, que otro
fue el intento del labrador, y sobrevínole éste. De la misma manera el deleite no es paga
ni causa de la virtud, sino una añadidura, y no agrada porque deleita, sino deleita porque
agrada. El sumo bien consiste en el juicio y en el hábito de la buena intención, que en
llenando el pecho y ciñéndose en sus términos, viene a estar en perfección sin desear cosa
alguna; porque como no hay cosa que esté fuera del fin, tampoco la hay fuera del todo; y
así, yerras cuando preguntas qué cosa es aquella por quien busco la virtud, que eso sería
buscar algo sobre lo supremo. ¿Pregúntasme qué pido a la virtud?; pido la misma virtud,
porque ella no tiene otra cosa que sea mejor, y es la paga de sí misma. Dirásme: -¿Pues
esto poco es cosa tan grande?- ¿No te he dicho que el sumo bien es un vigor
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inquebrantable de ánimo, que es una providencia, una altura, una salud, una libertad, una
concordia y un decoro? ¿Cómo, pues, quieres haya otra cosa mayor a quien éstas se
refieran? ¿Por qué me nombras el deleite? Que yo busco el bien del hombre, no el del
vientre, pues éste le tienen mayor los ganados y las bestias.
Capítulo X
Disimula (dice) lo que yo digo, porque niego que pueda vivir alguno con alegría, si no
vive juntamente con virtud: y esto no puede suceder a los animales mudos, que miden su
felicidad con la comida. Clara y abiertamente testifico que esta virtud que llamo alegre
no puede conseguirse sin juntarle la virtud. Tras esto, ¿quién ignora que de esos vuestros
deleites estén llenos los ignorantes, y que abunda la maldad en muchas cosas alegres, y
que el mismo ánimo, no sólo nos pone sugestión en malos géneros de deleites, sino en la
muchedumbre de ellos? Cuanto a lo primero, nos pone la insolencia y la demasiada
estimación propia, la hinchazón que nos levanta sobre los demás, el amor impróbido y
ciego a nuestras cosas, las riquezas transitorias, la alegría nacida de pequeñas y pueriles
causas, la dicacidad y locuacidad, la soberanía que con ajenos vituperios se alegra, la
pereza y flojedad de ánimo dormido siempre para sí. Todas estas cosas destierra la virtud
y amonesta a los oídos, y antes de admitir los deleites los examina, y aun de los que
admite hace poca estimación, alegrándose, no con el uso, sino con la templanza de ellos.
Luego si ésta disminuye los deleites, vendrá a ser injuria del sumo bien. Tú abrazas el
deleite, yo le enfreno; tú le disfrutas, yo le gozo; tú le tienes por sumo bien, yo ni aun le
juzgo por bien; tú haces todas las cosas en orden al deleite, yo ninguna. Y cuando digo
que no hago cosa alguna en orden al deleite, hablo en persona de aquel sabio a quien sólo
concedes el deleite.
Capítulo XI
Y no llamo sabio a aquel sobre quien tiene imperio cualquier cosa, cuanto más si le
tiene el deleite, porque el poseído de él, ¿cómo podrá resistir al trabajo, al peligro, a la
pobreza y a tantas amenazas que alborotan la vida humana? ¿Cómo sufrirá la presencia
de la muerte, cómo la del dolor, cómo los estruendos del mundo y cómo resistirá a los
ásperos enemigos si se deja vencer de tan flaco contrario? Éste hará todo lo que le
aconsejare el deleite. Atiende, pues, y verás cuántas cosas le aconseja. Dirásme que no le
podrá persuadir cosa torpe, por estar unido a la virtud. ¿No tornas a echar de ver las
calidades del sumo bien, y las guardas de que necesita para serlo? ¿Cómo podrá la virtud
gobernar al deleite, si le sigue, pues el seguir es acción del que obedece, y gobernar del
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que impera? ¿A las espaldas ponéis al que manda? Gentil oficio dais a la virtud, haciendo
que sea repartidora de deleites. Con todo eso hemos de averiguar si en éstos que tratan
tan afrentosamente a la virtud, hay alguna virtud, la cual no podrá conservar su nombre si
se rindió. Mientras hablamos de esta materia, podré mostrarte muchos que han estado
sitiados de sus deleites, por haber derramado en ellos la fortuna sus dádivas, siendo
forzoso me confieses fueron malos. Pon los ojos en Nomentano y Numicio, que andaban
(como éstos dicen) buscando los bienes del mar y de la tierra, reconociéndose en sus
mesas animales de todas las provincias del orbe: míralos, que desde sus lechos están
atendiendo a sus glotonerías, deleitando los oídos con músicas, los ojos con espectáculos
y el paladar con guisados. Pues advierte que todo su cuerpo está desafiado de blandos y
muelles fomentos; y porque las narices no estén holgando, se inficiona con varios
hedores aquel lugar donde se hacen las exequias a la lujuria. Podrás decirme de éstos que
viven en deleites, pero no que lo pasan bien, pues no gozan del bien.
Capítulo XII
Dirás que les irá mal, porque intervienen muchas cosas que les perturban el ánimo, y
las opiniones entre sí encontradas les inquietan la mente. Confieso que esto es así, mas
con todo eso, siendo ignorantes y desiguales, y sujetos a los golpes del arrepentimiento,
reciben grandes deleites: de suerte que es forzoso confesar están tan lejos del disgusto
cuanto del buen ánimo, sucediéndoles lo que a muchos que pasan una alegre locura, y
con risa se hacen frenéticos. Pero al contrario, los entretenimientos de los sabios son
detenidos y modestos, y como encarcelados y casi incomprensibles porque ni son
llamados, ni cuando ellos vienen son tenidos en estimación, ni son recibidos con alegría
de los que los gozan, porque los mezclan y entrometen en la vida como juego y
entretenimiento en las cosas graves. Dejen, pues, de unir lo que entre sí no tiene
conveniencia, y de mezclar con la virtud el deleite, que eso es lisonjear con todo género
de males al vicio, con lo cual el distraído en deleites y el siempre vago y embriagado
viendo que vive con ellos, piensa que asimismo vive con virtud, por haber oído que no
puede estar separado de ella el deleite, y con esto intitula a sus vicios con nombre de
sabiduría, sacando a luz lo que debiera estar escondido: con lo cual frecuenta sus vicios,
no impelido de la doctrina de Epicuro, sino porque entregado a sus culpas, las quiere
esconder en el seno de la filosofía, concurriendo a la parte donde oye alabar los deleites.
Y tengo por cierto que no hacen estimación del deleite de Epicuro (así lo entiendo) por
ser seco y templado, sino que solamente se acogen a su amparo y buscan su patrocinio,
con lo cual pierden un solo bien que tenían en sus culpas, que era la vergüenza, y así
alaban aquello de que solían avergonzarse, y gloríanse del pecado, sin que a la juventud
le quede fuerzas para levantarse desde que a la torpe ociosidad se le arrimó un honroso
nombre.
