domingo, 25 de noviembre de 2018

EL CRISTIANISMO Y EL MUNDO ANTIGUO

“En el principio existía la Palabra, y la Palabra
estaba con Dios, y Dios era la Palabra.”
(Juan 1, 1)EN EL PRINCIPIO... UN TAL JESÚS
JESÚS EN LAS FUENTES HISTÓRICAS
La vida de Jesús transcurrió1 durante un periodo breve de tiempo y
en un lugar apartado del dilatado imperio romano. Nacido en torno al año 7
o 6 a. C, antes del fallecimiento de Herodes el Grande, su muerte tuvo lugar
en la primavera del año 30 d. C. Sin embargo, pese al distanciamiento
cronológico de su existencia a nuestros días, lo cierto es que contamos con
una serie de fuentes antiguas relativas a ella que no pueden calificarse ni de
escasas ni de carentes de importancia. Por supuesto, los Evangelios
canónicos —unas fuentes singularmente antiguas y bien transmitidas2— de
Mateo, Marcos, Lucas y Juan presentan un testimonio privilegiado, pero ni
constituyen la mayoría de las fuentes sobre Jesús ni las únicas. En realidad,
los documentos históricos que contienen referencias a Jesús son muy
variadas y, en términos generales, pese a proceder en no pocas ocasiones de
contextos adversos, los datos proporcionados en ellos coinciden con buena
parte de los transmitidos por los Evangelios.
Sin duda, los ejemplos más elocuentes al respecto son los
proporcionados por las fuentes judías, un conjunto de escritos relacionados
con los escritos rabínicos y con las obras de Flavio Josefo. En relación a las
primeras, hay que señalar que se trata de un conjunto de fuentes que resulta
especialmente negativo en su actitud hacia el personaje. Pese a todo,
1 La bibliografía sobre Jesús es muy extensa y, por desgracia, los aportes interesantes no
son muchos. Remitimos al lector a la recogida en nuestro Diccionario de Jesús y los
Evangelios, Estella, 1995, donde se detallan las discusiones sobre el tema.
2 Al respecto, véase el Apéndice de la presente obra.
siquiera indirectamente, vienen a confirmar buen número de los datos
suministrados acerca de él por los autores cristianos. En el Talmud, por
ejemplo, se afirma que realizó milagros —aunque, por supuesto, se
atribuyen al empleo de la hechicería— (Sanh 107; Sota 47b; J. Hag. II, 2);
que sedujo a Israel (Sanh 43a) y que por ello fue ejecutado por las
autoridades judías que lo colgaron la víspera de Pascua (Sanh 43 a). Se nos
dice asimismo que se proclamó Dios y anunció que volvería por segunda
vez (Yalkut Shimeoni 725). Se insiste en que fue un falso maestro (se le
acusa, por ejemplo, de relativizar el valor de la ley de Moisés), lo que le
habría hecho acreedor a la última pena, e incluso algún pasaje del Talmud
llega a representarlo en el otro mundo condenado a padecer entre
excrementos en ebullición (Guit. 56b-57a). Con todo, este juicio
denigratorio no es unánime, y así, por ejemplo, se cita con aprecio alguna
de las enseñanzas de Jesús (Av. Zar. 16b-17a; T. Julin II, 24).
En el caso de Flavio Josefo —un miembro de una familia sacerdotal
judía que nació en Jerusalén el año primero del reinado de Calígula (37-38
d. C.)— las referencias a Jesús son menos, tan solo dos, pero, desde luego,
no puede decirse que carezcan de interés. La primera se halla en Ant XVIII,
63, 64, y la segunda, en XX, 200-3. Su texto en la versión griega es como
sigue:
Vivió por esa época Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar
hombre. Porque fue hacedor de hechos portentosos, maestro de hombres que
aceptan con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y a muchos de origen
griego. Era el Mesías. Cuando Pilato, tras escuchar la acusación que contra él
formularon los principales de entre nosotros, lo condenó a ser crucificado,
aquellos que lo habían amado al principio no dejaron de hacerlo. Porque al tercer
día se les manifestó vivo de nuevo, habiendo profetizado los divinos profetas
estas y otras maravillas acerca de él. Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la
tribu de los cristianos (Ant XVIII, 63-64)3.
Por lo que se refiere a la segunda dice así:
El joven Anano... pertenecía a la escuela de los saduceos, que son, como ya he
explicado, ciertamente los más desprovistos de piedad de entre los judíos a la
hora de aplicar justicia. Poseído de un carácter así, Anano consideró que tenía
una oportunidad favorable porque Festo había muerto y Albino se encontraba
aún de camino. De manera que convenció a los jueces del Sanedrín y condujo
ante ellos a uno llamado Santiago, hermano de Jesús el llamado Mesías y a
algunos otros. Los acusó de haber transgredido la Ley y ordenó que fueran
lapidados. Los habitantes de la ciudad que eran considerados de mayor
moderación y que eran estrictos en la observancia de la Ley se ofendieron por
aquello. Por lo tanto, enviaron un mensaje secreto al rey Agripa, dado que
3 Al igual que todos los otros textos reproducidos en este ensayo, el presente ha sido
traducido de la lengua original por el autor.
Anano no se había comportado correctamente en su primera actuación, instándole
a que le ordenara desistir de similares acciones ulteriores. Algunos de ellos
incluso fueron a ver a Albino, que venía de Alejandría, y le informaron de que
Anano no tenía autoridad para convocar el Sanedrín sin su consentimiento.
Convencido por estas palabras, Albino, lleno de ira, escribió a Anano
amenazándolo con vengarse de él. El rey Agripa, a causa de la acción de Anano,
lo depuso del Sumo sacerdocio que había ostentado durante tres meses y lo
reemplazó por Jesús, el hijo de Damneo.
Aunque ninguno de estos dos pasajes de las Antigüedades es
aceptado de manera unánime como auténtico, lo más corriente es aceptar la
autenticidad del segundo texto en su totalidad y la del primero
parcialmente, considerando que está interpolado de manera parcial o
completa4. Con todo, resulta muy posible que este último sea también
auténtico, aunque mutilado. El hecho de que Josefo hablara en Ant XX de
Santiago como «hermano de Jesús llamado Mesías» —una referencia tan
magra y neutral que no podría haber surgido de un interpolador cristiano—
hace pensar que había hecho referencia a Jesús previamente. Esa referencia
anterior acerca de Jesús sería, como es natural, la de Ant XVIII, 3, 3. La
autenticidad de este pasaje no fue cuestionada prácticamente hasta el siglo
XIX, ya que todos los manuscritos que nos han llegado lo contienen. Tanto
la limitación de Jesús a una mera condición humana como la ausencia de
otros apelativos convierte en casi imposible el que su origen sea el de un
interpolador cristiano. Además la expresión tiene paralelos en el mismo
Josefo (Ant XVIII, 2, 7; X, 11, 2). Con seguridad también es auténtico el
relato de la muerte de Jesús, en el que se menciona la responsabilidad de
los saduceos en la misma y se descarga la culpa sobre Pilato, algo que
ningún evangelista (no digamos cristianos posteriores) estaría dispuesto a
afirmar de forma tan tajante, pero que sería lógico en un fariseo y más si no
simpatizaba con los cristianos y se sentía inclinado a presentarlos bajo una
luz desfavorable ante un público romano. Otros aspectos del texto apuntan
asimismo a un origen josefino: la referencia a los saduceos como «los
primeros entre nosotros»; la descripción de los cristianos como «tribu»
(algo no necesariamente peyorativo) (comp. con Guerra III, 8, 3; VII, 8, 6);
etcétera. Resulta, por lo tanto, muy posible que Josefo incluyera en las
Antigüedades una referencia a Jesús como un «hombre sabio», cuya
muerte, instada por los saduceos, fue ejecutada por Pilato, y cuyos
seguidores seguían existiendo hasta la fecha en que Josefo escribía. Más
dudosas resultan la clara afirmación de que Jesús «era el Mesías» (Cristo);
4 Una discusión muy amplia sobre las diversas opiniones del denominado «testimonio
flaviano», en C. Vidal, El judeocristianismo en la Palestina del siglo I: de Pentecostés a
]amnia, págs. 36 y sigs. Podemos señalar que de los dos textos el segundo es
seguramente auténtico en su totalidad y que el primero también es auténtico pero pudo
sufrir recortes —no interpolaciones— que favorecieran una relectura cristiana.
las palabras «si es que puede llamársele hombre»; la referencia como
«maestro de gentes que aceptan la verdad con placer» quizá sea también
auténtica en su origen, si bien en la misma podría haberse deslizado un
error textual al confundir (a propósito o no) el copista la palabra TAAEZE
con TALEZE; y la mención de la resurrección de Jesús.
En resumen, podemos señalar que el retrato acerca de Jesús que
Josefo reflejó originalmente pudo ser muy similar al que señalamos a
continuación: Jesús era un hombre sabio, que atrajo en pos de sí a mucha
gente, si bien la misma estaba guiada más por un gusto hacia lo novedoso
(o espectacular) que por una disposición profunda hacia la verdad. Se decía
que era el Mesías y, tal vez por ello, los miembros de la clase sacerdotal
decidieron acabar con él entregándolo con esta finalidad a Pilato, que lo
crucificó. Pese a todo, sus seguidores, llamados cristianos a causa de las
pretensiones mesiánicas de su maestro, dijeron que se les había aparecido.
En el año 62, un hermano de Jesús, llamado Santiago, fue ejecutado
además por Anano, si bien, en esta ocasión, la muerte no contó con el apoyo
de los ocupantes, sino que tuvo lugar aprovechando un vacío de poder
romano en la región. Tampoco esta muerte había conseguido acabar con el
movimiento5.
Como era lógico esperar —Judea era un lugar perdido del imperio y
carente de importancia económica, política, cultural y social— las
referencias a Jesús en las fuentes clásicas son muy limitadas. Sin embargo,
no faltan. Tácito [n. 56-57 d. C, y fallecido quizá durante el reinado de
Adriano (117-138 d. C.)], se refiere a Jesús en los Anales XV, 44. Esta
obra, escrita hacia el 115-7, contiene una mención explícita del
cristianismo. El texto señala que los cristianos eran originarios de Judea,
que su fundador había sido un tal Cristo —resulta más dudoso saber si
Tácito consideró la mencionada palabra como título o como nombre
propio—, ejecutado por Pilato, y que durante el principado de Nerón sus
seguidores ya estaban afincados en Roma, donde no eran precisamente
populares.
Suetonio —un historiador aún joven durante el reinado de
Domiciano (81-96 d. C.)— menciona en su Vida de los Doce Césares
5 Aparte de los textos mencionados, debe hacerse referencia a la existencia del Josefo
eslavo y de la versión árabe del mismo. Esta última, recogida por un tal Agapio en el
siglo X, coincide en buena medida con la lectura que de Josefo hemos realizado en las
páginas anteriores; sin embargo, su autenticidad resulta problemática. Su traducción al
castellano dice así: «En este tiempo existió un hombre sabio de nombre Jesús. Su
conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones
se convirtieron en discípulos suyos. Los que se habían convertido en sus discípulos no
lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión
y que estaba vivo; según esto, fue quizá el Mesías del que los profetas habían contado
maravillas». En cuanto a la versión eslava, se trata de un conjunto de interpolaciones no
solo relativas a Jesús, sino también a los primeros cristianos.
(Claudio XXV) una medida del emperador Claudio encaminada a expulsar
de Roma a unos judíos que causaban tumultos a causa de un tal «Cresto»6.
El pasaje parece concordar con lo relatado en Hechos 18, 2 y podría
referirse a una expulsión que, según Orosio (VII, 6, 15), tuvo lugar en el
noveno año del reinado de Claudio (49 d. C). En cualquier caso no pudo ser
posterior al año 52.
Por último, Plinio el Joven (61-114 d. C), gobernador de Bitinia bajo
Trajano, menciona a los cristianos en el décimo libro de sus Cartas (X, 96,
97). Por sus referencias sabemos que consideraban que Cristo era Dios y
que se dirigían a él con himnos y oraciones. Gente pacífica, pese a los
maltratos recibidos en ocasiones por parte de las autoridades romanas, no
dejaron de contar con abandonos en sus filas.
En su conjunto, las referencias judías y, en menor medida, clásicas
permiten trazar un cuadro bastante coherente de la existencia de Jesús. Pese
a todo, la fuente más importante la constituyen —no podía ser de otra
manera— los Evangelios. Aunque no se puedan considerar con propiedad
lo mismo que en la actualidad entendemos como biografía en el sentido
historiográfico contemporáneo, no puede negarse que sí encajan —en
particular en el caso de Lucas— con los patrones historiográficos de su
época. En conjunto, presentan, por lo tanto, un retrato coherente de Jesús y
nos proporcionan un número considerable de datos que permiten
reconstruir históricamente su enseñanza y vida pública.
EL JESÚS HISTÓRICO
Partiendo de forma estricta de las fuentes históricas —en no pocos casos
hostiles— podemos reconstruir con notable seguridad lo que fue la vida de
Jesús. Su nacimiento hay que situarlo poco antes de la muerte de Herodes
el Grande (4 a. C.) (Mateo 2, 1 y sigs.). El mismo se produjo en Belén
(aunque algunos autores sin mucha base prefieren pensar en Nazaret como
su ciudad natal), y los datos que proporcionan los Evangelios en relación
con su ascendencia davídica deben tomarse como ciertos7, aunque esta
fuera a través de una rama secundaria. Buena prueba de ello es que cuando
6 Es objeto de controversia si Chrestus es una lectura asimilable a Christus. En ese
sentido se definió Schürer junto con otros autores. Graetz, por el contrario, ha
mantenido que Chrestus no era Cristo, sino un maestro cristiano contemporáneo del
alejandrino Apolos, al que se mencionaría en I Corintios 1:12, donde debería leerse
«Jréstu» en lugar de «Jristu». La idea de que Cresto fuera un mesías judío que hubiera
acudido a Roma a sembrar la revuelta resulta un tanto inverosímil.
7 En ese mismo sentido, véase una discusión amplia con bibliografía, en la sección de
cristología de C. Vidal, El judeocristianismo..., ídem, «Jesús», en Diccionario de Jesús
y los Evangelios.
el emperador romano Domiciano decidió acabar con los descendientes del
rey David hizo detener también a algunos familiares de Jesús, tal y como lo
recoge Eusebio de Cesárea (HE 1, 7) citando un testimonio de Julio
Africano.
