Platón
Después
de eso -añadí– represéntate la naturaleza humana en la siguiente
coyuntura, compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de
su falta de educación con una experiencia como ésta. Imagínate una
caverna subterránea, que dispone de una larga entrada para la luz a
lo largo de ella.
En
ella están desde su niñez unos hombres con las piernas y el cuello
encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante
de ellos, imposibilitados como están por las cadenas de volver la
vista atrás.
Pon
a su espalda la llama de un fuego que arde sobre una altura a
distancia de ellos; y entre el fuego y los cautivos un camino
eminente franqueado por un muro, semejante al biombo que los
titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima
del biombo, los muñecos y las maravillas que disponen.
–Ya me imagino eso -dijo.
- Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres o animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
-¡Extrañas imágenes describes, y extraños son esos prisioneros!.
-Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que esos hombres han visto de sí mismos, o otros, algo que no sean las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?
4-Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
-¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro del tabique?
-Indudablemente.
-Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que nombrarían a los objetos que pasan y que ellos ven?
-Necesariamente.
-Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿ no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
- ¡Por Zeus que sí !
- ¿ Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?
- es de toda necesidad.
- Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz y , al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿ Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora en cambio, está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿ no piensas que se sentiría en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?
- Mucho más verdaderas.
- Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿ no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?
- Así es.
- Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿ no sufriría acaso y se irritaría con quien le arrastra y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos ?
- Por cierto, al menos inmediatamente.
- Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más facilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
-Sin duda.
- Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo cómo es en sí y por sí, en su propio ámbito.
-Necesariamente.
-Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
- Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
- Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
- Por cierto.
-Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿ O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y "preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre" o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida ?
- Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
- Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿ no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
- Sin duda.
- Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿ no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasto lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intenar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿ no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
- Seguramente.
- Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta elegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que ha en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mi me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
- Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.
- Mira también si lo compartes en esto: no hay que asombrarse de que quienes han llegado allí no estén dispuestos a ocuparse de los asuntos humanos, sino que sus almas aspiran a pasar el tiempo arriba; lo cual es natural, si la alegoría descrita es correcta también en esto.
- Muy natural.
- Tampoco sería estraño que , de contemplar las cosas divinas, pasara a las humanas, se comportase desmañadamente y quedara en ridículo por ver de modo confuso y, no acostumbrado aún en forma suficiente a las tinieblas circundantes, se viera forzado, en los tribunales o en cualquier otra parte, a disputar sobre sombras de justicia o sobre las figurillas de las cuales hay sombras, y a reñir sobre esto del modo en que esto es discutido por quienes jamás han visto la justicia en sí.
-De ninguna manera sería extraño.
- Pero si alguien tiene sentido común , recuerda que los ojos pueden ver confusamente por dos tipos de perturbaciones: uno al trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz; y al considerar que esto es lo que le sucede al alma, en lugar de reírse irracionalmente cuando la ve perturbada e incapacitada de mirar algo, habrá de examinar cuál de los dos casos es: si es que al salir de una vida luminosa ve confusamente por falta de hábito, o si, viniendo de una mayor ignorancia hacia lo más luminoso, es obnubilada por el respalndor.Así, en un caso se felicitará de lo que le sucede y de la vida a que accede; mientras en el otro se apiadará, y si se quiere reír de ella, su risa será menos absurda que si se descarga sobre el alma que desciende de la luz.
–Ya me imagino eso -dijo.
- Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres o animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
-¡Extrañas imágenes describes, y extraños son esos prisioneros!.
-Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que esos hombres han visto de sí mismos, o otros, algo que no sean las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?
4-Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
-¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro del tabique?
-Indudablemente.
-Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que nombrarían a los objetos que pasan y que ellos ven?
-Necesariamente.
-Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿ no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
- ¡Por Zeus que sí !
- ¿ Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?
- es de toda necesidad.
- Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz y , al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿ Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora en cambio, está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿ no piensas que se sentiría en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?
- Mucho más verdaderas.
- Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿ no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?
- Así es.
- Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿ no sufriría acaso y se irritaría con quien le arrastra y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos ?
- Por cierto, al menos inmediatamente.
- Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más facilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
-Sin duda.
- Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo cómo es en sí y por sí, en su propio ámbito.
-Necesariamente.
-Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
- Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
- Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
- Por cierto.
-Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿ O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y "preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre" o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida ?
- Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
- Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿ no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
- Sin duda.
- Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿ no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasto lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intenar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿ no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
- Seguramente.
- Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta elegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que ha en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mi me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
- Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.
- Mira también si lo compartes en esto: no hay que asombrarse de que quienes han llegado allí no estén dispuestos a ocuparse de los asuntos humanos, sino que sus almas aspiran a pasar el tiempo arriba; lo cual es natural, si la alegoría descrita es correcta también en esto.
- Muy natural.
- Tampoco sería estraño que , de contemplar las cosas divinas, pasara a las humanas, se comportase desmañadamente y quedara en ridículo por ver de modo confuso y, no acostumbrado aún en forma suficiente a las tinieblas circundantes, se viera forzado, en los tribunales o en cualquier otra parte, a disputar sobre sombras de justicia o sobre las figurillas de las cuales hay sombras, y a reñir sobre esto del modo en que esto es discutido por quienes jamás han visto la justicia en sí.
-De ninguna manera sería extraño.
- Pero si alguien tiene sentido común , recuerda que los ojos pueden ver confusamente por dos tipos de perturbaciones: uno al trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz; y al considerar que esto es lo que le sucede al alma, en lugar de reírse irracionalmente cuando la ve perturbada e incapacitada de mirar algo, habrá de examinar cuál de los dos casos es: si es que al salir de una vida luminosa ve confusamente por falta de hábito, o si, viniendo de una mayor ignorancia hacia lo más luminoso, es obnubilada por el respalndor.Así, en un caso se felicitará de lo que le sucede y de la vida a que accede; mientras en el otro se apiadará, y si se quiere reír de ella, su risa será menos absurda que si se descarga sobre el alma que desciende de la luz.
INTRODUCCIÓN
Como otros diálogos de Platón, el
Cármides es
un punto de temporalidad en la larga e inacabada historia de la
filosofía platónica. Viene el discurso a reposarse en el Cármides,
a adquirir
presencia, después de una batalla, la de Potidea, a la que se hace
referencia al comienzo del diálogo, y el tiempo real se hace
lenguaje en el tiempo del diálogo. Se viene de la vida, de una
circunstancia concreta, y se va al lenguaje, a la teoría. La
conversación se abre, sin cerrar esa puerta de la vida que tampoco
se cerrará cuando concluya: «-En ese caso, dijo él, no te me
opongas tú», «-No, no me opondré» (176d). No sabemos cuándo
volverán a enfrentarse los protagonistas; tal vez nunca. La vida, el
diálogo queda pendiente sobre la posibilidad, sobre la historia y,
por supuesto, por encima de cualquier dogmatismo, de cualquier
respuesta clausurada y definitiva.
El argumento del diálogo se centra,
como otros de esta época, en una discusión en torno a una palabra
-sōphrosynē- y
a su significado
-sensatez, mesura, etcétera. Estos juegos semánticos, tan
característicos de las primeras obras juveniles de Platón,
participan del espíritu de la sofística e intentan además -a
través de su encarnación en Sócrates- superarlo y situarlo en un
horizonte distinto.
Pero, ¿por qué estos juegos
dialécticos? ¿Por qué esta serie de tesis, de afirmaciones y
contradicciones? Conocer
es vivir. La mayoría de estos conceptos por cuya clarificación se
lucha son conceptos prácticos.
Tienen que ver con
la realidad, con la sociedad, en una palabra, con la Polis.
Todo saber refluye en ella. En el ámbito de la ciudad y de la
convivencia es donde cuaja la vida humana y donde ésta se realiza.
Pero la ciudad se ha ido formando lentamente. Cada estadio de su
desarrollo ha tenido lugar sobre el suelo de la historia. Este
espacio se ha consolidado sobre el lenguaje y, a través de él, se
ha hecho posible la convivencia y, como Aristóteles afirma (Política
1253a), se crea la
Polis. Surgida, pues, de las necesidades sociales, aglutinada
sobre múltiples intereses, la ciudad-lingüística
presenta un
complicado territorio en el que se transmiten palabras endurecidas,
significados sin objeto. Vivir es recordar y dominar: recordar los
contenidos que anidan en las experiencias que siempre se hacen eco en
la lengua; dominar y orientar las posibilidades de futuro a través
de esa recobrada memoria del pasado.