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Capítulo XIII
Por esta razón es dañosísima la alabanza del deleite, porque los preceptos saludables
están encerrados en lo interior, y lo aparente es lo que daña. Mi opinión es (diréla,
aunque sea contra el gusto de nuestros populares), que lo que enseñó Epicuro son cosas
santas y rectas y aun tristes, si te acercares más a ellas, porque aquel deleite se reduce a
pequeño y débil espacio, y la ley que nosotros ponemos a la virtud la puso él al deleite,
porque le manda que obedezca a la naturaleza, para la cual es suficiente lo que para el
vicio es poco. ¿Pues en qué consiste esto? En que aquel (séase quien se fuere) que llama
felicidad al abatido oficio, al pasar de la gula a la lujuria, busca buen autor a cosa que es
de suyo mala; y mientras se halla inducido de la blandura del nombre, sigue el deleite;
pero no es el que oye, sino el que él trae; y como comienza a juzgar que sus vicios son
conformes con las leyes, entrégase a ellos, no ya tímida ni paliadamente, sino en público
y sin velo, y dase a la lujuria sin cubrirse la cabeza. Así que yo no digo lo que muchos de
los nuestros, que la secta de Epicuro es maestra de vicios, antes afirmo que está
desacreditada e infamada sin razón: y esto nadie lo puede saber sin ser admitido a lo
interior de ella. El frontispicio da motivo a la mentira, y convida a esperanzas malas. Esto
es como ver un varón fuerte en traje de mujer: mientras te durare la vergüenza, estará
segura la virtud, y para ninguna deshonestidad estará desocupado tu cuerpo; en tus manos
está el pandero. Elíjase, pues, un honesto título y una inscripción que levante el ánimo a
repeler aquellos vicios que al instante que vienen le enervan las fuerzas. Cualquiera que
se llega a la virtud, da esperanzas de generosa inclinación: y el que sigue el deleite
descubre ser flaco, y que degenera, y que ha de parar en cosas torpes, si no hubiere quien
le distinga los deleites, para que conozca cuáles son los que le han de tener dentro del
natural deseo, y cuáles los que le han de despeñar: que siendo éstos infinitos, cuanto más
se llenan, están más incapaces de llenarse. Ea, pues, vaya la virtud delante, y serán
seguros todos los pasos. El deleite, si es grande, daña; pero en la virtud no hay que temer
la demasía, porque en ella misma se encierra el modo, porque no es bueno aquello que
con su propia grandeza padece.
Capítulo XIV
Verdaderamente os ha caído en suerte una naturaleza adornada de razón: y así, ¿qué
cosa se os puede proponer mejor que ella? Si os agrada el deleite, sea añadidura de la
virtud; y si tenéis inclinación de ir con acompañamiento a la vida feliz, vaya delante la
virtud: vaya detrás de ella el deleite, y siga como la sombra al cuerpo. Hubo algunos que,
siendo la virtud cosa tan excelente, la entregaron por esclava al deleite. Al ánimo capaz
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no hay cosa que sea grande: sea la virtud la primera, lleve el estandarte, y con todo eso
tendremos deleite si, siendo dueños de él, le templáremos. Algo habrá que nos incite,
pero nada que nos compela; y al contrario, los que dieron el primer lugar al deleite,
carecieron de entrambas cosas, porque pierden la virtud, y no consiguen el deleite, antes
ellos son poseídos de él: con cuya falta se atormentan, y con cuya abundancia se ahogan:
siendo desdichados si no lo tienen, y más desdichados si los atropella: sucediéndoles lo
que a los que se hallan en el mar de las Sirtes, que unas veces se ven en la arena seca, y
otras fluctuando con la corriente de las ondas: y esto les acontece, o por demasiada
destemplanza, o por ciego amor de las cosas. Que al que en lugar de lo bueno codicia lo
malo, el conseguirlo le viene a ser peligroso; como cuando cazamos las fieras con peligro
y trabajo, y después de cogidas nos es cuidadosa su posesión, y tal vez despedazan al que
las cazó. Así los que gozan de grandes deleites vienen a parar en grandes males, que
siendo poseídos se apoderan del poseedor, y cuanto son ellos mayores es menor el que
los goza, con que viene a ser esclavo aquel a quien el vulgo llama feliz. Quiero proseguir
en esta comparación, diciendo que al modo que el cazador anda buscando las cuevas de
las fieras, haciendo grande aprecio de cogerlas en los lazos, cercando con perros los
espesos bosques para hallar sus huellas, y para esto falta a cosas más importantes, y
desampara sus más legítimas ocupaciones; así el que sigue los deleites lo pospone todo, y
desprecia su primera libertad, trocándola por el gusto del vientre; y este tal no compra los
deleites, antes él mismo es el que se vende a ellos.
Capítulo XV
Diráme alguno: ¿qué cosa prohibe que no puedan unirse la virtud y el deleite, y hacer
un sumo bien, de modo que una misma cosa sea honesta y deleitable? Porque la parte de
lo honesto no puede dejar de ser juntamente deleitable, ni el sumo bien puede gozar de su
sinceridad, si viere en sí cosa disímil de lo mejor, y el gozo que se origina de la virtud,
aunque es bueno, no es parte de bien absoluto, como no lo son la alegría y la tranquilidad,
aunque nazcan de hermosísimas causas: porque éstos son bienes que siguen al sumo bien,
pero no le perfeccionan. Y así el que injustamente hace unión del deleite y la virtud, con
la fragilidad del un bien, debilita el vigor del otro; y pone en servidumbre la libertad, que
fuera invencible si no juzgara había otra cosa más preciosa: porque con esto viene a
necesitar de la fortuna, que es la mayor esclavitud, y luego se le sigue una vida
congojosa, sospechosa, cobarde, temerosa y pendiente de cada instante de tiempo. Tú que
haces esto, no das a la virtud fundamento inmóvil y sólido, antes quieres que esté en
lugar mudable: porque, ¿qué cosa hay tan inconstante como la esperanza de lo fortuito y
la variedad de las cosas que aficionan al cuerpo? ¿Cómo podrá éste obedecer a Dios, y
recibir con buen ánimo cualquiera suceso, sin quejarse de los hados? ¿Y cómo será
benigno intérprete de los acontecimientos, si con cualesquier picaduras de los deleites se
altera? ¿Cómo podrá ser buen amparador y defensor de su patria y de sus amigos el que
se inclina a los deleites? Póngase, pues, el sumo bien en lugar donde con ninguna fuerza
pueda ser derribado, y donde no tengan entrada el dolor, la esperanza, el temor ni otra
Lucio Anneo Séneca Tratados morales
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alguna cosa que deteriore su derecho: porque a tan grande altura sola puede subir la
virtud, y con sus pasos se ha de vencer esta cuesta: ella es la que estará fuerte, y sufrirá
cualesquier sucesos, no sólo admitiéndolos, sino deseándolos: conociendo que todas las
dificultades de los tiempos son ley de la naturaleza, y como buen soldado sufrirá las
heridas, contará las cicatrices, y atravesado con las picas, amará muriendo al emperador
por cuya causa muere, teniendo en el ánimo aquel antiguo precepto, Amar a Dios. Pero el
que se queja, llora y gime, y hace forzado lo que se le manda, viene compelido a la
obediencia: pues ¿qué locura es querer más ser arrastrado que seguir con voluntad? Tal,
por cierto, como sería ignorancia de tu propio ser, el dolerte y lamentarte de que te
sucedió algún caso acerbo; o admirarte igualmente, o indignarte de aquellas cosas que
suceden así a los buenos como a los malos, cuales son las enfermedades, las muertes y
los demás accidentes que acometen de través a la vida humana. Todo lo que por ley
universal se debe sufrir, se ha de recibir con gallardía de ánimo; pues el asentarnos a esta
milicia, fue para sufrir todo lo mortal, sin que nos turbe aquello que el evitarlo no pende
de nuestra voluntad. En reino nacimos y el obedecer a Dios es libertad.