Exiliada su familia a Egipto (un dato que se menciona también en el
Talmud y en otras fuentes judías), regresó a Palestina a la muerte de
Herodes, pero, por temor a Arquelao, sus parientes fijaron su residencia en
Nazaret, donde se mantendría durante los años siguientes (Mateo 2, 22-3).
Salvo una breve referencia que aparece en Lucas 2, 21 y sigs., no volvemos
a saber datos sobre Jesús hasta que este sobrepasó los treinta años. Por esa
época, fue bautizado por Juan el Bautista (Mateo 3 y paralelos), al que
Lucas presenta como pariente lejano de Jesús (Lucas 1, 39 y sigs.). Durante
su bautismo, Jesús tuvo una experiencia que confirmó su autoconciencia de
filiación divina así como de mesianidad8. De hecho, en el estado actual de
las investigaciones, la tendencia mayoritaria de los historiadores es la de
aceptar que, en efecto, Jesús se vio a sí mismo como Hijo de Dios —en un
sentido especial y distinto del de cualquier otro ser— y como Mesías. En
cuanto a su visión de la mesianidad, al menos desde los estudios de T. W.
Manson, parece haber poco terreno para dudar de que esta fue
comprendida, vivida y expresada bajo la estructura del siervo de Yahveh
(Mateo 3, 16 y paralelos) y del Hijo del hombre. Muy posible además es
que esta autoconciencia resultara anterior al bautismo. Los sinópticos —
aunque asimismo se sobreentiende en Juan— hacen referencia a un periodo
de tentación diabólica experimentado por Jesús con posterioridad al
bautismo (Mateo 4, 1 y sigs. y paralelos) y en el que se habría perfilado del
todo su modelo mesiánico rechazando los patrones políticos, meramente
sociales o espectaculares del mismo. No otro significado tienen las distintas
tentaciones referidas en Mateo 4 y Lucas 4: todos los reinos de la tierra, la
transformación de las piedras en pan o el descenso desde el pináculo del
Templo. Este periodo de tentación se corresponde, sin duda, con una
experiencia histórica —quizá referida por Jesús personalmente a sus
discípulos— que, por otro lado, se repetiría en ocasiones después del inicio
de su vida pública.
Tras este episodio se inició una primera etapa de su predicación que
transcurrió sobre todo en Galilea, aunque se produjeran breves visitas a
territorio gentil y a Samaria. A pesar de que en la predicación se consideró
entrañablemente relacionado con «las ovejas perdidas de la casa de Israel»,
no es menos cierto que Jesús mantuvo contactos con gentiles y que incluso
llegó a afirmar que la fe de uno de ellos era mayor que la que había
encontrado en Israel y que llegaría el día en que muchos como él se
8 Para este y otros aspectos de discusión de temas cristológicos remitimos a C. Vidal,
Diccionario de Jesús y los Evangelios, op. cit.
sentarían en el Reino con los Patriarcas (Mateo 8, 5-13; Lucas 7, 1-10). Al
actuar de esa manera, Jesús se distanciaba de forma radical de las demás
sectas judías9. No solo de los estrictos esenios de Qumrán, que incluso
cuestionaban la legitimidad de la vida espiritual del resto de Israel, sino
incluso de la mayoría de los fariseos —la secta más abierta y liberal del
judaísmo—, que rechazaban la entrada de los gentiles en Israel siguiendo
las posiciones de rabinos como Shammay. De esa manera, más que
implícita, Jesús procedía a universalizar la esperanza de Israel y la
ampliaba al resto de las naciones10.
En esa misma época, Jesús comenzó a predicar un mensaje radical —
muchas veces expresado en un género narrativo conocido en hebreo como
mashal y entre nosotros como parábolas— que chocaba con las
interpretaciones de algunos sectores del judaísmo (Mateo 5-7). Este
periodo de su vida pública concluyó, en términos generales, con un fracaso
(Mateo 11, 20 y sigs.). Los mismos hermanos11 de Jesús no creyeron en él
(Juan 7, 1-5) y junto con su madre incluso intentaron en ocasiones apartarle
de su misión (Marcos 3, 31 y sigs. y paralelos). Aún peor reaccionaron sus
paisanos (Mateo 13, 55 y sigs.) a causa de que su predicación se centraba
en la necesidad de la conversión o cambio de vida en razón del Reino, de
que pronunciaba terribles advertencias relacionadas con las graves
consecuencias que se derivarían de rechazar este mensaje divino y de que
se negó terminantemente a convertirse en un mesías político (Mateo 11, 20
y sigs.; Juan 6, 15).
Las fuentes históricas nos proporcionan los datos seguros suficientes
para reconstruir las líneas maestras fundamentales de la enseñanza de
Jesús. En primer lugar, su mensaje resultaba provocadoramente
universalista. El judaísmo era una fe que no estaba del todo cerrada a la
recepción de extranjeros en su seno. De hecho, durante los siglos anteriores
se había producido incluso una cierta expansión del judaísmo en ambientes
gentiles. Pese a todo, no dejaba de ser una fe étnica. La alternativa ofrecida
a los prosélitos consistía en convertirse en judíos —a través de la
9 Sobre las sectas judías, véase: «Fariseos», «Saduceos», «Esenios» y «Herodianos», en
C. Vidal, Diccionario de Jesús y los Evangelios, Estella, 1995.
10 Durante esta etapa galilea los Evangelios atribuyen a Jesús una serie de milagros,
especialmente curaciones y expulsiones de demonios. Excede el objeto del presente
estudio adentrarse en esa cuestión. Baste decir que los relatos evangélicos aparecen
confirmados por las fuentes hostiles del Talmud. Una vez más, la tendencia
generalizada entre los historiadores hoy día es la de considerar que, al menos, algunos
de los relatados en los Evangelios acontecieron en realidad y, desde luego, el tipo de
relatos que los describen apuntan a la autenticidad de los mismos. En este sentido,
véase: J. Klausner, Jesús de Nazaret, Buenos Aires, 1971; M. Smith, Jesús el mago,
Barcelona, 1988; C. Vidal, «Milagros», en Diccionario de Jesús...
11 Sobre los hermanos de Jesús, véase: «Hermanos de Jesús», «Santiago», «Simón» y
«Judas», en C. Vidal, Diccionario de Jesús...
circuncisión o del baño ritual en el caso de las mujeres— o en creyentes de
segunda clase, los temerosos de Dios, a los que se permitía acudir a las
sinagogas pero sin integrarse en su totalidad en el pueblo de Israel. A estos
les esperaba un lugar en el «mundo venidero» pero, desde luego, no en pie
de igualdad con los judíos. En otras palabras, su salvación era, en un
sentido literal, una salvación de segundo orden.
En el seno del judaísmo no solo se producía una clara separación de
carácter étnico-religioso que implicaba la plenitud de fe solo para aquellos
que se integraban en una realidad nacional, la judía, sino que además se
mantenían otras divisiones tanto de carácter social como sexual. En
términos comparativos, la Torah mosaica por la que se regía el judaísmo
contemplaba con relativa benevolencia a los esclavos de origen judío. Con
todo, en la práctica, la situación de los esclavos gentiles era muy similar a
la padecida por cualquier desdichado de esta condición en el mundo nojudío12.
Se les ofrecía de manera generalizada la posibilidad de convertirse
al judaísmo y las fuentes históricas señalan que algunos optaban al cabo de
cierto tiempo por aceptar el ofrecimiento, quizá en no pocos casos con la
esperanza de mejorar su condición.
Por lo que se refiere a la condición de la mujer, la Torah manifestaba
hacia ella una mayor consideración que la que podía esperar encontrar en el
mundo helenístico. Aun así, no era posible negar que su status social era
claramente subordinado. Durante los meses de su menstruación incurría en
un estado de impureza ritual o nidah, impureza que volvía a producirse tras
las relaciones sexuales, con posterioridad al parto, etcétera. Aunque se
esperaba en teoría que prestara su consentimiento libre al marido escogido
por su familia, por regla general parece que se producía solo una aceptación
de los hechos consumados. Por supuesto, la muerte de su esposo representaba
un drama de tal magnitud que la viuda constituía un paradigma
de ser menesteroso. Por añadidura, el hecho de que pudiera acceder a una
cierta instrucción era por lo general muy excepcional.
Por último, el judaísmo —como las religiones con un fuerte
contenido ritual— manifestaba un rechazo evidente hacia aquellos judíos
que no cumplían de manera mínimamente meticulosa los principios
mosaicos de limpieza religiosa. Para este sector de la población, que en
muchos lugares debió de ser mayoritario, se reservaba el nombre de am-haarets,
literalmente, la gente de la tierra, así como un comportamiento despectivo.
Los Evangelios aparecen repletos de ejemplos de esa conducta
denigratoria —como, por ejemplo, la parábola del fariseo y el publicano
(Lucas 18, 9 y sigs.) o el relato de la conversión de Mateo (Marcos 2, 13-
12 Sobre la situación de las distintas clases sociales en el judaísmo contemporáneo de
Jesús, véase: C. Vidal, El judeocristianismo..., Madrid, 1994, págs. 205 y sigs.
17)—, pero, de forma comparativa, describe muchos menos de los que
podemos hallar en las páginas del Talmud.
Sobre este trasfondo judaico, la enseñanza de Jesús resultaba
excepcional y no debe resultar extraño que provocara reacciones muy
negativas entre sus compatriotas. Para empezar, Jesús rechazó las
diferenciaciones de tipo étnico o racial. Causando la sorpresa de sus
mismos discípulos, se trató con los samaritanos (Juan 4), un pueblo
distanciado de los judíos por una enemistad de siglos13, y, como ya hemos
señalado, cometió la indecible osadía de afirmar que los gentiles se
sentarían al lado de Abraham, Isaac y Jacob, los personajes fundacionales
de Israel, mientras no pocos judíos serían rechazados. El hecho de que una
fe sea considerada universal y abierta a todos los pueblos puede parecer
hoy día natural. No lo era en el siglo I y, desde luego, no provocó
reacciones positivas ni entre los propios seguidores de Jesús, que tuvieron
dificultades para adaptarse a esa circunstancia, ni entre sus compatriotas.
Aún más difícil de asimilar resultaba la actitud de Jesús hacia los
sectores más desfavorecidos de una sociedad rígidamente dividida por
razones sociales y rituales. Un ejemplo elocuente de esa circunstancia se
halla en su actitud hacia las mujeres. Jesús las trató con una cercanía y una
familiaridad que llamó la atención incluso de sus mismos discípulos (Juan
4, 27). A diferencia de los rabinos de su tiempo, que no se hubieran
acercado nunca a una mujer —¿quién se hubiera arriesgado a contraer la
impureza ritual procedente de una menstruante?—, son repetidos los casos
en que Jesús habló en público con ellas incluso en situaciones muy
delicadas (Mateo 26, 7; Lucas 7, 35-50; 10, 38 y sigs.; Juan 8, 3-11). No
solo eso. Las puso como ejemplo de conducta en el seno de una cultura
acusadamente patriarcal (Mateo 13, 33; 25, 1-13; Lucas 15, 8) e incluso
encomió en público sus virtudes (Mateo 15, 28). Desde luego, las fuentes
recogen varios episodios en los que las mujeres fueron objeto de la
atención de Jesús (Mateo 8, 14; 9, 20; 15, 22; Lucas 8, 2; 13, 11) y llegaron
a convertirse en discípulos suyos, de nuevo un fenómeno reprobable desde
la óptica judía (Lucas 8, 1-3; 23, 55).
Esta conducta desagradablemente provocativa llevó a Jesús incluso a
compartir la mesa con los sectores sociales más despreciados. Su cercanía a
«pecadores y publícanos» ocasionó acerbas críticas desde el principio de su
predicación (Marcos 2, 12 y sigs.), así como el hecho de que uno de sus
discípulos hubiera pertenecido al odiado grupo de los recaudadores de
impuestos para Roma o de que acogiera con agrado el arrepentimiento de
un jefe de publícanos como Zaqueo (Lucas 19, 1 y sigs.). Asimismo,
relatos como aquel en que contraponía a un odiado y pecador publicano
con un cumplidor (y autosuficiente) fariseo, inclinándose en favor del
13 Al respecto, véase «Samaritanos», en C. Vidal, Diccionario de Jesús...
primero, provocaron reacciones comprensiblemente irritadas (Lucas 18, 9-
14).
Pese a su notable originalidad, pese a su visión marcadamente
universalista, pese a su acusado contraste con la realidad del judaísmo
coetáneo, resultaría un fácil anacronismo atribuir a Jesús una visión
idealizada de la Humanidad. El no cayó, desde luego, ni en un optimismo
antropológico, ni en un apocalipticismo populista, ni en un idealismo
feminista. Por el contrario, hay que señalar que la perspectiva con que
Jesús contemplaba al género humano era más bien pesimista, ya que
descansaba en la creencia de que todos los seres humanos se hallan en una
situación de extravío o perdición. En relatos como los recogidos en el
capítulo 15 de Lucas, la Humanidad es asemejada a una oveja que se ha
descarriado, a una moneda que se ha perdido o a un hijo pródigo que ha
desperdiciado su fortuna y que se encuentra en una miserable situación de
la que desearía salir aunque se ve incapaz de hacerlo. Esa condición de
seres perdidos explica de forma cabal que Jesús no deseara realizar —y no
lo hiciera ciertamente— distingos entre hombres y mujeres, injustos y en
apariencia justos, esclavos y libres, incluso entre judíos y no-judíos. Todos
eran enfermos y todos necesitaban de médico sin excepción alguna
(Marcos 2, 15-7).
Precisamente esa visión pesimista de los seres humanos explica la
comprensión que del poder político tenía Jesús. Frente a la tesis de una
monarquía de carácter divino, que Israel compartía matizadamente con
otros pueblos de Oriente —y que Roma había comenzado a asimilar desde
César y Augusto siquiera en provincias—, en Jesús encontramos una
notable desconfianza hacia los poderes políticos. En Lucas 4 se conecta a
estos de manera clara con el propio Satanás, y en Mateo 20, 24 y sigs. se
recoge una referencia explícita de Jesús sobre los gobernantes: «Sabéis que
los gobernantes de las naciones las gobiernan como señores y los grandes
las oprimen con su poder». Esta actitud de Jesús hacia la política explica en
buena medida su rechazo de opciones revolucionarias y de la violencia
precisamente en el seno de una cultura que unas décadas después estallaría
arrastrada por la espada de los zelotes14. Al mismo tiempo, Jesús no dejó de
manifestar su desprecio hacia gobernantes como Herodes o Pilato. Lo que
enseñaba no era la necesidad de sustituir a un gobernante por otro, sino la
de cambiar una visión de la política por otra muy distinta. Como tendremos
ocasión de ver, este aspecto de la enseñanza de Jesús tendría un fecundo
trayecto durante los siglos venideros.