Los conceptos, en cuya clarificación
están empeñados estos diálogos, son conceptos que pueden
transformar los comportamientos y, por medio de ellos, la
realidad. Por eso, descubrir un sentido es descubrir, a la par,
el sentido de quien los usa. Partir de nuestra propia ignorancia es
reconocer que los usos del lenguaje han perdido el reflejo de la
realidad que los organiza: es aceptar una inicial inseguridad, para
llegar, al fin, a la seguridad de la plena teoría, a aquella que
recoge, en el marco especulativo del concepto, el contenido práctico
que lo articula.
De entre todos los diálogos de
juventud es, tal vez, el Cármides,
el más difícil.
La búsqueda de qué
es la sensatez acaba
cayendo en un sutil análisis de qué,
es el saber y de la
dificultad de un conocimiento que tenga por objeto, no determinados
contenidos, sino el conocimiento mismo.
El drama se desarrolla poco tiempo
después de la batalla de Potidea, en el año 432. Como el Lisis,
está narrado en forma directa por el mismo Sócrates; pero sus
personajes no son sólo jóvenes aristócratas, sino nombres que
habrán de representar un papel importante en la historia de
Atenas. Este hecho no es indiferente a la discusión por la
sōphrosynē, que,
como ciencia del bien, se levanta desde el plano mismo de la
política, para mejor constituirla.
Aparte de otras dificultades que el
Cármides ofrece,
no es la menor la de la traducción concreta del término sōphrosynē.
Bien es verdad que
el diálogo es una busca de su sentido, y que se dan diversas
definiciones; pero lo realmente dificultoso es verter en un solo
término todas las resonancias que en la palabra griega se
encierran. Este problema ha sido planteado por la mayoría de
los intérpretes. A. E. Taylor, por ejemplo, al afirmar que
temperantia fue,
para los romanos, el equivalente de sōphrosynē,
concluye: «es más
fácil de indicar desde el uso del lenguaje qué es esta excelencia
moral, que encontrar un nombre para ella en inglés moderno» (Plato,
the Man and his Work, Londres,
19608,
págs. 47-48). Lo mismo sostiene T. G. Tuckey, en su excelente
monografía: Platos
Charmides, Amsterdam,
1968, páginas 8-9. Sōphrosynē
se desplaza, pues,
en un campo semántico en el que aparece como sinónimo de
sabiduría,
discreción, templanza, autodominio, moderación, castidad,
prudencia, disciplina. Esta
riqueza de significados alude, sin duda, a la vida
real del término,
que ha ido constituyendo su semántica al ritmo de las condiciones
económicas, políticas, sociales y religiosas. (Cf.
Helen North,
Sōphrosynē:
selfknawledge
and self--restraint
in Greek literature, Nueva
York, 1966.)
En el Crátilo
411e, se nos da la
etimología de sōphrosynē,
en relación con
sōs (sano) y phrēn
(corazón, mente,
entendimiento) -sótéría
phronéseōs-. En
Homero (Ilíada XXI
462), sōphrōn
tiene el sentido de
sensato y prudente —no me tendría por sensato si combatiera
contigo por los míseros mortales», dice Apolo a Poseidón. En
la Odisea (XXIII
13) encontramos ya
la forma sōphrosynē;
en oposición a
imprudente, ligero,
acompañada de
otros términos que indican mesura. Cuando el ama anuncia a Penélope
la llegada de Odiseo, ésta, incrédula, le contesta: «Los
dioses te han trastornado el juicio; que ellos pueden entorpecer al
muy discreto,y dar prudencia
- sōphrosynē- al
simple, y ahora te dañaron a ti, de ingenio tan sesudo».
Esquilo, en Siete
contra Tebas (610),
alaba al adivino con un famoso verso: Sóphrōn,
díkaios, agathòs, eusebés anér, en
que la justicia, la excelencia, la piedad aparecen configurando el
campo semántico de sóphrōn.