Capítulo XVI
Consiste, pues, la verdadera felicidad en la virtud: ¿y qué te aconsejará ésta? Que no
juzgues por bien o por mal lo que te sucediere sin virtud o sin culpa, y que después de
esto seas inmóvil del bien para el mal, y que en todo lo posible imites a Dios. Y por esta
pelea, ¿qué se te promete? Cosas grandes, iguales a las divinas: a nada serás forzado, de
ninguna cosa tendrás necesidad; serás libre, seguro y sin ofensa; ninguna cosa intentarás
en vano: ninguna hallarás estorbo; todo saldrá conforme a tus deseos; no te sucederá cosa
adversa, y ninguna contra tu opinión o contra tu voluntad. ¿Pues qué diremos? ¿Es por
ventura la virtud perfecta y divina suficiente para vivir dichosamente? ¿Pues por qué no
lo ha de ser? Antes es superabundante, porque ninguna cosa le hace falta al que vive
apartado de los deseos de ellas, porque ¿de qué puede necesitar aquel que lo juntó todo
en sí? Mas con todo eso, el que camina a la virtud, aunque se haya adelantado mucho,
necesita de algún halago de la fortuna, mientras lucha con las cosas humanas, y mientras
se desata el lazo de la mortalidad. ¿Pues en qué está la diferencia? En que los unos están
asidos, presos y amarrados, y el que se encaminó a lo superior, levantándose más alto,
trae la cadena más larga; y aunque no está de todo punto libre, pasa plaza de libre.
Capítulo XVII
Lucio Anneo Séneca Tratados morales
25
Así que si alguno de éstos, que agavillados ladran a la filosofía, me dijere lo que
suelen: «¿Por qué hablas con mayor fortaleza de la que vives? ¿Por qué humillas tus
palabras al superior? ¿Por qué juzgas por instrumento necesario el dinero? ¿Por qué te
alteras con el daño? ¿Por qué lloras con las nuevas de la muerte de tu mujer o de tu
amigo? ¿Por qué cuidas tanto de tu fama? ¿Por qué te alteran las malas palabras? ¿Por
qué tienes jardines con mayor adorno del que pide el natural uso? ¿Por qué no comes con
las leyes que das? ¿Por qué tienes tan lucidas alhajas? ¿Para qué bebes vino de más años
que los que tú tienes? ¿Por qué labras casas? ¿Por qué plantas arboledas para sólo hacer
sombra? ¿Para qué trae tu mujer en sus orejas la hacienda de una casa rica? ¿Por qué das
a tus criados tan costosas libreas? ¿Por qué has introducido que en tu casa sea ciencia el
servir, haciendo que los aparadores se dispongan, no a caso, sino con arte? ¿Para qué
tienes maestro de trinchar las aves?» Añade si te parece. «¿Para qué tienes hacienda en la
otra parte del mar? ¿Para qué posees más de lo que conoces? ¿Por qué eres tan torpe o tan
descuidado, que no tienes noticia de tus pocos criados, o vives tan desconcertadamente,
que por tener tantos no es suficiente tu memoria a conocerlos?» Yo ayudaré y esforzaré
después estos baldones que me das, y me haré otros muchos cargos más de los que tú me
pones. Pero por ahora te respondo, no como sabio, sino para dar pasto a tu mala voluntad,
y no lo yerro. «Lo que de presente me pido a mí, no es el ser igual a los mejores, sino el
ser mejor que los malos. Bástame el ir cercenando cada día alguna parte de mis vicios, y
castigando mis culpas. No he llegado hasta ahora a la salud, ni llegaré tan presto: busco
para la gota, ya que no remedios, a lo menos fomentos que la disminuyan, contentándome
con que venga menos veces, y que me amenace menos fiera: y así, comparado con la
ligereza de vuestros pies, soy débil corredor.»
Capítulo XVIII
«No digo esto por mí, que me hallo en el golfo de todos los vicios, sino por el que
tiene algo de bueno.» Dirásme que hablo de una manera, y vivo de otra. Esto mismo fue
objetado por malísimas cabezas, y enemigas de los buenos, a Platón, a Epicuro y a
Zenón, porque todos éstos hablaron, no como vivieron, sino como debieran vivir: «Yo no
hablo de mí, sino de la virtud; y cuanto digo injurias a los vicios las digo en primer lugar
a los míos. Cuando pudiere, viviré como convenga, y no me apartará de lo bueno esta
malignidad teñida con mucho veneno, ni la ponzoñosa (que derramáis en otros, con que
os matáis a vosotros mismos) me impedirá el perseverar en alabar la vida (no la que
tengo, sino la que conozco debo tener), ni me hará dejar de adorar la virtud, ni de
seguirla, aunque tras ella vaya arrastrando largo trecho. ¿He de esperar por ventura a que
haya alguna cosa sin mezcla de malevolencia, de la cual no fueron reservados ni Rutilio
ni Catón? ¿A quién no tendrán por demasiado rico los que tienen por poco pobre a
Demetrio Cínico?» ¡Oh varón fuerte y guerreador contra todos los deseos de la
naturaleza, y por esto más pobre que todos los cínicos!, porque con haberse prohibido el
poseer se prohibió el pedir. Niegan que fue harto pobre, porque, como ves, no profesó la
ciencia de la virtud, sino solamente la pobreza.
A Galión
De la vida bienaventurada
Capítulo I
Todos, oh hermano Galión, desean vivir bienaventuradamente; pero andan a ciegas en
el conocimiento de aquello que hace bienaventurada la vida; y en tanto grado no es fácil
el llegar a conocer cuál lo sea, que al que más apresuradamente caminare, desviándose de
la verdadera senda y siguiendo la contraria, le vendrá a ser su misma diligencia causa de
mayor apartamiento. Ante todas cosas, pues, hemos de proponer cuál es la que
apetecemos, después mirar por qué medios podremos llegar con mayor presteza a
conseguirla, haciendo reflexión en el mismo camino, si fuere derecho, de lo que cada día
nos vamos adelantando, y cuánto nos alejamos de aquello a que nos impele nuestro
natural apetito. Todo el tiempo que andamos vagando, sin llevar otra guía más que el
estruendo y vocería de los distraídos que nos llama a diversas acciones, se consume entre
errores nuestra vida, que es breve, cuando de día y de noche se ocupa en buenas obras.