En segundo lugar, la visión de Jesús implicaba un compromiso ético
y vivencial de características muy concretas que se denomina muchas veces
14 Sobre la sublevación judía del 66 d. C, véase: C. Vidal, El judeocristianismo...,
Madrid, págs. 179 y sigs. y 191 y sigs.
en las fuentes con el nombre de conversión15. El llamado a la conversión
formaba parte esencial de la predicación de Jesús (Marcos 1, 14-5),
apareciendo esta simbolizada en relatos como el del hijo pródigo (Lucas
15) o en símiles como los del enfermo que ha de recibir la ayuda del
médico (Marcos 2, 16-7). Según la enseñanza de Jesús, es la conversión la
que permite acceder a la condición de hijo de Dios (Juan 1, 12) y obtener la
vida eterna (Juan 5, 24), y precisamente por su importancia imprescindible
a la hora de decidir el destino eterno del hombre, Dios se alegra de la
conversión (Lucas 15, 4-32) y Jesús considera el llamado a ella como
núcleo central e irrenunciable de su Evangelio (Lucas 24, 47).
Sin embargo, esta conversión no tenía como finalidad un mero
cambio de ideas religiosas, sino el inicio real de una nueva vida. En ella
resultaba esencial la encarnación de valores éticos como la relativización
de lo material (Mateo 6, 25 y sigs.), la fidelidad conyugal y la estabilidad
matrimonial (Mateo 5, 25-8 y 5, 31-2), el respeto a la palabra y la veracidad
(Mateo 5, 33-7) o la renuncia a la violencia y a la venganza (Mateo 5, 38-
42). Para Jesús, se trataba no tanto de aniquilar la ley de Moisés como de
darle todo su contenido (Mateo 5, 17-9). Por ello, a la idea de un uso
legítimo de la violencia oponía la no-violencia; a la espera del
enriquecimiento, una visión providencia-lista; a la necesidad de juramento
como garantía, la veracidad; al divorcio con escasas garantías para la
mujer, la parte más desprotegida, la lealtad a toda costa. De nuevo, Jesús se
destacaba sobre la visión —muy noble desde ciertos puntos de vista y más
si se la comparaba con el mundo pagano— del judaísmo. Porque además
Jesús consideraba que los mandatos más audaces de la ética predicada por
él —como el amor al prójimo— no debían quedar circunscritos a sus
compatriotas judíos, ni siquiera solo a los correligionarios de la nueva fe.
Frente al exclusivismo judío —muy extremo en Qumrán, pero, en general,
presente incluso en la Torah— Jesús enseñaba que debía abarcar incluso a
los considerados enemigos (Mateo 5, 43-48).
Finalmente, Jesús abogaba por un sentido providencialista de la
Historia. No creía en la posibilidad de darle vuelcos revolucionarios ni
tampoco en la legitimación acrítica del statu quo. Era obvio que el mundo
presente era malo, pero en él se podía ya vivir de una manera diferente. Era
innegable también que las soluciones revolucionarias podían atraer a la
gente, pero que, en general, resultarían origen de males sin cuento. En
ambos casos, Jesús abogaba por un cambio espiritual que pudiera
distanciarse tanto de los galileos sublevados contra Roma como del Pilato
que los había ejecutado (Lucas 13,1 y sigs.).
15 El término castellano viene a traducir de manera más o menos aproximada el verbo
griego epistrefo (volver) (Mateo 12, 44; 24, 18; Lucas 2, 39) y el sustantivo metanoia
(cambio de mente).
Con todo, para Jesús este mundo no era una suma de absurdos —a
pesar de la maldad que hallamos en él—, sino un cosmos ordenado en el
que Dios interviene providencialmente haciendo llover tanto sobre justos
como sobre injustos (Mateo 5, 45) y en el que intervendrá al final de la
Historia para hacer reinar la justicia. Precisamente por ello, ni la angustia ni
la ciega ambición pueden ser los motores de la actividad humana, sino, más
bien, la confianza en que todo tiene sentido —aunque este se nos escape—
y que ese sentido se halla en las manos de un Dios de amor, deseoso de
aceptar a los extraviados seres humanos como hijos.
La predicación de Jesús al respecto resultaba muy obvia, y a ella y a
los actos de caridad se dedicó de manera incansable durante su ministerio
en Galilea. Sin embargo, lo que le esperaba no era una recepción entusiasta
de la población, sino una respuesta formalmente aciaga.
EL DESCENSO A JERUSALÉN Y LA EJECUCIÓN DE JESÚS
El ministerio de Jesús en Galilea —en el que hay que insertar varias
subidas a Jerusalén, con motivo de las fiestas judías, narradas sobre todo en
el Evangelio de Juan— fue seguido por un ministerio de paso por Perea
(narrado casi en exclusiva por Lucas) y el año 30 d. C, la bajada última a
Jerusalén, donde se produjo su entrada en medio del entusiasmo de buen
número de peregrinos que habían bajado a celebrar la Pascua y que
conectaron el episodio con la profecía mesiánica de Zacarías 9, 9 y sigs.
Contra lo que se afirma en alguna ocasión, es imposible cuestionar el
hecho de que Jesús contaba con morir de forma violenta. De hecho, la
práctica totalidad de los historiadores da hoy por seguro que esperaba que
así sucediera y que así se lo comunicó a sus discípulos más cercanos. Su
conciencia de ser el Siervo de Yahveh del que se habla en Isaías 53
(Marcos 10, 43-45), un personaje inocente que moriría por la salvación de
los demás, o la mención a su próxima sepultura (Mateo 26, 12) apenas unos
días antes de su prendimiento, son solo algunas de las circunstancias que
obligan a llegar a esa conclusión.
De hecho, cuando Jesús entró en Jerusalén durante la última semana
de su vida ya había concitado frente a él la oposición de un amplio sector
de las autoridades religiosas judías, que consideraban su muerte como una
salida aceptable e incluso deseable (Juan 11, 47 y sigs.) y que no vieron
con agrado la popularidad de Jesús entre los asistentes a la fiesta. Durante
algunos días, fue tanteado por diversas personas en un intento de atraparlo
en falta o quizá solo de asegurar de modo irrevocable su destino final
(Mateo 22, 15 y sigs. y paralelos). La noche de su prendimiento, en el curso
de la cena de Pascua, Jesús anunció la inauguración del Nuevo Pacto de
Dios al que había hecho referencia medio milenio antes el profeta Jeremías
(31, 27 y sigs.). Pero, de una manera extraordinariamente audaz, Jesús lo
declaró basado en su próxima muerte, considerada de manera sacrificial y
expiatoria.
Tras concluir la celebración, consciente de lo cerca que se hallaba de
su prendimiento, Jesús se dirigió a orar a Getsemaní junto con algunos de
sus discípulos más cercanos. Aprovechando la noche y valiéndose de la
traición de uno de los apóstoles, las autoridades del templo —en su mayor
parte saduceas— se apoderaron de él.
El interrogatorio, lleno de irregularidades, se celebró ante el
Sanhedrín e intentó esclarecer, si es que no imponer, la tesis de que existían
causas para condenarlo a muerte (Mateo 26, 57 y sigs. y paralelos). La
cuestión se decidió en ese sentido sobre la base de testigos que aseguraban
que Jesús había anunciado la destrucción del Templo (algo que tenía una
clara base real, aunque con un enfoque radicalmente distinto al expuesto
por la acusación) y sobre el propio testimonio del acusado que se identificó
como el mesías-Hijo del hombre al que hace referencia la profecía
contenida en el libro del profeta Daniel (7, 13).
El problema fundamental para llevar a cabo la ejecución de Jesús
arrancaba de la imposibilidad por parte de las autoridades judías de aplicar
la pena de muerte, una competencia de la que habían sido privadas por
Roma. Cuando el preso fue llevado con esta finalidad ante el gobernador
romano Pilato (Mateo 27, 11 y sigs. y paralelos), este comprendió que ante
él se planteaba una cuestión meramente religiosa que no le afectaba y
eludió en un principio comprometerse en el asunto. Posiblemente fue
entonces cuando los acusadores comprendieron que solo un cargo de
carácter político podría abocar a la condena a muerte que buscaban. En
armonía con esta conclusión, indicaron a Pilato que Jesús era un sedicioso
(Lucas 23, 1 y sigs.). Pero aquel, al averiguar que el acusado era galileo, y
valiéndose de un problema de competencia legal, remitió la causa a
Herodes (Lucas 23, 6 y sigs.), librándose en ese momento de dictar
sentencia. Al parecer, Herodes no encontró políticamente peligroso a Jesús
y, tal vez, no deseando hacer un favor a las autoridades del Templo
apoyando su punto de vista en contra del mantenido hasta entonces por
Pilato, prefirió devolvérselo a este. El romano le aplicó entonces una pena
de flagelación (Lucas 23, 13 y sigs.), quizá con la idea de que sería
suficiente escarmiento16 y que los acusadores de Jesús se darían por
satisfechos. Sin embargo, la mencionada medida no quebrantó lo más
mínimo el deseo de las autoridades judías de que Jesús fuera ejecutado.
Cuando Pilato les propuso soltarlo acogiéndose a una costumbre —de la
que también nos habla el Talmud— en virtud de la cual se podía liberar a
16 Véase, en este sentido, A. Sherwin-White, Roman Society and Roman Law in tbe New
Testament, Oxford, 1963.
un preso por Pascua, una multitud, tal vez reunida por los sacerdotes judíos,
pidió que se pusiera en libertad a un delincuente llamado Barrabás en lugar
de a Jesús (Lucas 23, 13 y sigs. y paralelos). Ante la amenaza de que aquel
asunto llegara a oídos del emperador y el temor de acarrearse problemas
con este, Pilato optó al final por condenar a Jesús a la muerte en la cruz.
El reo se hallaba tan extenuado por el suplicio sufrido que tuvo que
ser ayudado a llevar el instrumento de tormento (Lucas 23, 26 y sigs. y
paralelos) por un extranjero, cuyos hijos serían cristianos después (Marcos
15, 21; Romanos 16, 13). Crucificado junto con dos delincuentes comunes,
Jesús murió al cabo de unas horas. Para entonces la mayoría de sus
discípulos habían huido a esconderse —la excepción sería el discípulo
amado de Juan 19, 25-26, y algunas mujeres entre las que se encontraba su
madre— y uno de ellos, Pedro, le había negado en público varias veces.
Valiéndose de un privilegio concedido por la ley romana relativa a los
condenados a muerte, el cuerpo fue depositado en la tumba propiedad de
José de Arimatea, un discípulo secreto de Jesús. Sus enseñanzas podían
haber sido, además de originales, sublimes. Ahora parecía que todo había
terminado.
«... Cristo fue muerto por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras, y fue sepultado, conforme
a las Escrituras, y se apareció a Pedro, y
después a los Doce. Después se apareció a más de
quinientos hermanos juntos, de los que muchos viven
aún, aunque algunos ya han muerto. Después
se apareció a Santiago; después a todos los apóstoles,
y el último de todos, como si fuera un aborto,
a mí.»
(I Corintios 15, 3-8)
«Solamente tenían en su contra ciertas cuestiones
acerca de su superstición y de un tal Jesús,
muerto, que afirmaba que estaba vivo.»
(Hechos 25, 19)

lunes, 8 de octubre de 2018

LAS GUERRAS DE LOS JUDIOS Flavio Josefo antiguo cristianismo primitivo

PROLOGO
DE
FLAVIO JOSEFO
A LOS SIETE LIBROS DE LAS GUERRAS
DE LOS JUDÍOS
Porque la guerra que los romanos hicieron con
los judíos es la mayor de cuantas muestra edad
y nuestros tiempos vieron, y mayor que cuantas
hemos jamás oído de ciudades contra ciudades
y de gentes contra gentes, hay algunos
que la escriben, no por haberse en ella hallado,
recogiendo y juntando cosas vanas e indecentes
a las orejas de los que las oyen, a manera de
oradores: y los que en ella se hallaron, cuentan
cosas falsas, o por ser muy adictos a los romanos,
o por aborrecer en gran manera a los judíos,
atribuyéndoles a las veces en sus escritos
vituperio, y otras loándolos y levantándolos;
pero no se halla m ellos jamás la verdad que la
historia requiere; por tanto, yo, Josefo, hijo de
Matatías, hebreo, de linaje sacerdote de Jerusalén,
pues al principio peleé con los romanos,
y después, siendo a ello por necesidad forzado,
-me hallé en todo cuanto pasó, he determinado
ahora de hacer saber en lengua griega a todos
cuantos reconocen el imperio romano, lo mismo
que antes había escrito a los bárbaros en
lengua de mi patria: Porque cuando, como dije,
se movió esta gravísima guerra, estaba con guerras
civiles y domésticas muy revuelta la república
romana.
Los judíos, esforzados en la edad, pero faltos de
juicio, viendo que florecían, no menos en riquezas
que en fuerzas grandes, supiéronse servir
tan mal ¿el tiempo, que se levantaron con esperanza
de poseer el Oriente, no menos que los
romanos con miedo de perderlo, en gran manera
se amedrentaron. Pensaron los judíos que se
habían de rebelar con ellos contra los romanos
todos los demás que de la otra parte del Eufrates
estaban. Molestaban a los romanos los galos
que les son vecinos: no reposaban los germanos:
estaba el universo lleno de discordias después
JA imperio de Nerón; había muchos que
con la ocasión de los tiempos y revueltas tan
grandes, pretendían alzarse con el imperio; y
los ejércitos todos, por tener esperanza de mayor
ganancia, deseaban revolverlo todo.