En el Agamenón
(1425),
Clitemnestra aconseja
al coro, que la condena, a contenerse, a ser mesurado -
sōphronéin-. «Los
dioses aman a los
que son sensatos»,
dice Sófocles en
Áyax
(132); y en Electra
(307), frente a la
desesperanza, la protagonista afirma que ya no es posible ser
piadoso ni sensato -
sōphronéin-. También
en Las Bacantes
(1150), sōphronéin
va unido a la piedad para con los dioses. En los trágicos predomina,
pues, este matiz religioso de respeto hacia fuerzas superiores. Así
lo confirma también el coro en Antígona
(1348), donde se
considera la sensatez como lo más importante para la felicidad,
«porque contra los dioses no se puede ser altanero».
En Tucídides (III 37, 3; también en
IV 18, 4), hay una especie de secularización del concepto, que se
opone a desenfreno, a intemperancia -akolasía-:
«es más
conveniente la ignorancia con mesura, que el ingenio con desenfreno».
Un sentido diferente se encuentra en Demócrito (fr.
B 294), en donde
sōphrosynē es
la virtud de los ancianos, mientras que para los jóvenes se alaba la
fuerza y la belleza. También en los fragmentos B 210, B 211, la
mesura tiene
que ver con la continencia en la comida y con la prolongación del
placer.
En. el Platón de la madurez (Fedro
237e), la
sōphrosynē es
un modo de pensar que guía hacia lo mejor, frente al apetito innato
de placeres. Sentido que también se encuentra en el Banquete
(196c), donde
sōphrosynē es
el dominio sobre placeres y deseos -epithymíai.
En un contexto
semejante y controlando los deseos aparece en Fedón
(68c). En este
pasaje es, además, creadora de una especie de orden interior que,
desdeñando el cuerpo, facilita el conocimiento y la filosofía.
En la República
(430e) se define la
sōphrosynē como
un orden y dominio de los placeres y deseos. Es interesante
observar que, en estos textos, la sōphrosynē
se opone a los
mismos términos -placeres y deseos-, como si todo el esfuerzo de
Cármides se
hubiese ceñido, en el Platón de la madurez, a un aspecto
exclusivamente moral e ideal
del concepto.
En Aristóteles, también, como en
Tucídides, sōphrosynē
se opone a
akolasía, a
desenfreno (Retórica
1366b 13; Ética
nicomáquea 1107b
4-8, 1117b 24; Ética
eudemia 1221a
2, 1231a 38). Refiriéndose a la prudencia, phrónésis,
Aristóteles (Ética
nicomáquea 1140b
11 sigs.) recurre a una
expresión que recuerda la etimología del Crátilo:
«por eso damos a
la prudencia el nombre de sōphrosynē
porque la salva
[sōzousa tēn phrónēsin]». En
la Política (1263b
9), como tal vez en Demócrito, sōphrosynē
es continencia
sexual, y en otro pasaje (1277b 21) se nos dice que es distinta esta
virtud en el hombre y en la mujer. Importante es el pasaje de los
Tópicos (123a
34), donde como un mero ejemplo lógico, para distinguir el sentido
propio del figurado, escribe Aristóteles que; la sōphrosynē
es una sinfonía,
una especie de
armonía.
Sobre este fondo se destacaba la
discusión socrática, en la que la virtud es algo más que
saphrosyné.
Abriéndose a
varias posibilidades de definición, que son superadas en la
discusión misma, llega a configurarse como una clase de conocimiento
reflexivo que pugna por ser objeto de sí mismo. La historia de la
palabra y sus diversos significados se sitúan, así, en un
nuevo proyecto intelectual en el que se descubren algunos de los
temas fundamentales de la filosofía de Platón que se recogerán,
después, en el Menón,
en el Sofista,
en el Teeteto.
Las páginas
finales del Cármides
son, al mismo
tiempo, prólogo a uno de los problemas fundamentales de la
filosofía: el problema de la conciencia, de esa capacidad de
reflexión que especifica al conocimiento humano.
CÁRMIDES
SÓCRATES
153a
H
b
abía vuelto yo, en la tarde anterior, de Potidea1,
del campamento, y
me alegraba, después de tanto tiempo, de volver a las
distracciones que solía. Llegué, pues, a la palestra de Táureas2,
la que está frente por frente del templo de Basile3.
Una vez allí, me
tropecé con mucha gente, que en parte me era desconocida; pero a la
mayoría los conocía. En cuanto me vieron que entraba tan de
improviso, se pusieron a saludarme de lejos, cada cual desde su
sitio. Pero Querefonte4,
maniático como es él, saltó de entre el medio, vino hacia mí,
y tomándome de la mano:
-Oh Sócrates, dijo, ¿cómo es que
has escapado de la batalla?