Determinemos, pues, a dónde y por dónde hemos de caminar, y no vamos sin adalid que
tenga noticia de la parte a que se encamina nuestro viaje: porque en esta peregrinación no
sucede lo que en otras, en que los términos y vecinos, siendo preguntados, no dejan errar
el camino; pero en ésta el más trillado y más frecuentado es el que más engaña. En
ninguna cosa, pues, se ha de poner mayor cuidado que en no ir siguiendo, a modo de
ovejas, las huellas de las que van delante, sin atender a dónde se va, sino por dónde se va:
porque ninguna cosa nos enreda en mayores males, que el dejarnos llevar de la opinión,
juzgando por bueno lo que por consentimiento de muchos hayamos recibido, siguiendo
su ejemplo y gobernándonos, no por razón, sino por imitación, de que resulta el irnos
atropellando unos a otros, sucediendo lo que en las grandes ruinas de los pueblos, en que
ninguno cae sin llevar otros muchos tras sí, siendo los primeros ocasión de la pérdida de
los demás. Esto mismo verás en el discurso de la vida, donde ninguno yerra para sí solo,
sino que es autor y causa de que otros yerren, siendo dañoso arrimarse a los que van
delante. Porque donde cada uno se aplica más a cautivar su juicio que hacerle, nunca se
raciocina, siempre se cree; con lo cual el error, que va pasando de mano en mano, nos
trae en torno hasta despeñarnos, destruyéndonos con los ejemplos ajenos. Si nos
apartáremos de la turba, cobraremos salud, porque el pueblo es acérrimo defensor de sus
errores contra la razón, sucediendo en esto lo que en las elecciones, en que los electores,
cuando vuelve sobre si el débil favor, se admiran de los jueces que ellos mismos
nombraron. Lo mismo que antes aprobamos, venimos a reprobar. Que este fin tienen
todos los negocios donde se sentencia por el mayor número de votos.
Lucio Anneo Séneca Tratados morales
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Capítulo II
Cuando se trata de la vida bienaventurada, no es justo me respondas lo que de
ordinario se dice cuando se vota algún negocio: «Esto siente la mayor parte», pues por
esa razón es lo peor: porque no están las cosas de los hombres en tan buen estado que
agrade a los más lo que es mejor; antes es indicio de ser malo el aprobarlo la turba.
Busquemos lo que se hizo bien, y no lo que está más usado; lo que nos coloque en la
posesión de eterna felicidad, y no lo que califica el vulgo, errado investigador de la
verdad. Y llamo vulgo, no sólo a los que visten ropas vulgares, sino también a los que las
traen preciosas; porque yo no miro los colores de que se cubren los cuerpos, ni para
juzgar del hombre doy crédito a los ojos; otra luz tengo mejor y más segura con que
discernir lo falso de lo verdadero. Los bienes del ánimo sólo el ánimo los ha de hallar; y
si éste estuviere libre para poder respirar y retirarse en sí mismo, ¡oh!, cómo encontrará
con la verdad, y atormentado de sí mismo, confesará y dirá: «Quisiera que todo lo que
hasta ahora hice estuviera por hacer; porque cuando vuelvo la memoria a todo lo que dije,
me río en muchas cosas de ello: todo lo que codicié, lo atribuyo a maldición de mis
enemigos. Todo lo que temí, ¡oh dioses buenos!, fue mucho menos riguroso de lo que yo
había pensado. Tuve amistad con muchos, y de aborrecimiento volví a la gracia (si es que
la hay entre los malos), y hasta ahora no tengo amistad conmigo. Puse todo mi cuidado
en levantarme sobre la muchedumbre haciéndome notable con alguna particular calidad;
¿y qué otra cosa fue esto sino exponerme a las flechas de la envidia y descubrir al odio la
parte en que me podría morder?» ¿Ves tú a estos que alaban la elocuencia, que siguen las
riquezas, que lisonjean la privanza y ensalzan la potencia? Pues o todos ellos son
enemigos o, juzgándolo con más equidad, lo podrán venir a ser; porque al paso que
creciere el número de los que se admiran, ha de crecer el de los que envidian.
Capítulo III
Ando buscando con cuidado alguna cosa que yo juzgue ser buena para el uso y no
para la ostentación; porque éstas que se miran con cuidado y nos hacen detener
mostrándolas los unos a los otros con admiración, aunque en lo exterior tienen
resplandor, son en lo interior miserables. Busquemos algo que sea bueno, no en la
apariencia, sino sólido y macizo, y en la parte interior hermoso. Alcancémoslo, que no
está muy lejos, y con facilidad lo hallarás si atendieres a la parte a que has de extender la
mano; porque ahora pasamos por las cosas que nos están cercanas, como los que andan a
oscuras, tropezando en lo mismo que buscan. Pero para no llevarte por rodeos, dejaré las
opiniones de otros, por ser cosa prolija referirlas y refutarlas. Admite la nuestra y cuando
te digo la nuestra, no me ato a la de alguno de los principales estoicos, que también tengo
yo libertad para hacer mi juicio. Finalmente, seguiré algunos de ellos, a otro compeleré a
que divida su opinión; y por ventura, después de estar llamado y citado de todos, no
reprobaré cosa alguna de lo que nuestros pasados decretaron, ni diré: «Esto siento
demás»; y en el ínterin, siguiendo la opinión de los estoicos, me convengo con la
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naturaleza, por ser sabiduría el no apartarnos de ella, formándonos por sus leyes y
ejemplos. Será, pues, bienaventuranza la vida en lo natural que se conformare con su
naturaleza; lo cual no se podrá conseguir si primero no está el ánimo sano y con perpetua
posesión de salud. Conviene que sea vehemente, fuerte, gallardo, sufridor, y que sepa
ajustarse a los tiempos, siendo circunspecto en sí y en todo lo que le tocare, pero sin
demasía. Ha de ser asimismo diligente en todas las cosas que instruye la vida, usando de
los bienes de la fortuna sin causar admiración a otros y sin ser esclavo de ella. Y aunque
yo no lo añada, sabes tú que a esto se seguirá una perpetua tranquilidad y libertad, dando
de mano a las cosas que nos alteran o atemorizan; porque en lugar de los deleites y las
demás cosas que en los mismos vicios son pequeñas, frágiles y dañosas, sucederá una
grande alegría incontrastable, una paz acompañada de concordia de ánimo y una
grandeza adornada de mansedumbre; porque todo lo que es fiereza se origina de
enfermedad.
Capítulo IV
Podrá asimismo definirse nuestro bien de otra manera, comprendiéndose en la misma
sentencia, aunque no en las mismas palabras. Al modo que un mismo ejército unas veces
se esparce en mayor latitud y otras se estrecha y reduce a más angosto sitio, unas se pone
en forma de media luna, otras se muestra en recta y descubierta frente, pero de cualquier
manera que se forme, consta de las mismas fuerzas y está con el mismo intento para
acudir a la parcialidad que sigue, así la definición del sumo bien puede unas veces
extenderse y estrecharse otras; con lo cual vendrá a ser lo mismo decir que el sumo bien
es un ánimo que, estando contento con la virtud, desprecia las cosas que penden de la
fortuna, o que es una invencible fortaleza de ánimo sabedora de todas las cosas,
agradable en las acciones, con humanidad y estimación de los que le tratan. Quiero, pues,
que llamemos bienaventurado al hombre que no tiene por mal o por bien sino el tener
bueno o malo el ánimo, y al que siendo venerador de lo bueno y estando contento con la
virtud, no le ensoberbecen ni abaten los bienes de la fortuna, y al que no conoce otro
mayor bien que el que se pueda dar a sí mismo, y al que tiene por sumo deleite el
desprecio de los deleites. Y si tuvieres gusto de esparcirte más, podrás con entera y libre
potestad extender este pensamiento a diferentes haces; porque ¿cuál cosa nos puede
impedir el llamar dichoso, libre, levantado, intrépido y firme al ánimo que está exento de
temor y deseos, teniendo por sumo bien a la virtud y por solo mal a la culpa? Todo lo
demás es una vil canalla, que ni quita ni añade a la vida bienaventurada, yendo y
viniendo sin causar al sumo bien aumento ni disminución. Forzoso es que al que está tan
bien fundado (quiera o no quiera) se le siga una continua alegría y un supremo gozo
venido de lo alto, porque vive contento con sus bienes, sin codiciar cosa fuera de sí. ¿Por
qué, pues, no ha de poner en balanza estas cosas con los pequeños, frívolos y poco
perseverantes movimientos del cuerpo, siendo cierto que el mismo día que se hallare en
deleite se hallará en dolores?