Por cosa pues, indigna, tuvo que dejar de contar
la verdad de lo que en cosas tan grandes
pasa, y hacer saber a los partos, a los de Babilonia,
a los más apartados árabes y a los de mi
nación que viven de la otra parte del Eufrates, y
a los adiabenos, por diligencia mía, que tal y
cual haya sido el principio de tan gran guerra, y
cuántas muertes, y qué estrago de gente pasó
en ella, y qué fin tuvo; pues los griegos y muchos
de los romanos, aquellos ti lo menos que
no siguieron la guerra, engañados con mentiras
y con cosas fingidas con lisonja, no lo entienden
ni lo alcanzan, y osan escribir historias; las cuales,
según mi parecer, además que no contienen
cosa alguna de lo que verdaderamente pasó,
pecan también en que Pierden el hilo de la historia,
y se pasan a contar otras cosas; Porque
queriendo levantar demasiado a los romanos,
desprecian en gran manera a los judíos y todas
sus cosas. No entiendo, Pues, yo ciertamente
cómo pueden parecer grandes los que han acabado
cosas de poco. No se avergüenzan DEL
largo tiempo que en la guerra gastaron, mi de
la muchedumbre de romanos que en estas guerras
largo tiempo con gran trabajo fueron detenidos,
mi de la grandeza de los capitanes, cuya
gloria, en verdad, es menoscabada, si habiendo
trabajado y sufrido mucho por ganar a Jerusalén,
se les quita porte o algo del loor que, por
haber tan Prósperamente acabado cosas tan
importantes, merecen.
No he determinado levantar con alabanzas a
íos míos, por contradecir a los que dan tanto
loor y levantan tanto a los romanos: antes quiero
contar los hechos de los amos y de los otros,
sin mentira y sin lisonja, conformando las palabras
con los hechos, perdonando al dolor y afición
en llorar y lamentar las muertes y destrucciones
de mi patria y ciudades; porque testigo
es de ello el emperador y César Tito, que lo
ganó todo, como fue destruido por las discordias
grandes de los naturales, los cuales forzaron,
juntamente con los tiranos grandes que se
habían levantado, que los romanos pusiesen
fuego a todo, y abrasasen el sacrosanto templo,
teniendo todo el tiempo de la guerra misericordia
grande del pobre pueblo, al cual era prohibido
hacer lo que quería por aquellos revolvedores
sediciosos; y aun muchas veces alargó su
cerco más tiempo de lo que fuera necesario, por
no destruir la ciudad, solamente Porque los que
eran autores de tan gran guerra, tuviesen tiempo
para arrepentirse.
Si por ventura alguno viere que hablo mal contra
los tiranos o de ellos, o de los grandes latrocinios
y robos que hacían, o que me alargo en
lamentar las miserias de mi Patria, algo más de
lo que la ley de la verdadera historia requiere,
suplícole dé perdón al dolor que a ello me fuerza;
porque de todas las ciudades que reconocen
y obedecen al imperio de los romanos, no hubo
alguno que llegase jamás a la cumbre de toda
felicidad, sino la nuestra; ni hubo tampoco alguna
que tanto miseria padeciese, y al fin fuese
tan miserablemente destruida.
Si finalmente quisiéramos comparar todas las
adversidades y destrucciones que después de
criado el universo han acontecido con la destrucción
de los judíos, todas las otras son ciertamente
inferiores y de menos tomo; pero no
podemos decir haber sido de ellas autor ni causa
hombre alguno extraño, por lo cual será imposible
dejar de derramar muchas lágrimas y
quejas. Si me hallare alguno tan endurecido, y
juez tan sin misericordia, las cosas que hallará
contadas recíbalas Por historia verdadera; y las
lágrimas y llantos atribúyalos al historiador de
ellas, aunque con todo puedo maravillarme y
aun reprender a los más hábiles y excelentes
griegos, que habiendo pasado en sus tiempos
cosas tan grandes, con las cuales si queremos
comparar todas las guerras pasadas, Parecen
muy pequeñas y de poca importancia, se burlan
de la elegancia y facundia de los otros, sin
hacer ellos algo; de los cuales, aunque Por tener
más doctrina y ser más elegantes, los venzan,
son todavía ellos vencidos por el buen intento
que tuvieron y por haber hecho más que ellos.
Escriben ellos los hechos de los asirios y de los
medos, como si fueran mal escritos por los historiadores
antiguos; y después, viniendo a escribirlos,
son vencidos no menos en contar la
verdad de lo que en verdad pasó, que lo son
también en la orden buena y elegancia; porque
trabaja cada uno en escribir lo que había visto y
en verdad pasaba; parte por haberse bailado en
ello, y parte también por cumplir con eficacia lo
que prometían, teniendo por cosa deshonesta
mentir entre aquellos que sabían muy bien la
verdad de lo que pasaba.
Escribir cosas nuevas y no sabidas antes,
y encomendar a los descendientes las cosas que
en su tiempo Pasaron, digno es ciertamente de
1oor y digno también que se crea. Por cosa de
más ingenio ' y de mayor industria se tiene
hacer una historia nueva y de cosas nuevas,
que no trocar el orden y disposición dada por
otro; pero yo, con gastos y con trabajo muy
grande, siendo extranjero y de otra nación,
quiero hacer historia de las cosas que pasaron,
por dejarías en memoria a los griegos y romanos.
Los naturales tienen, las bocas abiertas y
aparejadas para pleitos para esto tienen sueltas
las lenguas, pero para la historia, en la cual han
de contar la verdad y han de recoger todo lo
que pasó con grande ayuda y tramo, en esto
enmudecen, y conceden licencia y poder a los
que menos saben y menos pueden, para escribir
los hechos y hazañas hechas por los príncipes.
Entre nosotros se honra verdad de la historia;
ésta entre los griegos es menospreciada;
contar el principio de los judíos, quiénes hayan
sido y de qué manera se libraron de los egipcios,
qué tierras y cuán diversas hayan pasado,
cuales hayan habitado y cómo hayan de ellas
partido, no es cosa que este tiempo la requería,
y además de esto, por superfluo e impertinente
lo tengo; porque hubo muchos judíos antes de
mí que dieron de todo muy verdadera relación
en escrituras públicas, y algunos griegos, vertiendo
en su lengua lo que habían los otros escrito,
no se aportaron muy lejos de la verdad;
pero tomaré yo el principio de mi historia donde
ellos y nuestros profetas acabaron. Contaré
la guerra hecha en mis tiempos con la mayor
diligencia y lo más largamente que me fuera
Posible; lo que pasó antes de mi edad, y es más
antiguo, pasarélo muy breve y sumariamente.
De qué manera Antíoco, llamado Epifanes,
habiendo ganado a Jerusalén, y habiéndola
tenido tres años y seis meses bajo de su imperio,
fue echado de ella por los hijos de Asamoneo;
después, cómo los descendientes de éstos,
por disensiones grandes que sobre el reino tuvieron,
movieron a Pompeyo y a los romanos
que viniesen a desposeerlos y privarles de su
libertad. De qué manera Herodes, hijo de Antipatro,
dio fín a la Prosperidad y potencia de
ellos, con la ayuda y socorro de Sosio. Cómo
también, después de muerto Herodes, nació la
discordia entre ellos y el pueblo, siendo emperador
Augusto, y gobernando las provincias y
tierras de Judea Quintilio Varón; qué guerra se
levantó a los doce años del imperio de Nerón,
de cuántas cosas y daños fue causa Cestio,
cuántas cosas ganaron los judíos luego en el
principio, de qué manera fortalecieron su gente
-natural, y cómo Nerón, Por causa del daño
recibido por Cestio, temiendo mucho al estado
del universo, hizo capitán general a Vespasiano,
y éste después entró por Judea con el hijo
mayor que tenía, y con cuán grande ejército de
gente romana, cuan gran porte de la gente que
de socorro tenía fue muerta por todo Galilea, y
cómo tomó de ella algunas ciudades Por fuerza
y otras por habérsele entregado.
Contaré también brevemente la disciplina y
usanza de los romanos en las cosas de la guerra;
el cuidado que de sus cosas tienen; la largura
y espacio de las dos Galileas, y su naturaleza;
los fines y términos de Judea. Diré particularmente
la calidad de esta tierra, las lagunas,
las fuentes; los males que lo ciudades que por
fuerza tomaron, Padecieron, y en contarlo no
pasaré de lo que a la verdad fielmente he visto
y aun padecido; no callaré mis miserias y desdichas,
pues las cuento a quien las sabe y las
vio.
Después, estando ya el estado de los judíos
muy quebranto, cómo Nerón murió, y cómo
Vespasiano, habiendo tomado su camino hacia
Jerusalén, fue detenido por causa del imperio;
las señales que lo fueron mostrados por declaración
de su imperio; las mutaciones y revueltos
que hubo en Roma, y cómo fue declarado
emperador, contra su voluntad, por toda lo
gente de guerra, y cómo partiendo después
para Egipto, por reformar las cosas del emperio,
fue perturbado el estado y todas las cosas
de los judíos por revueltas y sediciones domésticas;
de qué manera fueron sujetados a tiranos,
y cómo éstos después los movieron a discordias
y sediciones muy grandes. Volviendo Tito después
de Egipto, vino dos veces contra Judea, y
entró las tierras; de qué manera juntó su ejército,
y en qué lugar; cuántas veces fue la ciudad
afligida, estando él Presente, con internas sediciones;
los montes o caballeros que contra la
ciudad levantó. Diré también la grandeza y
cerco de los muros; la munición y fortaleza de
la ciudad; la disposición y orden del templo; el
espacio del altar y su medida; contaré algunas
costumbres de la fiestas, y las siete lustraciones
y oficios del sacerdote.
Hablaré de las vestiduras del Pontífice, y de
qué manera eran las cosas santas del templo
también lo contaré, sin collar de todo algo, y sin
añadir palabra en todo cuanto había.
Declararé después la crueldad de los tiranos
que en Judea se levantaron con sus mismos
naturales; la humanidad y clemencia de los
romanos con la gente extranjera; cuántas veces
Tito, deseando guardar la ciudad y conservar el
templo, compelió a los revolvedores a buscar y
pedir la paz y la concordia.
Daré particular razón y cuenta de las llagas y
desdichas de todo el pueblo, y cuántos males
sufrieron, unas veces por guerra, otras por sediciones
y revueltos, otras por hambre, y cómo
a la postre fueron presas. No dejaré de contar
las muertes de los que huían, mí el castigo y
suplicio que los cautivos recibieron; menos
cómo fue quemado, contra la voluntad de
César, todo el templo; cuánto tesoro y cuán
grandes riquezas con el fuego perecieron, mí la
general matanza y destrucción de la principal
ciudad, en la cual todo el estado de Judea cargaba.
Contaré las señales y portentos maravillosos
que antes de acontecer casos tan horrendos se
mostraron; cómo fueron cautivados y presos
los tiranos, y quiénes fueron los que vinieron en
servidumbre, y cuán gran muchedumbre; qué
fortuna hubieron finalmente todos. Cómo los
romanos prosiguieron su victoria, y derribaron
de raíz todos los fuertes y defensas de los judíos,
y cómo ganando Tito todas estas tierras, las
redujo a su mandato, y su vuelta después a
Italia, y luego su triunfo.
Todo esto que he dicho, lo be escrito en siete
libros, más por causa de los que desean saber la
verdad, que por los que con ello se huelgan,
trabajando que no pueda ser vituperado por los
que saben cómo pasaron tales cosas, ni por los
que en ella se hallaron. Daré Principio a mi historia
cm el mismo orden que sumariamente lo
he contado.

jueves, 27 de septiembre de 2018

HISTORIA COPTA DE JOSÉ EL CARPINTERO

Introito
He aquí el relato del fallecimiento de nuestro santo padre José, padre del Cristo según
la carne, y que vivió ciento once años. En el monte de los Olivos nuestro Salvador
refirió a los apóstoles su vida por entero. Y los mismos apóstoles escribieron sus
palabras, y las depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Y el día en que el santo
anciano abandonó su cuerpo, en la paz de Dios, fue el 26 del mes de epifi.
Discurso de Jesús a los apóstoles
I. Y llegó un día en que, hallándose nuestro buen Señor sentado en el monte de los
Olivos y sus discípulos reunidos en torno suyo, les habló en estos términos: Queridos
hermanos, hijos de mi buen Padre, vosotros, a quienes Él ha elegido para heraldos suyos
entre el mundo entero, sabéis bien cuán a menudo os he predicho que seré crucificado;
que gustará la muerte por todos; que resucitará de entre los muertos; que os daré el
encargo de predicar el Evangelio, a fin de que lo anunciáis en el mundo entero; que os
investiré de una fuerza venida de lo alto, y que os llenará del Espíritu Santo, para que
prediquéis a todas las naciones, diciéndoles: Haced penitencia, porque más vale al
hombre hallar un vaso de agua en la vida venidera que gozar en ésta de todos los bienes
del mundo y, además, el lugar que ocupa la planta de un pie en el reino de mi Padre vale
más que todas las riquezas de este mundo y, a más, una hora de los justos que se
regocijan vale más que cien años de los pecadores que lloran y se lamentan. Así, pues,
¡oh mis miembros gloriosos!, cuando vayáis entre los pueblos, dirigidles esta
enseñanza: Con balanza justa y justo peso mi Padre pesará vuestra conducta. Una sola
palabra que hayáis dicho os será examinada. Así como no hay medio de escapar a la
muerte, tampoco lo hay de escapar a nuestros actos buenos o malos. Mas cuanto yo os
he dicho termina en esto: el fuerte no se puede salvar por su fuerza, ni el hombre por la
multitud de sus riquezas. Y escuchad ahora, que os contaré la historia de mi padre José,
el viejo carpintero, bendito de Dios.
Viudedad de José
II. Había un hombre llamado José, natural de la villa de Bethlehem, la de los judíos, que
es la villa del rey David. Era muy instruido en la sabiduría y en el arte de la
construcción. Este hombre llamado José desposó a una mujer en la unión de un santo
matrimonio, y le dio hijos e hijas: cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres:
Judá, Josetos, Jacobo y Simeón. Los nombre da las muchachas eran Lisia y Lidia. Y la
mujer de José murió, según ley de todo nacido, dejando a su hijo Jacobo de corta edad.
Y José, varón justo, glorificaba a Dios en todas sus obras. E iba fuera de su villa natal a
ejercer el oficio de carpintero, con dos de sus hijos, porque vivían del trabajo de sus
manos, según la ley de Moisés. Y este hombre justo de que hablo es mi padre carnal, a
quien mi madre María fue unida como esposa.
María es presentada en el templo
III. Mientras mi padre José vivía en viudedad, María, mi madre, buena y bendita en
todo modo, estaba en el templo, consagrada a su servicio en la santidad. Tenía entonces
la edad de doce años y había pasado tres en la casa de sus padres y nueve en el templo
del Señor. Viendo los sacerdotes que la Virgen practicaba el ascetismo, y que
permanecía en el temor del Señor, deliberaron entre sí y se dijeron: Busquemos un
hombre de bien para desposarla, no sea que el caso ordinario de las mujeres le ocurra en
el templo y seamos culpables de un gran pecado.