Efectivamente, poco antes de mi
partida había tenido lugar una batalla en Potidea, de la que,
justamente ahora, se había tenido noticia aquí.
Yo le respondí:
-Pues así, tal como tú ves.
-
c
Hasta aquí han llegado nuevas, dijo, de que la batalla ha
sido muy dura y de que en ella han muerto muchos conocidos.
-Esas noticias se ajustan bastante a
la verdad, le repliqué.
-¿Estuviste presente en el combate?,
preguntó.
-Estuve.
-Entonces siéntate aquí y
cuéntanos, porque aún no nos han informado de todo con detalle.
Y, diciendo esto, me llevó junto a
Critias5,
el de Caliscro, y me hizo sentar a su lado. Cuando me hube acomodado,
saludé a Critias y a los otros y comencé a hablarles de todo
aquello que a cada cual se le ocurría preguntarme en relación con
la campaña. Y uno preguntaba por una cosa, y otro por otra.
C
d
154a
uando ya teníamos bastante de todo esto, le pregunté yo, a
mi vez, por las cosas de aquí: qué tal le iba ahora a la
filosofía6,
cómo andaba la
juventud y si se distinguía alguno por su saber o su hermosura, o
por ambas cosas. Y Critias, mirando hacia la puerta y viendo
que entraban algunos jóvenes, bromeando entre ellos y seguidos por
un montón de gente, dijo:
1. Potidea, en
la península calcídica, era una colonia de Corinto, unida por
consiguiente a Esparta. HERÓDOTO (VII 123) refiere su anexión a
Persia, y TUCÍDES (I 56-65) nos cuenta el largo sitio a que Atenas
la sometió, así como su caída en el invierno de 430/29.-Después
de las guerras del Peloponeso, Potidea se hizo independiente.
JENOFONTE (Helénicas
V
2,
24; 2, 39) nos da también noticias de la ciudad. En el año 316 a.
C., Casandro fundó allí la nueva ciudad, Casandrea.
2. La palestra
era un patio porticado, donde tenían lugar ejercicios físicos, y
solía ser centro de reunión de los jóvenes atenienses. Táureas,
probablemente un sofista o entrenador.
3. Basile es
Perséfone, la reina del mundo intraterrestre. (Cf.
HESÍODO,
Teogonía
913;
HOMERO, Odisea
XI
47;
Ilíada
IX
569;
IX 457.)
4. Querefonte
aparece también en la Apología
(21a),
donde Sócrates habla de su amistad con él. A petición de
Querefonte, el oráculo informó de la sabiduría de su amigo. Otras
referencias, en JENOFONTE, Apología
14;
ARISTÓFANES, Nubes
104
sigs.
5. Critias,
primo de la madre de Platón, Perictíona, y perteneciente a la
alta aristocracia ateniense. Tras la derrota de Atenas en la guerra
del Peloponeso, participó en el gobierno de los Treinta Tiranos».
Muere en el año 403 luchando contra los demócratas de Trasíbulo.
Quedan fragmentos de sus obras en las que se percibe la influencia de
los sofistas.
6. La pregunta
por la filosofía no tiene un carácter terminológico, sino que
es una referencia general a las inquietudes intelectuales de los
jóvenes y a los temas que tenían que ver con su formación.
-Por lo que respecta
a los más hermosos, me
parece que pronto lo vas a ver. Porque los que están entrando son la
avanzadilla de admiradores del que parece ser, al menos por el
momento, el más bello. Creo que él mismo está ya acercándose.
-
b
¿Quién es?, le pregunté, y ¿de quién?
-Probablemente le conoces, dijo. Lo
que pasa es b que, cuando te marchaste, aún no estaba en edad. Es
Cármides7,
el hijo de
nuestro tío Glaucón, primo mío, pues.
-Claro que le conozco, dije. Ya entonces no hacía mala
impresión, ¡y eso que era un niño! ¡Con que ahora que debe ser
todo un mozo!
-Ya verás cómo se ha puesto.
Apenas había acabado de decir esto
cuando Cármides entró.