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Capítulo V
¿No echas de ver en cuán mala y perniciosa esclavitud servirá aquel a quien
alternadamente poseyeren, o ya los deleites, o ya los dolores, dueños inciertos y de flacas
fuerzas? Conviene, pues, buscar la libertad, y ninguna otra cosa la da sino el desprecio de
la fortuna, de que nace un inestimable bien, que es la quietud del ánimo, colocado en
lugar seguro, y una sublimidad y un gozo inmóvil, que tiene su origen de conocer la
quietud y latitud del ánimo, de quien recibe deleites, no como bienes, sino como nacidos
de su bien. Y porque he comenzado a mostrarme liberal, digo que también puede
llamarse bienaventurado aquel que, por beneficio de la razón, ha llegado a no desear y a
no temer; que aunque las piedras y los animales carecen de temor y tristeza, nadie los
llamó dichosos, faltándoles el conocimiento de la dicha. En el mismo número puedes
contar y poner aquellos hombres a quien su ruda naturaleza y el no tener conocimiento de
sí los ha reducido al estado de los brutos, sin que haya diferencia de los unos a los otros,
pues si aquellos carecen de razón, estos otros la tienen mala, siendo sólo diligentes para
su propio daño. Y ninguno que estuviere apartado de la verdad se podrá llamar
bienaventurado, y sólo lo será el que tuviere la vida estable y firme y el juicio cierto y
recto, porque el ánimo estará entonces limpio y libre de todos males, cuando no sólo se
apartare de las heridas, sino también de las escaramuzas, esperando a pie quedo a
defender el puesto que se le encargó, aunque se le muestra airada y contraria la suerte.
Porque aunque el deleite se extienda por todas partes, y por todas las vías influya, y con
halagos ablande el ánimo y saque de unas caricias y otras, con que solicite todos nuestros
sentidos, ¿cuál de los mortales, en quien se halle rastro de hombre, habrá quien quiera
que el deleite esté de día y de noche haciéndole cosquillas, para que desamparando el
ánimo venga a servir a las comodidades del cuerpo?
Capítulo VI
Diráme alguno que también el ánimo ha de tener sus deleites. Téngalos en buen hora y
siéntese a ser juez árbitro de la lujuria y los demás pasatiempos, y llénese de todo aquello
que suele deleitar los sentidos; ponga después los ojos en las cosas pasadas, y
acordándose de los antiguos entretenimientos, alégrese de ellos, acérquese a los futuros,
disponga sus esperanzas; y mientras su cuerpo está enviciado en la golosina presente,
ponga los pensamientos en lo que espera, que con sólo esto lo juzgo por el más
desdichado, siendo frenesí abrazar los males en lugar de los bienes. Ninguno sin salud es
bien afortunado, y no la tiene el que en vez de lo saludable apetece lo dañoso. Será, pues,
bienaventurado el que es su juicio recto, y el que se contentare con lo que posee, teniendo
amistad con su estado, y aquel a quien la razón guiare en sus acciones. Advierte en cuán
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torpe lugar pusieron el sumo bien los que dijeron lo era el deleite; y con todo eso niegan
el poderlo apartar de la virtud, y dicen que ninguno que viva bien puede dejar de vivir
con alegría; que el que vive en alegría vive juntamente con bien. Yo no veo cómo se
puedan unir cosas tan diversas. Decidme: ¿en qué fundáis que no puede separarse la
virtud del deleite? ¿Es por ventura porque todo principio de bien nace de la virtud? Pues
también de sus raíces nacen las cosas que vosotros amáis y apetecéis; y si no fuesen
distintas, no veríamos que algunas son deleitables y no buenas, y otras que, siendo
buenas, se han de buscar por asperezas y dolores.
Capítulo VII
Añade también que el deleite alcanza a la más torpe vida, y la virtud no admite esta
compañía, y que hay algunos que teniendo deleites son infelices, y antes de tenerlos les
nace el serlo, lo cual nos sucedería si el deleite se mezclase con la virtud, careciendo ella
muchas veces de él, sin jamás necesitar de su compañía. ¿Para qué, pues, haces unión de
lo que no sólo no es semejante, antes es diverso? La virtud es una cosa alta, excelsa, real
e infatigable; el deleite es abatido, servil, débil y caduco, cuya morada son los burdeles y
bodegones. A la virtud hallarás en el templo, en los consejos y en los ejércitos,
defendiendo las murallas, llena de polvo, encendida y con las manos llenas de callos.
Hallarás al deleite escondiéndose y buscando las tinieblas, ya en los baños, ya en las
estufas y en los lugares donde se recela la venida del juez. Hallarásle flaco, débil y sin
fuerzas, humedecido en vino y en ungüentos, descolorido, afeitado y asqueroso con
medicamentos. El sumo bien es inmortal, no sabe irse si no le echan, no causa fastidio ni
arrepentimiento, porque el ánimo recto jamás se altera, ni se aborrece, ni se muda, porque
sigue siempre lo mejor. El deleite cuando está dando más gusto, entonces se acaba, y
como tiene poca capacidad, hínchase presto y causa fastidio, marchitándose al primer
ímpetu, sin que se pueda tener seguridad de lo que está en continuo movimiento. Y así,
no puede tener subsistencia lo que con tanta celeridad viene y pasa para acabarse con el
uso, terminándose donde llega y caminando a la declinación cuando comienza.
Capítulo VIII
¿Pues qué diremos si en los buenos y en los malos hay deleite, y no alegra menos a los
torpes la culpa que a los buenos la virtud? Y por esta causa nos aconsejaron los antiguos
que siguiésemos la vida virtuosa y no la deleitable, de tal modo que el deleite no sea la
guía, sino un compañero de la ajustada voluntad. La naturaleza nos ha de guiar; a ésta
obedece la razón y con ella se aconseja, según lo cual es lo mismo vivir bien que vivir
conforme a los preceptos de la naturaleza. Yo declararé cómo ha de ser esto: Si
miráremos con recato y sin temor los dotes del cuerpo y las cosas ajustadas a la
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naturaleza, juzgándolos como bienes transitorios y dados para solo un día, y si no
entráremos a ser sus esclavos, ni tuvieren posesión de nosotros; si los que son deleitables
al cuerpo y los que vienen de paso los pusiéremos en el lugar en que suelen ponerse en
los ejércitos los socorros y la caballería ligera. Estos bienes sirvan y no imperen, que con
éstos serán útiles al ánimo. Sea el varón incorrupto y sin dejarse vencer de las cosas
externas; sea estimador de sí mismo; sea artífice de su vida, disponiéndose a la buena o
mala fortuna; no sea su confianza sin sabiduría, y sin constancia persevere en lo que una
vez eligiere, sin que haya cosa que se borre en sus determinaciones. También se debe
entender, aunque yo no lo diga, que este varón ha de ser compuesto, concertado,
magnífico y cortés; ha de tener una verdadera razón, asentada en los sentidos, tomando
de ella los principios, porque no hay otros en que estribar, ni donde se tome la carrera
para llegar a la verdad y volver sobre sí. Porque también el mundo, que lo comprende
todo, y Dios, que es el gobernador del Universo, camina y vuelve a las cosas exteriores.