Elección de José para esposo tutelar de María
IV. Por entonces convocaron a la tribu de Judá, que habían elegido entre las doce,
echando a suertes. Y la suerte correspondió al buen viejo José, mi padre carnal. Y los
sacerdotes dijeron a mi madre, la Virgen bendita: Vete con José y obedécele, hasta que
llegue el tiempo en que efectúes el casamiento. Mi padre José acogió a María en su
casa, y ella, encontrando al pequeño Jacobo con la tristeza del huérfano, se encargó de
educarlo, y por esto se llamó a María madre de Jacobo. Luego que José la hubo
recibido, se puso en viaje hacia el lugar en que ejercía su oficio de carpintero. Y, en su
casa, María, mi madre, pasó dos años hasta que llegó el buen momento.
Concepción pura de María.
Dudas y zozobras de José
V. En el catorceno año de su edad, vine al mundo de mi propia voluntad, y entré en ella,
yo, Jesús, vuestra vida. Cuando llevaba tres meses encinta, el cándido José volvió de su
viaje. Y, encontrando a la Virgen embarazada, se turbó, tuvo miedo y pensó despedirla
en secreto. Y, a causa del disgusto, no comió ni bebió en todo aquel día.
Un ángel revela a José el misterio del embarazo de María
VI. Mas, mediada la noche, he aquí que Gabriel, el arcángel de la alegría, vino a él en
una visión, por mandato de mi Padre, y le dijo: José, hijo de David, no temas admitir a
María, tu esposa, porque aquel que ella parirá ha salido del Espíritu Santo. Y se le
llamará Jesús, y él es quien apacentará y guiará a todos los pueblos con un cetro de
hierro. Y el ángel se alejó de él, y José se levantó, hizo como el ángel le había ordenado
y recibió a María junto a sí.
Empadronamiento ordenado por Augusto y viaje de la Sagrada Familia a Bethlehem
VII. Vino en seguida una orden del rey Augusto para hacer el censo de toda la
población de la tierra, cada uno en su respectiva ciudad. El viejo condujo a la Virgen
María, mi madre, a su villa natal de Bethlehem. Y, como ella estaba a punto de parir, él
inscribió su nombre ante el escriba así: José, hijo de David, con María, su esposa, y
Jesús, su hijo, de la tribu de Judá. Y mi madre María me puso en el mundo en el camino
de regreso a Bethtehem, en la tumba de Raquel, mujer de Jacobo el patriarca, que fue la
madre de José y de Benjamín.
Satánica decisión de Herodes y huida a Egipto
VIII. Satán dio un consejo a Herodes el Grande, padre de Arquelao, el que hizo
decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo. Y así él me buscó para matarme, imaginando
que mi reino era de este mundo. José fue advertido por una visión. Se levantó, me tomó
con María, mi madre, en cuyos brazos yo iba recostado, mientras que Salomé nos
seguía. Partimos para Egipto. Y allí permanecimos un año, hasta que el cuerpo de
Herodes fue presa de los gusanos, que lo hicieron morir en castigo de la sangre de los
inocentes niños que había vertido en abundancia.
Regreso de Egipto a Galilea
IX. Y, cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvimos a un pueblo de
Galilea que se llama Nazareth. Mi padre José, el viejo bendito, practicaba el oficio de
carpintero, y vivíamos del trabajo de sus manos. Fiel observador de la ley de Moisés,
nunca comió su pan gratuitamente.
Vejez robusta y juiciosa de José
X. Y, pasado tan largo lapso, su cuerpo no estaba debilitado. Sus ojos no habían perdido
la luz y ni un solo diente había perdido su boca. En ningún momento le faltó prudencia
y buen juicio, antes permanecía vigoroso como un joven, cuando ya su edad había
alcanzado el año ciento once.
Sumisión de Jesús a sus padres
XI. Entonces, sus hijos más jóvenes, Josetos y Simeón, tomaron mujer y se
establecieron en sus casas. Sus dos hijas también se casaron, según es lícito a todo ser
humano. José permaneció con Jacobo, su hijo más joven. Y, desde que la Virgen me
pariera, yo había permanecido con ella en la completa sumisión que conviene a la
calidad de hijo. Porque, en verdad, yo he ejecutado y hecho todas las obras humanas,
fuera del pecado. Y llamaba a María «madre» y a José «padre». Y obedecía en cuanto
me iban a decir. Y no les replicaba una sola palabra, sino que los amaba mucho.
Aproxímase la muerte de José
XII. Y ocurrió que la muerte de mi padre se acercó, según es ley del hombre. Cuando
su cuerpo sintió la enfermedad, su ángel le advirtió: En este año morirás. Y su alma se
turbó y fue a Jerusalén, al templo del Señor, y se prosternó ante el altar, diciendo:
Plegaria dirigida por José a Dios
XIII. ¡Oh, Dios, padre de toda misericordia y de toda carne, Dios de mi alma, de mi
cuerpo y de mi espíritu, pues que los días de mi vida en este mundo se han cumplido, he
aquí que yo te ruego, Señor Dios, envíes a mí al arcángel San Miguel, para que esté
junto a mí hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo, sin dolor y sin turbación!
Porque para todo hombre hay un gran temor que es la muerte: para el hombre y para
todo animal doméstico, o para la bestia salvaje, o para el reptil, o para el pájaro, en una
palabra, para toda criatura bajo el cielo, que posee un alma viviente, es un dolor y una
aflicción esperar que su alma se separe de su cuerpo. Así, pues, mi Señor, que esté tu
arcángel junto a mí hasta que mi alma se separe sin dolor de mi cuerpo. No permitas
que el ángel que me fue dado vuelva hacia mí su róstro lleno de cólera, cuando yo esté
en tu camino, y que me deje solo. No dejes que aquellos cuya faz cambia me atormenten
en el camino que yo recorra hacia ti. No dejes detener mi alma por quienes guardan tupuerta, y no me confundas ante tu tribunal formidable. No desencadenes contra mí las
olas del río de fuego en que todas las almas se purifican antes de ver la gloria de tu
divinidad, ¡oh Dios, que juzgas a todos en verdad y en justicia! Ahora, mi Señor,
reconfórteme tu misericordia, porque tú eres la fuente de todo bien. A ti sea dada gloria
por la eternidad de las eternidades. Amén.
Enfermedad de José
XIV. Y se dirigió en seguida a Nazareth, la villa en que habitaba. Y sufrió la
enfermedad de que debía morir, según el destino de todo hombre. Y su enfermedad era
más grave que ninguna de las que había sufrido desde el día en que fue puesto en el
mundo. He aquí los estados de vida de mi querido padre José. Alcanzó la edad de
cuarenta años. Tomó mujer. Vivió cuarenta y nueve años con su mujer, y, cuando ésta
murió, pasó un año solo. Mi madre pasó luego dos años en su casa, luego que los
sacerdotes se la hubieran confiado, dándole esta instrucción: Vela por ella hasta el
momento de cumplir vuestro matrimonio. Al comenzar el tercer año de vivir ella con él,
y en el quinceno año de la vida de ella, me puso en el mundo por un misterio que
únicamente comprendemos yo, mi Padre y el Espíritu Santo, que sólo somos uno.
Trastornos físicos y mentales de José
XV. Y el total de los días de la vida de mi padre, el bendito viejo José, fue de ciento
once años, conforme a la orden que había dado mi buen Padre. El día en que dejó su
cuerpo fue el 26 del mes de epifi. Entonces, el oro fino que era la carne de mi padre José
comenzó a transmutarse, y la plata que eran su razón y su juicio se alteró. Olvidó el
comer y el beber y se equivocaba en su oficio. Ocurrió, pues, que ese día, 26 de epifi,
cuando la luz comenzaba a extenderse, mi padre José se agitó mucho sobre su lecho.
Sintió un vivo temor, lanzó un profundo gemido y se puso a gritar con gran turbación,
expresándose de este modo:
Trenos de José
XVI. ¡Malhaya yo en este día! ¡Malhaya el día en que mi madre me parió! ¡ Malhaya el
seno en que recibí el germen de vida! ¡Malhayan los pechos cuya leche mame!
¡Malhayan las rodillas en que me he sentado! ¡Malhayan las manos que me sostenían
hasta que fui mayor, para entrar en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios, que se
han empleado en la injuria, la calumnia, la detracción y el engaño! ¡Malhayan mis ojos,
que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de escuchar frívolos
discursos! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no les pertencía! ¡Malhayan
mi estómago y mi vientre, que han tomado alimentos que no les correspondían y que, si
hallaban alguna cosa de comer, la devoraban más que una llama pudiera hacerlo!
¡Malhayan mis pies, que tan mal han servido a mi cuerpo, llevándolo por otras vías que
las buenas! ¡Malhaya mi cuerpo, que ha tornado mi alma desierta y extraña al Dios que
la creó! ¿Qué haré yo ahora? Estoy cercado por todas partes. En verdad, malhaya todo
hombre que corneta pecado. En verdad que la misma turbación que yo he visto en mi
padre Jacobo cuando dejó su cuerpo cae hoy sobre mí, desgraciado que soy. Pero es
Jesús, mi Dios, el árbitro de mi suerte, quien cumple su voluntad en mí.
Jesús consuela a su padre
XVII. Viendo que mi padre José hablaba de tal forma, me levanté y fui hacia él, que
estaba acostado, y lo hallé turbado de alma y de espíritu. Y le dije: Salud, mi querido
padre José, cuya vejez es a la vez buena y bendita. Él, con gran temor de la muerte, me
contestó: ¡Salud infinitas veces, mi hijo querido! He aquí que mi alma se apacigua
después de escuchar tu voz. ¡Jesús, mi Señor! ¡Jesús, mi verdadero rey! ¡Jesús, mi
bueno y misericordioso salvador! ¡Jesús, el liberador! ¡Jesús, el guía! ¡Jesús, el
defensor! ¡Jesús, todo bondad! ¡Jesús, cuyo nombre es dulce y muy untuoso a todas las
bocas! ¡Jesús, ojo escrutador! ¡Jesús, oído atento! Escúchame hoy a mí, tu servidor, que
te implora, y que solloza en tu presencia. Tú eres Dios, en verdad. Tú eres, en verdad, el
Señor, según el ángel me ha dicho muchas veces, sobre todo el día que mi corazón tuvo
sospechas, por un pensamiento humano, cuando la Virgen bendita estaba encinta y yo
me propuse despedirla en secreto. Cuando tales eran mis reflexiones, el ángel se me
mostró en una visión, y me habló en estos términos: José, hijo de David, no temas
recibir a María, tu esposa, porque aquel que ha de parir es sali- ¶do del Espíritu Santo.
No albergues ninguna duda respecto a su embarazo, porque ella parirá un niño, que
llamarás Jesús. Tú eres Jesús, el Cristo, el salvador de mi alma, de mi cuerpo y de mi
espíritu. No me condenes a mí, tu esclavo y obra de tus manos. Yo no sé nada, Señor, y
no comprendo el misterio de tu concepción desconcertante. Nunca he oído que una
mujer haya concebido sin un hombre, ni que una mujer haya parido conservando el sello
de su virginidad. Yo recuerdo el día que la serpiente mordió al niño que murió. Su
familia te buscó para entregarte a Herodes, y tu misericordia lo salvó. Resucitaste a
aquel cuya muerte te habían achacado por calumnia, diciendo: Tú eres quien lo ha
matado. Hubo una gran alegría en la casa del muerto. Yo te tomé la oreja, y te dije: Sé
prudente, hijo. Y tú me reprochaste, diciendo: Si no fueses mi padre según la carne, no
haría falta que te enseñase lo que acabas de hacer. Ahora, pues, ¡oh mi Señor y mi
Dios!, si es para pedirme cuenta de aquel día para lo que me has enviado estos signos
terroríficos, yo pido a tu bondad que no entres conmigo en disputa. Yo soy tu esclavo y
el hijo de tu sierva. Si rompes mis lazos, yo te ofreceré un sacrificio de alabanza, es
decir, la confesión de la gloria de tu divinidad. Porque tú eres Jesucristo, el hijo del Dios
verdadero y el hijo del hombre al tiempo mismo.
Jesús consuela a su madre
XVIII. Al acabar de hablar así mi padre José, no pude contener las lágrimas, y lloraba
viendo que la muerte lo dominaba y oyendo las palabras que salían de su boca. En
seguida, ¡oh hermanos míos!, pensé en mi muerte en la cruz para salvar al mundo
entero. Y aquella cuyo nombre es suave a la boca de quienes me aman, María, mi
madre, se levantó. Y me dijo con una gran tristeza: ¡Malhaya yo, querido hijo! ¿Va,
pues, a morir aquel cuya vejez es buena y bendita, José, tu padre según la carne? Yo
dije: ¡Oh mi madre querida! ¿Quién de entre todos los hombres no pasará por la muerte?
Porque la muerte es la soberana de la humanidad, ¡oh mi bendita madre! Tú misma
morirás como todo nacido. Pero así para José, mi padre, como para ti, la muerte no será
una muerte, sino una vida eterna y sin fin. Porque también yo debo necesariamente
morir, a causa de la forma carnal que he revestido. Ahora, pues, ¡oh mi madre querida!,
levántate para ir hacia José, el viejo bendito, a fin de que sepas el destino que le vendrá
de lo alto.
Dolores y gemidos de José
XIX. Y ella se levantó. Y, dirigiéndose al lugar en que Josa estaba acostado, lo
encontró cuando los signos de la muerte acababan de manifestarse en él. Yo, ¡oh mis
amigos!, me senté a su cabecera, y María, mi madre, a sus pies. Él levantó los ojos hacia
mi rostro. Y no pudo hablar, porque el momento de la muerte lo dominaba. Entonces
alzó otra vez la vista, y lanzó un gran gemido. Yo sostuve sus manos y sus pies un largo
trecho, mientras él me miraba y me imploraba, diciendo: Ño dejéis que me lleven. Yo
coloqué mi mano en su corazón, y conocí que su alma había subido ya a su garganta,
para ser arrancada de su cuerpo. No había llegado aún el instante postrero, en que la
muerte debía venir, porque, si no, ya no hubiera aguardado más. Pero habían llegado ya
la turbación y las lágrimas que la preceden.