P
c
or lo que a mí hace, amigo mío, soy mal punto de
comparación. En relación con bellos adolescentes soy «un cordel
blanco» 8,
porque casi todos, en esta edad, me parecen hermosos. - Ahora bien,
realmente, éste me pareció maravilloso, por su estatura y su
prestancia. Y tuve la impresión de que todos los otros estaban
enamorados de él. Tan atónitos y confusos se hallaban cuando
entró. Otros muchos admiradores le seguían. Estos sentimientos,
entre hombres maduros como nosotros, eran menos extraños, y,
sin embargo, entre los jóvenes me di cuenta de que ninguno de ellos,
por muy pequeño que fuera, miraba a otra parte que a él, y como d
si fuera la imagen de un dios.
7
d
. Cármides, hijo de Glaucón y hermano de Perictíona, la
madre de Platón. Como su padre y su sobrino, pertenecía al círculo
de los amigos de Sócrates. Formó parte, con su primo Critias, del
gobierno de los «Treinta Tiranos» y murió también en el año 403,
luchando contra los demócratas. En el diálogo aparece Cármides en
plena juventud.
8. Una medida
que no valdría para nada, ya que un cordel blanco no podía
distinguirse del mármol blanco. Por ello, para marcar la piedra, se
coloreaba en rojo. (Cf.
SÓFOCLES,
Fr.
306.)
Y Querefonte llamándome, me decía:
-¿Qué te parece el muchacho?
Sócrates, ¿no tiene un hermoso rostro?
-Extraordinario, le contesté.
-Por cierto que, si quisiera
desnudarse, ya no te parecería hermoso de rostro. ¡Tan perfecta y
bella es su figura!
Todos los otros estuvieron de acuerdo con Querefonte.
-
e
¡Por Heracles!, dije. ¡Qué persona tan irresistible me
describís! Sobre todo si se le añade, todavía, una pequeñez.
-¿Cuál?, dijo Critias. .
-Si su alma es de buena naturaleza.
Cosa, por otra parte, que hay que suponer, ya que proviene de vuestra
casa.
-Cierto que lo es. Es bello por fuera
y por dentro 9.
-¿Por qué, pues, no le desnudamos,
de algún modo, por dentro y lo examinamos antes que a su figura10?
Porque, a su edad,
seguro que le gustará dialogar.
-
155a
¡Claro que sí! -dijo Critias-, ya que es algo así como
filósofo, y además, según opinión de otros y suya propia, sabe de
poesía.
-Todo esto -dije yo-, amigo Critias,
son dones que de lejos os vienen; de vuestro parentesco con Solón11.
Pero, ¿por qué no llamas ya al mozo y me lo presentas? Pues, ni en
el caso de que fuera todavía más joven, le daría apuro conversar
con vosotros; al menos delante de ti que eres, al mismo tiempo, tutor
y primo suyo.
9. Como
en la presentación de Lisis en el diálogo de este nombre, también
entra Cármides acompañado de la mejor alabanza que se le puede
dedicar: es kalòs
kaì agathós. La
fórmula, que expresa un ideal supremo de equilibrio físico y
psíquico, se desplaza en un dominio más amplio que el que
podría expresar una traducción literal. (Cf.
nota
a Lisis
207».)
10.
El
término que emplea aquí Platón es eidos
en
el sentido no filosófico de imagen, figura, apariencia, etc.: lo que
se ve.
11. El famoso
poeta y político (640-560 a. C.) que, con sus leyes, estableció los
fundamentos para el desarrollo de la democracia ateniense.
b
-Tienes toda la razón, afirmó. Llamémosle, pues.
Y dirigiéndose, al punto, hacia el
acompañante: Muchacho, dijo, llama a Cármides diciéndole que
quiero presentarle a un médico, por la dolencia esa que, hace poco,
me decía que le aquejaba.
Y volviéndose hacia mí, dijo
Critias:
-No hace mucho me dijo que por las
mañanas, al levantarse, le pesaba la cabeza. ¿Qué te impide hacer
ver ante él que sabes de un remedio para su enfermedad? ,
-Nada, le dije. Sólo que venga. Ahora vendrá, dijo.