Haga nuestro ánimo lo mismo, y cuando, habiendo seguido sus sentidos, hubiere por
ellos pasado a las cosas externas, tenga autoridad en ellas y en sí, y (para decirlo en este
modo) eche prisiones al sumo bien, que de esta suerte se hará una fortaleza y una
potestad concorde, de la cual nacerá una razón fija, no desconfiada, ni dudosa en las
opiniones, ni en las doctrinas, ni en la persuasión de sí mismo; y cuando ésta se dispone y
se ajusta en sí y, por decirlo en una palabra, cuando hiciere consonancia, habrá llegado a
conseguir el sumo bien, porque entonces no le queda cosa mala ni repentina, ni en que
encuentre, o con que vacile. Hará todas las cosas por su imperio, y ninguna
impensadamente; lo que hiciere le saldrá bien, con facilidad y sin repugnancia; porque la
pereza y la duda dan indicios de pelea y de inconstancia. Por lo cual, con osadía has de
defender que el sumo bien es una concordia del ánimo, y que las virtudes están donde
hubiere conformidad y unidad, y que los vicios andan siempre en continua discordia.
Capítulo IX
Dirásme que no por otra razón reverencio la virtud sino porque de ella espero algún
deleite. Lo primero digo, que aunque la virtud da deleite, no es esa la causa porque se
busca, que no trabaja para darle; si bien su trabajo, aunque mira a otros fines, da también
deleite, sucediendo lo que a los campos, que estando arados para las mieses dan también
algunas flores, y aunque éstas deleitan la vista, no se puso para ellas el trabajo, que otro
fue el intento del labrador, y sobrevínole éste. De la misma manera el deleite no es paga
ni causa de la virtud, sino una añadidura, y no agrada porque deleita, sino deleita porque
agrada. El sumo bien consiste en el juicio y en el hábito de la buena intención, que en
llenando el pecho y ciñéndose en sus términos, viene a estar en perfección sin desear cosa
alguna; porque como no hay cosa que esté fuera del fin, tampoco la hay fuera del todo; y
así, yerras cuando preguntas qué cosa es aquella por quien busco la virtud, que eso sería
buscar algo sobre lo supremo. ¿Pregúntasme qué pido a la virtud?; pido la misma virtud,
porque ella no tiene otra cosa que sea mejor, y es la paga de sí misma. Dirásme: -¿Pues
esto poco es cosa tan grande?- ¿No te he dicho que el sumo bien es un vigor
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inquebrantable de ánimo, que es una providencia, una altura, una salud, una libertad, una
concordia y un decoro? ¿Cómo, pues, quieres haya otra cosa mayor a quien éstas se
refieran? ¿Por qué me nombras el deleite? Que yo busco el bien del hombre, no el del
vientre, pues éste le tienen mayor los ganados y las bestias.
Capítulo X
Disimula (dice) lo que yo digo, porque niego que pueda vivir alguno con alegría, si no
vive juntamente con virtud: y esto no puede suceder a los animales mudos, que miden su
felicidad con la comida. Clara y abiertamente testifico que esta virtud que llamo alegre
no puede conseguirse sin juntarle la virtud. Tras esto, ¿quién ignora que de esos vuestros
deleites estén llenos los ignorantes, y que abunda la maldad en muchas cosas alegres, y
que el mismo ánimo, no sólo nos pone sugestión en malos géneros de deleites, sino en la
muchedumbre de ellos? Cuanto a lo primero, nos pone la insolencia y la demasiada
estimación propia, la hinchazón que nos levanta sobre los demás, el amor impróbido y
ciego a nuestras cosas, las riquezas transitorias, la alegría nacida de pequeñas y pueriles
causas, la dicacidad y locuacidad, la soberanía que con ajenos vituperios se alegra, la
pereza y flojedad de ánimo dormido siempre para sí. Todas estas cosas destierra la virtud
y amonesta a los oídos, y antes de admitir los deleites los examina, y aun de los que
admite hace poca estimación, alegrándose, no con el uso, sino con la templanza de ellos.
Luego si ésta disminuye los deleites, vendrá a ser injuria del sumo bien. Tú abrazas el
deleite, yo le enfreno; tú le disfrutas, yo le gozo; tú le tienes por sumo bien, yo ni aun le
juzgo por bien; tú haces todas las cosas en orden al deleite, yo ninguna. Y cuando digo
que no hago cosa alguna en orden al deleite, hablo en persona de aquel sabio a quien sólo
concedes el deleite.
Capítulo XI
Y no llamo sabio a aquel sobre quien tiene imperio cualquier cosa, cuanto más si le
tiene el deleite, porque el poseído de él, ¿cómo podrá resistir al trabajo, al peligro, a la
pobreza y a tantas amenazas que alborotan la vida humana? ¿Cómo sufrirá la presencia
de la muerte, cómo la del dolor, cómo los estruendos del mundo y cómo resistirá a los
ásperos enemigos si se deja vencer de tan flaco contrario? Éste hará todo lo que le
aconsejare el deleite. Atiende, pues, y verás cuántas cosas le aconseja. Dirásme que no le
podrá persuadir cosa torpe, por estar unido a la virtud. ¿No tornas a echar de ver las
calidades del sumo bien, y las guardas de que necesita para serlo? ¿Cómo podrá la virtud
gobernar al deleite, si le sigue, pues el seguir es acción del que obedece, y gobernar del
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que impera? ¿A las espaldas ponéis al que manda? Gentil oficio dais a la virtud, haciendo
que sea repartidora de deleites. Con todo eso hemos de averiguar si en éstos que tratan
tan afrentosamente a la virtud, hay alguna virtud, la cual no podrá conservar su nombre si
se rindió. Mientras hablamos de esta materia, podré mostrarte muchos que han estado
sitiados de sus deleites, por haber derramado en ellos la fortuna sus dádivas, siendo
forzoso me confieses fueron malos. Pon los ojos en Nomentano y Numicio, que andaban
(como éstos dicen) buscando los bienes del mar y de la tierra, reconociéndose en sus
mesas animales de todas las provincias del orbe: míralos, que desde sus lechos están
atendiendo a sus glotonerías, deleitando los oídos con músicas, los ojos con espectáculos
y el paladar con guisados. Pues advierte que todo su cuerpo está desafiado de blandos y
muelles fomentos; y porque las narices no estén holgando, se inficiona con varios
hedores aquel lugar donde se hacen las exequias a la lujuria. Podrás decirme de éstos que
viven en deleites, pero no que lo pasan bien, pues no gozan del bien.