Empieza la agonía del patriarca
XX. Cuando mi querida madre me vio palpar su cuerpo, ella le palpé los pies, y
encontró que el calor y la respiración lo habían abandonado. Y me dijo ingenuamente:
¡Gracias, hijo mío! Desde que has posado tu mano sobre su cuerpo, el calor lo ha
dejado. He aquí sus pies y sus piernas, que están frías como el hielo. Yo fui hacia sus
hijos, y les dije: Venid para hablar a vuestro padre, que ahora es el momento, antes que
la boca deje de hablar, y la pobre carne se vuelva fría. Entonces los hijos e hijas de José
fueron a él. Y él estaba en peligro a causa de los dolores de la muerte y presto a salir de
este mundo. Lisia, la hija de José, dijo a sus hermanos: Malhaya a mí, mis hermanos
queridos, si éste no es el mal de nuestra madre, que no habíamos vuelto a ver hasta
ahora. Igual será nuestro padre José, que no veremos nunca más. Entonces los hijos de
José alzaron la voz, llorando. Yo también, y María, la Virgen, mi madre, lloramos con
ellos, porque el momento de la muerte había sobrevenido.
Jesús divisa a la muerte que se acercaXXI. Entonces miré en dirección al mediodía y divisé a la muerte. Entré en la mansión,
seguida de Amenti, que es su instrumento, con el diablo seguido de sus ayudantes,
vestidos de fuego, innumerables y echando por la boca humo y azufre. Mi padre José
miró y vio que lo buscaban, llenos contra él de la cólera con que acostumbran a
encender sus rostros contra toda alma que deja un cuerpo, especialmente contra los
pecadores en quienes advierten el más mínimo signo de posesión. Cuando el buen viejo
los divisé, sus ojos vertieron lágrimas. En este momento, el alma de mi buen padre José
se separó, lanzando un suspiro, a la vez que buscaba medio de ocultarse, para salvarse.
Cuando yo vi, por el gemido de mi padre José, que había distinguido a las potencias que
nunca hasta entonces había visto, me levanté en seguida, y amenacé al diablo y a los que
iban con él. Y todos se fueron en vergüenza y con gran desorden. Y, de cuantos estaban
sentados en torno a mi padre José, nadie, ni aun mi madre María, conoció nada de los
ejércitos terribles que persiguen a las almas de los hombres. Cuanto a la muerte, cuando
vio que yo había amenazado a las potencias de las tinieblas, y las había echado fuera,
tomó miedo. Y me levanté al instante, y elevé una plegaria a mi Padre Misericordioso,
diciéndole:
Oración de Jesús a su Padre
XXII. ¡Oh Padre mío, raíz de toda misericordia y de toda verdad! ¡Ojo que ves! ¡Oído
que oyes! Escúchame a mí, que soy tu hijo querido, y que te imploro por mi padn José,
rogando que le envíes un cortejo numeroso de ángeles, con Miguel, el dispensador de la
verdad, y con Gabriel, el mensajero de la luz. Acompañen ellos el alma de mi padre
José, hasta que haya pasado los siete círculo; de las tinieblas. No atraviese mi padre las
vías angostas por las que es terrible andar, donde se tiene el gran ea panto de ver las
potencias que las ocupan, donde el río de fuego que corre en el abismo mueve sus ondas
como las olas del mar. Y sé misericordioso para el alma de mi buen padre José, que va a
tus manos santas, porque éste es el momento en que necesita tu misericordia. Yo os lo
digo, ¡oh mis venerables hermanos, y mis apóstoles benditos!: todo hombre nacido en
este mundo y que conoce el bien y el mal, después que ha pasado todo su tiempo en la
concupiscencia de sus ojos, necesita la piedad de mi buen Padre cuando llega el
momento de morir, de franquear el pasaje, de comparecer ante el Tribunal Terrible y de
hacer su defensa. Pero vuelvo al relato de la salida del cuerpo de mi buen padre José.
José expira
XXIII. Y, cuando la agonía llegaba a su término último y mi padre iba a rendir el alma,
lo abracé. Y apenas dije el amén, que mi querida madre repitió en la lengua de los
habitantes del cielo, se presentaron Miguel y Gabriel, con el coro de los ángeles, y se
colocaron cerca del cuerpo de mi padre José. En este momento la rigidez y la opresión
lo abrumaban en extremo, y comprendí que el instante próximo y su premio habían
llegado, porque el cuerpo era presa de dolores parecidos a los que preceden al parto. La
agonía lo acosaba, tal que una violenta tempestad o un enorme fuego que devora gran
cantidad de materias inflamables. Cuanto a la muerte misma, el miedo no le permitía
entrar en el cuerpo de mi querido padre José, para separarlo de su alma, porque, al mirar
el interior de la habitación, me encontró sentado cerca de su cabeza y con mi mano en
sus sienes. Y, cuando advertí que la intrusa vacilaba en entrar por mi causa, me levanté,
me puse detrás del umbral y encontré a la muerte, que esperaba sola y poseída de un
gran temor. Y le dije: ¡Oh tú, que has llegado de la región del mediodía, entra pronto a
cumplir lo que mi Padre te ha ordenado! Pero vela por José como por la luz de tus ojos,
porque es mi padre según la carne y ha sufrido por mí mucho, desde los días de mi
niñez, huyendo de un sitio a otro, a causa del perverso propósito de Herodes. Y he
recibido sus lecciones, como todos los hijos cuyos padres acostumbran a instruirlos para
su bien. Y entonces Abbatón entró y tomó el alma de mi padre José, y la separó de su
cuerpo, en el punto y hora en que el sol iba a despuntar en su órbita, el 12 del mes de
epifi. Y el total de los días de la vida de mi querido padre José fue de ciento once años.
Y Miguel tomó los dos extremos de una mortaja de seda preciosa, y Gabriel tomó los
otros dos. Y tomaron el alma de mi querido padre José, y la depositaron en la mortaja.
Y ninguno de los que se hallaban cerca del cuerpo de mi padre conoció que había
muerto, y mi madre Maria, tampoco. Y mandé a Miguel y a Gabriel que velasen el
cuerpo de José, a causa de los raptores que pululaban por los caminos, y que los ángeles
incorporales, cuando salieran de la casa con el cadáver, continuasen cantando en su ruta,
hasta conducir el alma a los cielos, cerca de mi buen Padre.
Jesús consuela a los hijos de José
XXIV. Y volví cerca del cuerpo de mi padre José, que yacía como un cesto. Le bajé los
ojos y se los cerré, así como la boca, y quedé contemplándolo. Y dije a la Virgen: Oh
María, ¿qué se hicieron los trabajos del oficio que José realizó desde su infancia hasta
ahora? Todos han pasado en un solo momento. Es como si no hubiese venido nunca al
mundo. Cuando sus hijos e hijas me oyeron decir esto a María, mi madre, me dijeron
con profusión de lágrimas: Malhaya nosotros, ¡oh nuestro Señor! Nuestro padre ha
muerto, ¡y nosotros no lo sabíamos! Yo les dije: En verdad, ha muerto. Mas la muerte
de José, mi padre, no es una muerte, sino una vida para la eternidad. Grandes son los
bienes que va a recibir mi muy amado José. Porque desde que su alma ha dejado su
cuerpo, todo dolor ha cesado para él. Está en el reino de los cielos por toda la eternidad.
Ha dejado tras sí este mundo de penosos deberes y de vanos cuidados. Ha ido a la
morada de reposo de mi Padre, que está en los cielos, y que nunca será destruida.
Cuando yo hube dicho a mis hermanos: Ha muerto vuestro padre José, el viejo bendito,
se levantaron, desgarraron sus vestiduras, y lloraron mucho rato.
Duelo en la ciudad de Nazareth
XXV. Entonces, todos los de la ciudad de Nazareth y de toda la Galilea, al oír el duelo,
se reunieron en el lugar en que estábamos, según costumbre de los judíos. Y pasaron
todo el día llorando, hasta la hora novena. A la hora novena, hice salir a todos. Vertí
agua sobre el cuerpo de mi amado padre José, lo ungí en aceite perfumado, y rogué a mi
Padre, que está en los cielos, con las plegarias celestes que escribí con mis propios
dedos cuando aún no había encarnado en la Virgen María. Y, al decir yo amén, muchos
ángeles llegaron. Di orden a dos de ellos de extender una vestidura, e hice levantar el
cuerpo bendito de mi buen padre José para amortajarlo con ella.
Palabras de bendición de Jesús sobre el cadáver de su padre
XXVI. Y puse mi mano en su corazón, diciendo: Nunca el olor fétido de la muerte se
apodere de ti. No oigan tus oídos nada malo. No invada la corrupción tu cuerpo. No se
vea atacada tu mortaja por la tierra, ni se separe de tu cuerpo, hasta que lleguen los mil
años. No se caigan los cabellos de tu cabeza, esos cabellos que yo he tomado tantas
veces con mis manos, ¡oh mi buen padre José! Y la dicha sea contigo. A los que den
una ofrenda a tu santuario el día de tu conmemoración, que es el 26 del mes de epifi, yo
los bendeciré con un don celestial que se les hará en los cielos. Quien, en tu nombre,
ponga un pan en la mano de un pobre no dejaré que carezca de los bienes de este
mundo, mientras viva. Quienes lleven una copa de vino a los labios de un extranjero, o
de un huérfano, o de una viuda, en el día de tu conmemoración, yo se lo haré presente,
para que tú los lleves al banquete de los mil años. Los que escriban el libro de tu
tránsito, según lo he contado hoy con mi boca, por mi salud, ¡oh mi padre José!, que los
tendré presentes en este mundo, y, cuando dejen su cuerpo, yo romperé la cédula de sus
pecados, para que no sufran ningún tormento, salvo la angustia de la muerte y el río de
fuego que purifica toda alma ante mi Padre. Y, cuando un hombre pobre, no pudiendo
hacer lo que yo he dicho, engendre un hijo y le llame José, para glorificar tu nombre, ni
hambre, ni epidemia entrarán en su mansión, porque tu nombre estará allí.Honras fúnebres
XXVII. En seguida, los notables de la población fueron al sitio en que estaba
depositado el cuerpo de mi padre, acompañados de los acólitos de los funerales, y con
objeto de amortajar su cuerpo según los ritos judíos. Y lo encontraron amortajado ya. El
lienzo se había unido a su cuerpo como con grapas de hierro. Y, cuando lo movieron, no
hallaron la abertura de su mortaja. Entonces, lo llevaron a la tumba. Y, cuando lo
hubieron puesto a la entrada de la caverna para abrir la puerta y depositarlo entre sus
padres, recordé el día en que partió conmigo para Egipto y las tribulaciones que por mí
sufrió, y me extendí sobre su cuerpo, y lloré sobre él, diciendo:
Reflexiones de Jesús sobre la muerte
XXVIII. ¡Oh muerte, que causas tantas lágrimas y lamentos! ¡Es, sin embargo, Aquel
que domina todas las cosas quien te ha dado ese poder sorprendente! Pero el reproche
no alcanza tanto a la muerte como a Adán y a su mujer. La muerte no hace nada sin
orden de mi Padre. Ha habido hombres que han vivido novecientos años antes de morir,
y muchos otros han vivido más aún, sin que nadie entre ellos haya dicho que ha visto la
muerte, ni que ésta viniese por intervalos a atormentar a cualquiera. Es que no
atormenta a los hombres más que una vez, y esta vez es mi buen Padre quien la envía al
hombre. Cuando viene hacia él, es porque oye la sentencia que parte del cielo. Si la
sentencia llega cargada de cólera, también con cólera llega la muerte para llevar el alma
a su Señor. La muerte no tiene el poder de llevar el alma al fuego o al reino de los
cielos. La muerte cumple la orden de Dios. Adán, al contrario, no cumplió la orden de
mi Padre, sino que cometió una transgresión. Y la cometió, hasta irritar a mi Padre
contra él, obedeciendo a su mujer y desobedeciendo a Dios, de modo que atrajo la
muerte sobre toda alma viviente. Si Adán no hubiese desobedecido a mi buen Padre, no
hubiese atraído la muerte sobre él. ¿Qué es, pues, lo que me impide rogar a mi buen
Padre para que envíe un carro luminoso, donde yo pondría a mi padre José, sin que
gustase la muerte, para hacerlo conducir, con la carne en que fue engendrado, hacia un
lugar de reposo, con los ángeles incorpóreos? Mas por la transgresión de Adán, sobre 1a
humanidad entera ha venido la gran angustia de la muerte. Y yo mismo, pues que
revisto esta carne, debo gustar la muerte por las criaturas que he creado, para serles
misericordioso.
Enterramiento de José
XXIX. Mientras yo hablaba así, y abrazaba a mi padre José, llorando sobre él, ellos
abrieron la puerta de la tumba y depositaron su cuerpo junto al de Jacobo, su padre. Su
fin ocurrió en su año ciento once. Ni un solo diente se perdió en su boca, ni sus ojos se
oscurecieron, sino que su mirada era como la de un niñito. Nunca perdió su vigor, sino
que practicó su oficio de carpintero hasta el día en que lo atacó la enfermedad de que
debía morir.
Una objeción hecha a Jesús por sus discípulos
XXX. Nosotros, los apóstoles, oyendo estas palabras de la boca de nuestro Salvador,
nos regocijamos. Nos lenvantamos, y adoramos sus manos y sus pies con júbilo,
diciendo: Gracias te damos, ¡oh nuestro buen Salvador!, por habernos hecho dignos de
oír de tu boca, Señor, palabras de vida. Sin embargo, nos asombras, ¡oh nuestro buen
Salvador! Puesto que concediste la inmortalidad a Enoch y a Elías, y puesto que hasta
ahora están rodeados de bienes, y conservan la carne en que han nacido, y que no ha
conocido corrupción, este viejo bendito José, el carpintero, a quien has hecho tan gran
honor, que has llamado tu padre, y a quien obedeciste en todo, aquel a cuyo propósito
nos has dado instrucciones diciendo: Cuando yo os invista de poder, cuando envíe hacia
vosotros a aquel que es prometido por mi Padre, es decir, el Parácleto, el Espíritu Santo,
para enviaros a predicar el Santo Evangelio, predicaréis también a mi padre José; y a
más: Decir estas palabras de vida en el testamento de su tránsito; y aun: Leed este
testamento los días de fiesta y sagrados; y en fin: Aquel que corte o añada palabras de
este testamento, de modo que me ponga por embustero, sufrirá mi santa venganza:
después de todo esto, nos sorprende que lo hayas llamado tu padre carnal y que, no
obstante, no le hayas prometido la inmortalidad, para hacerlo vivir eternamente.
Respuesta de Jesús
XXXI. Nuestro Salvador contestó, y nos dijo: La sentencia que mi Padre dicté contra
Adán no será nunca baldía, por cuanto desobedeció sus mandatos. Cuando mi Padre
ordena que un hombre sea justo, éste se convierte en su elegido. Cuando el hombre ama
las obras del diablo, por su voluntad de hacer el mal, si Dios lo deja vivir largo tiempo,
¿no sabe que caerá en las manos de Dios, si no hace penitencia? Pero, cuando alguien
llega a una edad avanzada entre buenas acciones, son sus obras las que hacen de él un
anciano. Cada vez que Dios ve que un hombre corrompe su carne en su camino sobre la
tierra, acorta su existencia, como hizo con Ezequías. Toda profecía dictada por mi Padre
debe cumplirse por entero. Me habéis hablado de Enoch y Elías, diciendo: Viven en la
carne en que han nacido, y respecto a José mi padre según la carne, diciendo: ¿Por qué
no lo has dejado en su carne hasta ahora? Pero, aunque hubiese vivido diez mil años,
habría debido morir. Yo os lo digo, ¡oh mis miembros santos!, que cada vez que Enoch
o Elías piensan en la muerte hubieran querido morir, para librarse de la gran angustia en
que se encuentran. Porque deben morir en un día de terror, de clamor, de aflicción y de
amenaza. En efecto: el Anticristo matará a estos dos hombres, vertiendo su sangre sobre
la tierra como un vaso de agua, a causa de las afrentas que le hicieron sufrir
rechazándolo.
Gozoso aquietamiento de los apóstoles
XXXII. Nosotros respondimos diciéndole: Oh nuestro Señor y nuestro Dios, ¿qué
hombres son ésos que habéis dicho que el hijo de la perdición matará por un vaso de
agua? Jesús, nuestro Salvador y nuestra vida, nos dijo: Son Enoch y Elías. Y, mientras
nuestro Salvador nos decía estas cosas, fuimos presa de gran gozo. Y le rendimos
gracias y alabanzas a él, nuestro Señor y nuestro Dios, nuestro Salvador Jesucristo,
aquel por quien toda loanza conviene al Padre, a él mismo y al Espíritu vivificador,
ahora y en todos los tiempos y hasta la eternidad de todas las eternidades. Amén.
Fuente: Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
HISTORIA ÁRABE DE JOSÉ EL CARPINTERO
Preliminar
En nombre de Dios, uno en esencia y trino en personas, paso a referir la historia de la
muerte de nuestro padre, el santo anciano José el Carpintero. Protélannos a todos,
hermanos míos, su bendición y sus plegarias. Amén.
El total de los días de su existencia fue de ciento once años, y su salida del mundo tuvo
lugar el 26 del mes de ab ib, que corresponde al mes de ab. Su plegaria nos guarde.
Amén.
Nuestro Señor Jesucristo cantó esto a sus virtuosos discípulos, en el monte de los
Olivos, y también les cantó toda la carrera de José en el mundo, y la manera como
terminó sus días. Los apóstoles conservaron tan santos discursos, los escribieron y los
depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Su plegaria nos guarde. Amén.
Jesús habla a sus discípulos
I. Un día, Jesucristo, nuestro Dios, nuestro Señor y nuestro Salvador, se sentó entre sus
discípulos, que se hablan congregado cerca de é1, en el monte de los Olivos. Y les dijo:
Hermanos y amigos míos, hijos del Padre que os ha elegido entre todo el mundo,
vosotros sabéis que muchas veces os he anunciado que debo ser crucificado y morir por
la salvación de Adán y de su posteridad, y resucitar de entre los muertos. Yo os confiaré
la predicación del Santo Evangelio que sostiene la buena nueva, para que la anunciéis al
mundo. Y os investirá de la fuerza de lo alto, y os llenará del Espíritu Santo.
Anunciaréis a todos los pueblos la penitencia y la remisión de los pecados. Porque un
solo vaso de agua que el hombre halle en el otro mundo valdrá más que todos los
tesoros del mundo presente. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre vale más que
todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es mejor que mil
años de los pecadores, porque los lloros y las lágrimas de éstos no cesarán nunca, ni
nunca se detendrán. Y jamás hallarán reposo, ni consuelo. Y ahora ¡oh mis nobles
miembros!, cuando os pongáis en camino, predicad a todos los pueblos, dadles la buena
nueva, y decidles que el Salvador los pesará en una justa balanza, y con una exacta
medida, y que habrán de defenderse y de contestar por sí mismos en el día del juicio,
cuando el Salvador les pida cuenta de cada palabra. Y tendrán que darla. Y, así como a
nadie olvida la muerte, igualmente el día del juicio manifestará las obras de todos,
buenas o malas. Y, según la palabra que os he dicho, no se precie el fuerte de su fuerza,
ni de su riqueza el rico, sino que quien quiera glorificarse se glorifique en el Señor.
José queda viudo
II. Había un hombre llamado José, que pertenecía al pueblo de Bethlehem, ciudad de
Judá y del rey David. Estaba muy instruido en las ciencias, y fue sacerdote en el templo
del Señor. Conocía el oficio de carpintero. Se casó, según ejemplo de todos los
hombres, y engendró hijos e hijas, cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres:
Judas, Justo, Jacobo y Simón. Las dos hijas se llamaban Asia y Lidia. Y la esposa de
José, el justo, que loaba a Dios en todos sus actos, murió. Y este José, el justo, fue
espeso de María, mi madre. Y partió, con sus hijos, para un trabajo de su oficio de
carpintero.
Presentación de María en el templo
III. Cuando José el justo quedó viudo, María, mi madre, casta y bendita, acababa de
cumplir los doce años. Porque sus padres la presentaron en el templo del Señor, cuando
tenía tres años, y permaneció en el templo nueve. Y los sacerdotes, al ver que la virgen
santa y temerosa de Dios había crecido, dijeron: Busquemos un hombre justo y
temeroso de Dios para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que no
le ocurra en el templo lo que pasa a las mujeres, y Dios no se irrite contra nosotros.
Segundo matrimonio de José
IV. Entonces enviaron mensajeros y convocaron a los doce viejos de la tribu de Judá,
que escribieron los nombres de las doce tribus de Israel. Y la suerte tocó al viejo
bendito, José el justo. Y los sacerdotes dijeron a mi madre bendita: Vete con José, y
vive con él hasta el momento de tu matrimonio. Y José el justo llevó a mi madre a su
morada. Y mi madre encontró a Jacobo de corta edad, abandonado y triste como
huérfano que era, y ella lo educó, y por eso fue llamada María madre de Jacobo. Y José
la dejó en su casa, y partió para el sitio en que desempeñaba su oficio de carpintero.
María, encinta. José sospecha de ella
V. Y, cuando la virgen pura hubo pasado dos años enteros en su casa, desde el
momento en que se la había llevado a ella, yo vine al mundo de mi propio grado, y, por
la voluntad de mi Padre y designio del Espíritu Santo, encarné en María por un misterio
que excede de la comprensión de las criaturas. Y, cuando transcurrieron tres meses de
su embarazo, el hombre justo volvió de su trabajo, y encontró encinta a la virgen mi
madre. Y tuvo gran turbación, y pensé depedirla secretamente. Y, por efecto de su
temor, de su disgusto y de su angustia de corazón, no comió ni bebió aquel día.
Aviso del ángel a José
VI. Y, en medio del día, el santo arcángel Gabriel se le apareció en sueños, por orden
de mí Padre, y dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está
encinta por obra del Espíritu Santo. Parirá un hijo cuyo nombre será Jesús. Y él llevará
a pacer a todos los pueblos con un cetro de hierro. El ángel lo abandonó y José se
levantó de su sueño. E hizo como el ángel le había ordenado y María vivió con él.
Natividad de Jesús
VII. Por aquellos días, el emperador Augusto César dictó un decreto, que ordenaba se
empadronase la población del mundo entero, y que cada cual lo hiciese en su ciudad
natal. José, el viejo justo, tomó a María, y se dirigió a Bethlehem, porque el tiempo del
alumbramiento estaba próximo. Inscribió su nombre en el registro así: José, hijo de
David, y María, su esposa, que son de la tribu de Judá. Y María, mi madre, me puso en
el mundo en Bethlehem, en una gruta cercana a la tumba de Raquel, esposa de Jacobo,
el patriarca, y que era madre de José y de Benjamín.
Huida a Egipto
VIII. Y he aquí que Satán corrió a advertir a Herodes el Grande, padre de Arquelao.
(Este Herodes es quien hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo.) Y Herodes ordenó
que me buscasen, pensando que mi reino era de este mundo. José, el buen viejo, fue
advertido en sueños. Y se levantó, y tomó a María, mi madre, en cuyos brazos yo iba, y
los acompañaba Salomé. Partió para Egipto, donde pasó un año entero, hasta que hubo
cesado la cólera de Herodes. El cual murió de la peor muerte, por haber vertido la
sangre de los niños inocentes, que tiránicamente mandó degollar, sin que hubiesen
cometido falta alguna.
Vuelta a Nazareth
IX. Y cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de Israel
y se establecieron en una ciudad de Galilea que se llama Nazareth. Y José, el viejo
bendito, ejercía la profesión de carpintero. Vivía del trabajo de sus manos, como
prescribe la ley de Moisés, y nunca comió gratis el pan ganado por otro.
Vejez de José
X. Y el viejo llegó a la extrema ancianidad. Mas su cuerpo no se debilitó, su vista no se
alteró, sus dientes no se pudrieron, su razón no se conturbó lo más mínimo. Era como
un joven vigoroso, y sus miembros estaban libres de enfermedad. Y el total de su edad
fue de ciento once años.
Vida en Nazareth
XI. Justo y Simón, los hijos de José, se casaron, y fueron a habitar sus moradas.
Igualmente se casaron las dos hijas y fueron a habitar sus moradas. Quedaron, en la
mansión de José, Judas, el pequeño Jacobo, y mi madre María. Yo quedé con ellos,
como uno de sus hijos, y cumplí lo que forma la vida, menos el pecado. Llamaba a
María «mi madre» y a José «mi padre». Los obedecía sin falta en cuanto me ordenaban,
como han hecho todos los nacidos. Nunca los descontenté. Nunca les repliqué, ni los
contradije, sino que los amaba como a las niñas de mis ojos,
La muerte ronda de cerca a José
XII. Y se acercó el momento en que el santo viejo debía pasar de este mundo al otro,
como todos los nacidos. Su cuerpo se debilitó y un ángel le advirtió que iba a entrar en
el reposo eterno. Y sintió gran turbación y miedo en su alma. Y se fue a Jerusalén, y
entró en el templo del Señor, y ante el santuario oró en estos términos:
Oración de José en el templo
XIII. ¡Oh Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne, Dios de
mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo te imploro, oh mi Señor y mi Dios! Si mis
días son cumplidos, y si mi salida de este mundo está próxima, envíame al poderoso
Miguel, el jefe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí, hasta que mi pobre alma
salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor, ni conmoción. Porque un lóbrego temor
y un violento disgusto se abaten, en el día de la muerte, sobre todos los cuerpos, sobre
hombres, mujeres, bestias de carga, bestias salvajes, reptiles o volátiles, sobre toda
criatura animada de un soplo de vida que hay bajo el cielo. Y sufren pavor, miedo,
angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos. Y ahora ¡oh
mi Señor y mi Dios! esté tu ángel junto a mi alma y mi cuerpo, hasta que se separen uno
de otro. No me vuelva el rostro el ángel que me custodia desde que fui creado, sino vaya
conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de vos. Séame su rostro afable y alegre,
y acompáñeme en paz. No dejes que aquellos cuya faz es multiforme se aproximen a mí
en los puntos que yo recorra, hasta que llegue en paz junto a ti. No dejes que quienes
guardan tus puertas prohíban la entrada a mi alma. No me confundas ante tu tribunal
terrible. No se acerquen a mí Ls bestias feroces. No se anegue mi alma en las olas del
río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la divinidad de tu majestad,
¡oh Dios, justo juez, que juzgas a la humanidad con equidad y con rectitud, y que das a
cada uno según sus obras! Y ahora, ¡oh mi dueño y mi Dios!, préstame tu gracia,
alumbra mi camino hacia ti, fuente abundante de todo bien y de toda grandeza para la
eternidad. Amén.
José cae enlermo
XIV. En seguida volvió a su casa, de la villa de Nazareth. Y cayó enfermo para morir,
según es ley impuesta a todo hombre. Y fue tan oprimido por el mal, que nunca, desde
que vino al mundo había estado más enfermo. He aquí la cuenta exacta de los estados de
vida de José, el justo. Vivió cuarenta años antes de casarse. Su mujer estuvo bajo su
protección cuarenta y nueve años, hasta que murió. Un año después de su muerte, le fue
confiada mi madre, la casta María, por los sacerdotes, para que la guardase hasta el
tiempo de su matrimonio. Vivió en su casa dos años, y durante el tercero, a los quince
de su edad, me puso en el mundo por un misterio que ninguna criatura puede saber, no
siendo yo, y mi Padre, y el Espíritu Santo, que existen en mí, en la unidad.
Postración material y moral de José
XV. El total de la vida de mi padre, el buen viejo, fue de ciento once años, según las
órdenes de mi Padre. Y el día en que su alma dejó su cuerpo fue el 26 del mes de abib.
El oro fino comenzó a transmutarse, y a alterarse la plata pura, quiero decir, su razón y
su sabiduría. Olvidó el beber y el comer. Y se desvaneció, y le fue indiferente el
conocimiento de su arte de carpintero. Cuando acababa de apuntar la aurora del día 26
del mes de abib, el alma del justo viejo José se agité, según estaba él en su lecho. Abrió
la boca, gimió, golpeó sus manos y gritó a gran voz:
Imprecaciones del patriarca
XVI. ¡Malhaya el día en que vine al mundo! ¡Malhaya el vientre que me llevó!
¡Malhayan las entrañas que me concibieron! ¡Malhayan los pechos que me
amamantaron! ¡Malhaya las piernas en que me apoyé! ¡Malhayan las manos que me han
conducido hasta que fui mayor, porque he sido concebido en la iniquidad, y mi madre
me ha deseado en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios que han proferido la
calumnia, la detracción, la mentira, el error, la impostura, el fraude, la hipocresía!
¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado
de oír la maledicencia! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no era
legítimamente suyo! ¡Malhayan mi vientre, que ha comido lo que no era lícito comer!
¡Malhayan mi garganta, que, como el fuego, devora cuanto halla! ¡Malhayan mis pies,
que han ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Mal-hayan mi cuerpo y mi triste
alma, que se han apartado del Dios que los creó! ¿Y qué haré cuando parta para el lugar
en que comparecerá ante el juez justo, que me reprochará todas las obras protervas que
he acumulado rurante mi juventud? ¡Malhaya todo hombre que muere en el pecado! En
verdad, esta hora es terrible, la misma que se abatió sobre mi padre Jacobo, cuando su
alma se separé de su cuerpo, y he aquí que se abate hoy sobre mí, desgraciado yo. Pero
aquel que gobierna mi alma y mi cuerpo es Dios, cuya voluntad se cumple en ellos.
Plegaria de José a Jesús
XVII. Así habló José, el piadoso anciano. Y yo fui a él y hallé su alma muy turbada y
puesta en extrema angustia. Y le dije: Salud, ¡oh mi padre José, el hombre justo! ¿Cómo
te encuentras? Y dijo él: Salud a ti muchas veces, ¡oh mi querido hijo! He aquí que los
dolores de la muerte me han rodeado. Mas mi alma se ha apaciguado, al oír tu voz, ¡oh
mi defensor Jesús! ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma! ¡Jesús, mi
protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de aquellos que lo aman! Ojo que
ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y llora ante ti! Tú eres mi
dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces, y sobre todo el día en que mi corazón
dudaba, con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando ella
concibió y yo pensé en repudiarla secretamente. Y cuando pensaba así, he aquí que los
ángeles del Señor se me aparecieron por un misterio oculto, diciéndome: José, hijo de
David, no temas recibir a María tu esposa, no te disgustes, ni pronuncies sobre su
embarazo una palabra desentonada, que ella está encinta por obra del Espíritu Santo, y
pondrá en el mundo un hijo, cuyo nombre será Jesús. Y salvará a su pueblo de sus
pecados. No me tengas rencor por eso, Señor, porque yo no conocía el misterio de tu
nacimiento. Yo recuerdo, Señor, el día en que la serpiente mordió a aquel niño, que
murió por efecto de ello. Los suyos querían entregarte a Herodes, y decían: Eres tú
quien lo has matado. Y tú lo resucitaste de entre los muertos. Y yo fui, y tomé tu mano,
y dije: Hijo, ten cuidado. Y tú me respondiste: ¿No eres mi padre según la carne? Ya te
enseñará quién soy yo. No te irrites ahora, mi Señor y mi Dios, contra mí a causa de
aquel momento. No me juzgues, pues soy tu esclavo y el hijo de tu servidor. Tú eres mi
Señor y mi Dios, mi Salvador y el Hijo de Dios verdadero.
Congojas de María
XVIII. Así habló mi padre José, y no tenía fuerza para llorar. Y vi que la muerte se
apoderaba de él. Mi madre, la virgen pura, se levantó, se acercó, y me dijo: ¡Hijo
querido, va, pues, a morir el piadoso viejo José! Yo le dije: ¡Oh madre querida, todas las
criaturas nacidas en este mundo han de morir, porque la muerte está impuesta a todo el
género humano! Tú misma, virgen y madre mía, morirás, como todos. Pero tu muerte,
como la de este piadoso anciano, no será muerte, sino vida perpetua para la eternidad.
Yo también es preciso que muera, en este cuerpo que he tomado de ti. Mas, álzate ¡oh
mi madre purísima!, y vete cerca de José, el viejo bendito, para ver lo que ocurre
durante su ascensión.
Jesús conlorta a su madre
XIX. María, mi madre purísima, fue adonde estaba José, mientras yo me sentaba a sus
pies. Lo miré, y vi que los signos de la muerte habían aparecido sobre su rostro. El
anciano bendito alzó la cabeza, y me miró fijamente. No podía hablar, por los dolores
de la muerte, que lo rodeaban. Pero gemía mucho. Le tuve las manos durante una
hora..., mientras me miraba y me hacía señas de que no lo abandonase. Puse mi mano en
su corazón, y encontré que su alma estaba próxima a su palacio, y que se preparaba a
abandonar su cuerpo.
Duelo de los hijos de José
XX. Cuando mi madre, la Virgen, me vio tocar su cuerpo, le tocó ella los pies, y los
halló ya muertos y sin calor. Y me dijo: ¡Oh hijo querido, he aquí que sus pies están
fríos como la nieve! Y llamó a los hijos e hijas de José y les dijo: Venid todos, porque
su hora ha llegado. Asia, hija de José, respondió diciendo: ¡Malhaya yo, hermanos
míos! Es la enfermedad de mi madre querida. Clamó y lloró, y todos los hijos de José
lloraron. Y yo y mi madre María lloramos con ellos.
Visión de muerte
XXI. Y miré hacia el mediodía y vi a la muerte, seguida del infierno, y de las milicias
que lo acompañan, y de sus acólitos. Sus vestidos, sus rostros y sus bocas arrojaban
llamas. Cuando mi padre José los vio avanzar hacia sí, sus ojos se humedecieron, y en
este momento gimió mucho. Y, al oírlo yo suspirar tanto, rechacé a la muerte y a los
servidores que la acompañaban, y clamé a mi buen Padre, diciéndole:
Oración de Jesús
XXII. ¡Oh Señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye, escucha mi clamor y mi
demanda por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y a Gabriel,
mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros, para que
acompañen hasta ti el alma de mi padre José. Es la hora en que mi padre necesita
misericordia. Y yo os digo, mis discípulos, que todos los santos, y cuantos nacen en este
mundo, justos o pecadores, deben por precisión pasar por el trance de la muerte.
Llegada de dos ángeles a la habitación mortuoria
XXIII. Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la
envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre,
que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto.
Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el
camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión
de los justos.
Jesús cierra los ojos al muerto
XXIV. Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y
cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión que
ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus hijos
me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y clamaron
y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino vida eterna,
porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al reposo que dura
siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y rompieron a llorar.
Los habitantes de Galilea lloran al patriarca
XXV. Y he aquí que el pueblo de Nazareth y de Galilea oyó los gritos, y acudió, y lloró
desde la hora de tercia hasta la de nona. Y a la de nona cada uno se fue a su hogar. Y
llevaron el cuerpo, después de embalsamarlo con costosos perfumes. Y yo imploré a mi
Padre con la plegaria de los habitantes del cielo, esa plegaria que escribí con mi mano
antes de ser concebido en el seno de la Virgen, mi madre. Y, cuando hube acabado, y
dicho el amén, vinieron ángeles en gran número. Y dije a dos de ellos que envolvieran
en un manto luminoso el cuerpo de José, el anciano bendito.
Institución de la festividad de José
XXVI. Y le dije: La fetidez de la muerte no tendrá poder sobre ti. Ni miasmas ni
gusanos saldrán jamás de tu cuerpo. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un
cabello de tu cabeza se alterará. Nada de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino
que permanecerá intacto hasta los mil años. A todo hombre que piense hacerte una
oferta el día de tu conmemoración lo bendecirá, y lo indemnizaré en la congregación de
los primogénitos que están alistados en los cielos: Quien en tu nombre nutra con el
trabajo de sus manos a los pobres, y a las viudas, y a los huérfanos, en el día de tu
conmemoración, no carecerá de nada en ningún día de su vida. A quien en tu nombre dé
a beber un vaso de agua o de vino a una viuda o a un huérfano, yo te lo entregaré, para
que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Todo el que pensara en hacer una
ofrenda el día de tu conmemoración, será bendito por mí, y le daré 30, 60 y 100 por
uno. El que escriba tu historia, tus trabajos y tu partida de este mundo y el discurso que
ha salido de mi boca, yo te lo daré en este mundo. Y, cuando su alma salga de su
cuerpo, y deje este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo pondré en tortura
el día del juicio. Y atravesará sin dolor ni fatiga el mar de fuego. Y lo que debe hacer
todo hombre pobre que no pueda hacer lo que he indicado es, si le nace un hijo, que lo
llame José, y no tendrá nunca en su casa muerte súbita.
Funerales de José
XXVII. Y los jefes de la población vinieron adonde estaba el cuerpo de José, el viejo
bendito. Llevaban lienzos, y quIsieron amortajarlo, como es costumbre entre los judíos,
pero hallaron hecho su amortajamiento, y cuando quisieron desenvolverlo, hallaron que
la mortaja le estaba adherida como con hierro, y no encontraron extremos en el lienzo.
Luego lo llevaron a una caverna. Y abrieron la puerta, para depositar su cuerpo junto al
de sus padres. Y yo recordé el día en que partió conmigo para Egipto, y los muchos
trabajos que soportó por mi causa. Y lloré sobre él largo tiempo e, inclinándome sobre
su cuerpo, dije:
Misión de la muerte
XXVIII. ¡Oh muerte, que aniquilas toda inteligencia, y que siembras tantas lágrimas y
tantos lamentos! ¡Es, no obstante, Dios, mi Padre, quien te ha dado ese poder! Por su
transgresión, murieron Adán y Eva. Y la muerte no ha sido suprimida o eludida por
nadie. Y, sin embargo, no hace nada sin la orden del Padre. Hombres hubo que vivieron
novecientos años y murieron. Otros vivieron más, y murieron. Ni uno solo de ellos ha
dicho: Yo no he gustado la muerte. Porque el Señor no prepara a cada instante el castigo
de cada uno, sino una vez solamente. En esta hora, mi Padre la envía hacia el hombre.
Y, cuando se le acerca, considera la orden que le viene del cielo, diciendo: La he
acometido con ímpetu, y su alma será pronto arrastrada. Y se apodera de esa alma y
hace lo que quiere de ella. Y porque Adán transgredió el mandato de mi Padre, mi Padre
se irritó contra él, y lo condenó a muerte, y la muerte entró en el mundo. Si Adán
hubiese obedecido a mi Padre, la muerte no hubiera nunca sido su destino. ¿Pensáis que
no hubiera yo podido pedir a mi Padre, y que él no me enviaría un carro de fuego que
llevase el cuerpo de mi padre José al lugar de reposo, donde habitaría con los seres
espirituales? Mas, por la transgresión de Adán, el trabajo y el dolor de la muerte han
sido decretados contra todo el género humano. Y por esta razón, preciso es que también
yo muera corporalmente, para que esos seres creados por mí alcancen misericordiaAdiós de Jesús a José
XXIX. Cuando hube dicho esto, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré sobre él. Y
abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su padre, Jacobo. Y
entró en el reposo cuando acababa de cumplir su año ciento once. Ni un solo diente de
su boca había sufrido, su mirada no se alteró, su talle no se encorvó, su fuerza no
amenguó, sino que practicó su oficio hasta el día de su muerte, que fue el 26 de abib.
Duda de los apóstoles
XXX. Y nosotros, los apóstoles, después de haber oído a nuestro Salvador, nos
regocijamos, y lo adoramos, diciendo: ¡Oh Salvador nuestro, concédenos tu gracia!
Acabamos de oír la palabra de vida, pero nos sorprende que, habiéndose dado a Enoch y
a Elías el don de no morir, y de habitar hasta ahora en la mansión de los justos, sin que
sus cuerpos sufran corrupción, al anciano José, el carpintero, tu padre carnal, de quien
nos has dicho que refiramos su tránsito al otro mundo, cuando prediquemos el
Evangelio a los pueblos; que le dediquemos cada año un día de fiesta santificada; que
incurriremos en falta, si ponemos o quitamos la menor tilde a tu narración; y que, el día
de tu nacimiento en Bethlehem, te llamó hijo suyo: nos sorprende, repetimos, que a tan
sublime varón no lo hayas hecho inmortal como a aquellos otros dos, afirmando, como
afirmas, que era un justo y un elegido, al mismo tenor que ellos.
Ley universal de la muerte
XXXI. Mas nuestro Señor repuso: La profecía de mi Padre se cumplió en Adán por su
desobediencia. Y la voluntad de mi Padre se realiza en cuanto le place. Ahora bien:
cuando el hombre desatiende el mandato de Dios y sigue las obras de Satanás,
cometiendo pecado, si su vida se prolonga, es con la esperanza de que se arrepienta, y
aprenda que debe caer en las garras de la muerte. Y, si se prolonga la vida de un hombre
bueno, los hechos de su vejez se hacen notorios y los demás hombres buenos los imitan.
Si veis un hombre irascible, sabed que sus días serán abreviados. Con relación a
aquellos que son llevados en lo mejor de sus días, todas las profecías de mi Padre
dominan a los hijos de los hombres hasta que se cumplen puntualmente. Y, en lo que
concierne a Enoch y a Elías, como viven hasta ahora en el cuerpo en que nacieron, y
como, por otra parte, mi padre José no ha quedado como ellos conservando cuerpo, yo
os contesto que el hombre, aunque viva miríadas de años, debe morir. Y yo os digo,
hermanos míos, que aquéllos, al fin de los tiempos, al llegar el día de la conmoción, la
turbación y la angustia, vendrán al mundo y morirán. Porque el Anticristo matará a los
cuatro hombres y verterá su sangre como un vaso de agua, a causa de la vergüenza que
le causaron, cubriéndolos públicamente de confusión.
Anuncio de los tiempos últimos
XXXII. Y dijimos: ¡Oh Señor, nuestro Salvador y nuestro Dios! ¿Y quiénes son esos
cuatro que habéis dicho que el Anticristo matará por sus reproches? Y dijo el Salvador:
Son Enoch, Elías, Sila y Tabitha. Y, cuando hubimos oído este discurso del Salvador,
nos regocijamos, nos exaltamos, y dirigimos todas nuestras alabanzas y todas nuestras
acciones de gracias a nuestro Señor, a nuestro Dios y a nuestro Salvador Jesucristo,
aquel a quien convienen la gloria, el honor, la dominación, la potencia y la alabanza, y
con él a su Padre supremamente bueno y al Espíritu Santo vivificador, ahora y en todos
los tiempos y por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco

DE LA TRANQUILIDAD DEL ANIMO

A SERENO I. SERENO: Cuando me examinaba a mí mismo, ¡oh Séneca!, aparecían en mí algunos vicios, puestos tan al descubierto que podía co...