Capítulo XII
Dirás que les irá mal, porque intervienen muchas cosas que les perturban el ánimo, y
las opiniones entre sí encontradas les inquietan la mente. Confieso que esto es así, mas
con todo eso, siendo ignorantes y desiguales, y sujetos a los golpes del arrepentimiento,
reciben grandes deleites: de suerte que es forzoso confesar están tan lejos del disgusto
cuanto del buen ánimo, sucediéndoles lo que a muchos que pasan una alegre locura, y
con risa se hacen frenéticos. Pero al contrario, los entretenimientos de los sabios son
detenidos y modestos, y como encarcelados y casi incomprensibles porque ni son
llamados, ni cuando ellos vienen son tenidos en estimación, ni son recibidos con alegría
de los que los gozan, porque los mezclan y entrometen en la vida como juego y
entretenimiento en las cosas graves. Dejen, pues, de unir lo que entre sí no tiene
conveniencia, y de mezclar con la virtud el deleite, que eso es lisonjear con todo género
de males al vicio, con lo cual el distraído en deleites y el siempre vago y embriagado
viendo que vive con ellos, piensa que asimismo vive con virtud, por haber oído que no
puede estar separado de ella el deleite, y con esto intitula a sus vicios con nombre de
sabiduría, sacando a luz lo que debiera estar escondido: con lo cual frecuenta sus vicios,
no impelido de la doctrina de Epicuro, sino porque entregado a sus culpas, las quiere
esconder en el seno de la filosofía, concurriendo a la parte donde oye alabar los deleites.
Y tengo por cierto que no hacen estimación del deleite de Epicuro (así lo entiendo) por
ser seco y templado, sino que solamente se acogen a su amparo y buscan su patrocinio,
con lo cual pierden un solo bien que tenían en sus culpas, que era la vergüenza, y así
alaban aquello de que solían avergonzarse, y gloríanse del pecado, sin que a la juventud
le quede fuerzas para levantarse desde que a la torpe ociosidad se le arrimó un honroso
nombre.
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Capítulo XIII
Por esta razón es dañosísima la alabanza del deleite, porque los preceptos saludables
están encerrados en lo interior, y lo aparente es lo que daña. Mi opinión es (diréla,
aunque sea contra el gusto de nuestros populares), que lo que enseñó Epicuro son cosas
santas y rectas y aun tristes, si te acercares más a ellas, porque aquel deleite se reduce a
pequeño y débil espacio, y la ley que nosotros ponemos a la virtud la puso él al deleite,
porque le manda que obedezca a la naturaleza, para la cual es suficiente lo que para el
vicio es poco. ¿Pues en qué consiste esto? En que aquel (séase quien se fuere) que llama
felicidad al abatido oficio, al pasar de la gula a la lujuria, busca buen autor a cosa que es
de suyo mala; y mientras se halla inducido de la blandura del nombre, sigue el deleite;
pero no es el que oye, sino el que él trae; y como comienza a juzgar que sus vicios son
conformes con las leyes, entrégase a ellos, no ya tímida ni paliadamente, sino en público
y sin velo, y dase a la lujuria sin cubrirse la cabeza. Así que yo no digo lo que muchos de
los nuestros, que la secta de Epicuro es maestra de vicios, antes afirmo que está
desacreditada e infamada sin razón: y esto nadie lo puede saber sin ser admitido a lo
interior de ella. El frontispicio da motivo a la mentira, y convida a esperanzas malas. Esto
es como ver un varón fuerte en traje de mujer: mientras te durare la vergüenza, estará
segura la virtud, y para ninguna deshonestidad estará desocupado tu cuerpo; en tus manos
está el pandero. Elíjase, pues, un honesto título y una inscripción que levante el ánimo a
repeler aquellos vicios que al instante que vienen le enervan las fuerzas. Cualquiera que
se llega a la virtud, da esperanzas de generosa inclinación: y el que sigue el deleite
descubre ser flaco, y que degenera, y que ha de parar en cosas torpes, si no hubiere quien
le distinga los deleites, para que conozca cuáles son los que le han de tener dentro del
natural deseo, y cuáles los que le han de despeñar: que siendo éstos infinitos, cuanto más
se llenan, están más incapaces de llenarse. Ea, pues, vaya la virtud delante, y serán
seguros todos los pasos. El deleite, si es grande, daña; pero en la virtud no hay que temer
la demasía, porque en ella misma se encierra el modo, porque no es bueno aquello que
con su propia grandeza padece.
Capítulo XIV
Verdaderamente os ha caído en suerte una naturaleza adornada de razón: y así, ¿qué
cosa se os puede proponer mejor que ella? Si os agrada el deleite, sea añadidura de la
virtud; y si tenéis inclinación de ir con acompañamiento a la vida feliz, vaya delante la
virtud: vaya detrás de ella el deleite, y siga como la sombra al cuerpo. Hubo algunos que,
siendo la virtud cosa tan excelente, la entregaron por esclava al deleite. Al ánimo capaz
Lucio Anneo Séneca Tratados morales
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no hay cosa que sea grande: sea la virtud la primera, lleve el estandarte, y con todo eso
tendremos deleite si, siendo dueños de él, le templáremos. Algo habrá que nos incite,
pero nada que nos compela; y al contrario, los que dieron el primer lugar al deleite,
carecieron de entrambas cosas, porque pierden la virtud, y no consiguen el deleite, antes
ellos son poseídos de él: con cuya falta se atormentan, y con cuya abundancia se ahogan:
siendo desdichados si no lo tienen, y más desdichados si los atropella: sucediéndoles lo
que a los que se hallan en el mar de las Sirtes, que unas veces se ven en la arena seca, y
otras fluctuando con la corriente de las ondas: y esto les acontece, o por demasiada
destemplanza, o por ciego amor de las cosas. Que al que en lugar de lo bueno codicia lo
malo, el conseguirlo le viene a ser peligroso; como cuando cazamos las fieras con peligro
y trabajo, y después de cogidas nos es cuidadosa su posesión, y tal vez despedazan al que
las cazó. Así los que gozan de grandes deleites vienen a parar en grandes males, que
siendo poseídos se apoderan del poseedor, y cuanto son ellos mayores es menor el que
los goza, con que viene a ser esclavo aquel a quien el vulgo llama feliz. Quiero proseguir
en esta comparación, diciendo que al modo que el cazador anda buscando las cuevas de
las fieras, haciendo grande aprecio de cogerlas en los lazos, cercando con perros los
espesos bosques para hallar sus huellas, y para esto falta a cosas más importantes, y
desampara sus más legítimas ocupaciones; así el que sigue los deleites lo pospone todo, y
desprecia su primera libertad, trocándola por el gusto del vientre; y este tal no compra los
deleites, antes él mismo es el que se vende a ellos.
Capítulo XV
Diráme alguno: ¿qué cosa prohibe que no puedan unirse la virtud y el deleite, y hacer
un sumo bien, de modo que una misma cosa sea honesta y deleitable? Porque la parte de
lo honesto no puede dejar de ser juntamente deleitable, ni el sumo bien puede gozar de su
sinceridad, si viere en sí cosa disímil de lo mejor, y el gozo que se origina de la virtud,
aunque es bueno, no es parte de bien absoluto, como no lo son la alegría y la tranquilidad,
aunque nazcan de hermosísimas causas: porque éstos son bienes que siguen al sumo bien,
pero no le perfeccionan. Y así el que injustamente hace unión del deleite y la virtud, con
la fragilidad del un bien, debilita el vigor del otro; y pone en servidumbre la libertad, que
fuera invencible si no juzgara había otra cosa más preciosa: porque con esto viene a
necesitar de la fortuna, que es la mayor esclavitud, y luego se le sigue una vida
congojosa, sospechosa, cobarde, temerosa y pendiente de cada instante de tiempo. Tú que
haces esto, no das a la virtud fundamento inmóvil y sólido, antes quieres que esté en
lugar mudable: porque, ¿qué cosa hay tan inconstante como la esperanza de lo fortuito y
la variedad de las cosas que aficionan al cuerpo? ¿Cómo podrá éste obedecer a Dios, y
recibir con buen ánimo cualquiera suceso, sin quejarse de los hados? ¿Y cómo será
benigno intérprete de los acontecimientos, si con cualesquier picaduras de los deleites se
altera? ¿Cómo podrá ser buen amparador y defensor de su patria y de sus amigos el que
se inclina a los deleites? Póngase, pues, el sumo bien en lugar donde con ninguna fuerza
pueda ser derribado, y donde no tengan entrada el dolor, la esperanza, el temor ni otra
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alguna cosa que deteriore su derecho: porque a tan grande altura sola puede subir la
virtud, y con sus pasos se ha de vencer esta cuesta: ella es la que estará fuerte, y sufrirá
cualesquier sucesos, no sólo admitiéndolos, sino deseándolos: conociendo que todas las
dificultades de los tiempos son ley de la naturaleza, y como buen soldado sufrirá las
heridas, contará las cicatrices, y atravesado con las picas, amará muriendo al emperador
por cuya causa muere, teniendo en el ánimo aquel antiguo precepto, Amar a Dios. Pero el
que se queja, llora y gime, y hace forzado lo que se le manda, viene compelido a la
obediencia: pues ¿qué locura es querer más ser arrastrado que seguir con voluntad? Tal,
por cierto, como sería ignorancia de tu propio ser, el dolerte y lamentarte de que te
sucedió algún caso acerbo; o admirarte igualmente, o indignarte de aquellas cosas que
suceden así a los buenos como a los malos, cuales son las enfermedades, las muertes y
los demás accidentes que acometen de través a la vida humana. Todo lo que por ley
universal se debe sufrir, se ha de recibir con gallardía de ánimo; pues el asentarnos a esta
milicia, fue para sufrir todo lo mortal, sin que nos turbe aquello que el evitarlo no pende
de nuestra voluntad. En reino nacimos y el obedecer a Dios es libertad.
Capítulo XVI
Consiste, pues, la verdadera felicidad en la virtud: ¿y qué te aconsejará ésta? Que no
juzgues por bien o por mal lo que te sucediere sin virtud o sin culpa, y que después de
esto seas inmóvil del bien para el mal, y que en todo lo posible imites a Dios. Y por esta
pelea, ¿qué se te promete? Cosas grandes, iguales a las divinas: a nada serás forzado, de
ninguna cosa tendrás necesidad; serás libre, seguro y sin ofensa; ninguna cosa intentarás
en vano: ninguna hallarás estorbo; todo saldrá conforme a tus deseos; no te sucederá cosa
adversa, y ninguna contra tu opinión o contra tu voluntad. ¿Pues qué diremos? ¿Es por
ventura la virtud perfecta y divina suficiente para vivir dichosamente? ¿Pues por qué no
lo ha de ser? Antes es superabundante, porque ninguna cosa le hace falta al que vive
apartado de los deseos de ellas, porque ¿de qué puede necesitar aquel que lo juntó todo
en sí? Mas con todo eso, el que camina a la virtud, aunque se haya adelantado mucho,
necesita de algún halago de la fortuna, mientras lucha con las cosas humanas, y mientras
se desata el lazo de la mortalidad. ¿Pues en qué está la diferencia? En que los unos están
asidos, presos y amarrados, y el que se encaminó a lo superior, levantándose más alto,
trae la cadena más larga; y aunque no está de todo punto libre, pasa plaza de libre.
Capítulo XVII
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Así que si alguno de éstos, que agavillados ladran a la filosofía, me dijere lo que
suelen: «¿Por qué hablas con mayor fortaleza de la que vives? ¿Por qué humillas tus
palabras al superior? ¿Por qué juzgas por instrumento necesario el dinero? ¿Por qué te
alteras con el daño? ¿Por qué lloras con las nuevas de la muerte de tu mujer o de tu
amigo? ¿Por qué cuidas tanto de tu fama? ¿Por qué te alteran las malas palabras? ¿Por
qué tienes jardines con mayor adorno del que pide el natural uso? ¿Por qué no comes con
las leyes que das? ¿Por qué tienes tan lucidas alhajas? ¿Para qué bebes vino de más años
que los que tú tienes? ¿Por qué labras casas? ¿Por qué plantas arboledas para sólo hacer
sombra? ¿Para qué trae tu mujer en sus orejas la hacienda de una casa rica? ¿Por qué das
a tus criados tan costosas libreas? ¿Por qué has introducido que en tu casa sea ciencia el
servir, haciendo que los aparadores se dispongan, no a caso, sino con arte? ¿Para qué
tienes maestro de trinchar las aves?» Añade si te parece. «¿Para qué tienes hacienda en la
otra parte del mar? ¿Para qué posees más de lo que conoces? ¿Por qué eres tan torpe o tan
descuidado, que no tienes noticia de tus pocos criados, o vives tan desconcertadamente,
que por tener tantos no es suficiente tu memoria a conocerlos?» Yo ayudaré y esforzaré
después estos baldones que me das, y me haré otros muchos cargos más de los que tú me
pones. Pero por ahora te respondo, no como sabio, sino para dar pasto a tu mala voluntad,
y no lo yerro. «Lo que de presente me pido a mí, no es el ser igual a los mejores, sino el
ser mejor que los malos. Bástame el ir cercenando cada día alguna parte de mis vicios, y
castigando mis culpas. No he llegado hasta ahora a la salud, ni llegaré tan presto: busco
para la gota, ya que no remedios, a lo menos fomentos que la disminuyan, contentándome
con que venga menos veces, y que me amenace menos fiera: y así, comparado con la
ligereza de vuestros pies, soy débil corredor.»
Capítulo XVIII
«No digo esto por mí, que me hallo en el golfo de todos los vicios, sino por el que
tiene algo de bueno.» Dirásme que hablo de una manera, y vivo de otra. Esto mismo fue
objetado por malísimas cabezas, y enemigas de los buenos, a Platón, a Epicuro y a
Zenón, porque todos éstos hablaron, no como vivieron, sino como debieran vivir: «Yo no
hablo de mí, sino de la virtud; y cuanto digo injurias a los vicios las digo en primer lugar
a los míos. Cuando pudiere, viviré como convenga, y no me apartará de lo bueno esta
malignidad teñida con mucho veneno, ni la ponzoñosa (que derramáis en otros, con que
os matáis a vosotros mismos) me impedirá el perseverar en alabar la vida (no la que
tengo, sino la que conozco debo tener), ni me hará dejar de adorar la virtud, ni de
seguirla, aunque tras ella vaya arrastrando largo trecho. ¿He de esperar por ventura a que
haya alguna cosa sin mezcla de malevolencia, de la cual no fueron reservados ni Rutilio
ni Catón? ¿A quién no tendrán por demasiado rico los que tienen por poco pobre a
Demetrio Cínico?» ¡Oh varón fuerte y guerreador contra todos los deseos de la
naturaleza, y por esto más pobre que todos los cínicos!, porque con haberse prohibido el
poseer se prohibió el pedir. Niegan que fue harto pobre, porque, como ves, no profesó la
ciencia de la virtud, sino solamente la pobreza.
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