Y
c
así ocurrió. Cármides se aproximó y fue motivo de
regocijo, pues cada uno de nosotros, de los que estábamos
sentados, cediendo el sitio, empujaba presuroso al vecino, para que
él, Cármides, se sentase a su vera. Y al final, de los que estaban
en los extremos, el uno tuvo que levantarse y al otro le hicimos caer
de costado. Entretanto, él, en llegando, se vino a sentar entre
Critias y yo. Entonces ocurrió, querido amigo, que me encontré
como sin salida, tambaleándose mi antiguo aplomo; ese aplomo
que, en otra ocasión, me habría llevado a hacerle hablar
fácilmente. Pero después de que -habiendo dicho Critias que yo
entendía de remedios- me miró con ojos que no sé qué querían
decir y se lanzaba ya a preguntarme, y todos los que estaban en la
palestra nos cerraban en círculo, entonces, noble amigo, intuí
lo que había dentro del manto y me sentí arder y estaba como fuera
de mí, y pensé que Cidias u sabía mucho en cosas de amor, cuando,
refiriéndose a un joven hermoso, aconseja a otro que «si
un cervatillo llega
frente a un león, ha de cuidar de no ser hecho pedazos». Como si
fuera yo mismo el que estuvo en las garras de esa fiera, cuando me
preguntó si sabía el remedio para la cabeza, a duras penas le pude
responder que lo sabía13.
1
d
e
2. La cita de Cidias, poeta del que apenas hay noticias, no
parece literal. En el Fedro
241d, hay otro
verso de difícil localización, en el que se establece una
comparación parecida, pero entre un lobo y un cordero.
13.
Igual
que en el Lisis,
esta presentación llena de gracia e ironía es una irrupción de
temporalidad e inmediatez en la discusión que se avecina.
-¿De qué remedio se trata?, dijo él.
Y yo le contesté que el remedio era
una especie de hierba, a la que se añadía un cierto ensalmo que,
si, en verdad, alguno lo conjuraba cuando hacía uso de ella, le
ponía completamente sano; pero que, sin este ensalmo, en nada
aprovechaba la hierba.
Y
156a
él:
-Haré, pues, dijo, una copia del
ensalmo que tú me digas.
A lo que yo repuse:
-¿Cómo lo harás? ¿Persuadiéndome
a ello, o sin necesidad de persuadirme?
Y entonces él, riéndose:
-Persuadiéndote, Sócrates, me dijo.
-De acuerdo, dije.
-Y de mi nombre, ¿cómo es que estás enterado?
-
b
Si no lo supiera, ofendería, dijo. Porque no es poco lo que
de ti se habla entre los de nuestra edad, y yo mismo me acuerdo, de
cuando niño, que tú andabas ya con Critias, aquí presente.
-
c
Sí que estás en lo cierto, le dije yo. Hablaré, pues, b más
abiertamente acerca del ensalmo y de cómo es. Precisamente le estaba
dando vueltas a la manera como yo podía mostrarte su virtud. Porque
es uno de tal clase que no sólo tiene la virtud de sanar la cabeza,
sino que pasa con él lo que, seguramente, has oído de los buenos
médicos cuando se les acerca alguien que padece de los ojos, que
dicen algo así como que no es posible ponerse a curar sólo los
ojos, sino que sería necesario, a la par, cuidarse de la cabeza, si
se quiere que vaya bien lo de los ojos. Y, a su vez, creer, que se
llegue a curar jamás la cabeza en sí misma sin todo el cuerpo, es
una soberana insensatez. Partiendo, pues, de este principio y
aplicando determinadas dietas al cuerpo entero, intentan tratar
y sanar, con el todo, a la parte. ¿O no te habías enterado de que
eso es lo que dicen y que así es?
-Claro que sí, respondió.
-¿Y te parece que dicen bien y das
por buenas sus razones?
-Sin duda alguna, dijo.
Y
d
yo que le oí darme la razón volví a cobrar fuerzas, y,
poco a poco, me fue viniendo la audacia y se me fueron caldeando
los ánimos. Entonces le dije:
-Así es, Cármides, lo que pasa con
esto del ensalmo. Yo lo aprendí, allá en el ejército, de uno
de los médicos tracios de Zalmoxis 14,
de los que se
cuenta que resucitan a los muertos. Por cierto, que aquel tracio
decía que los médicos griegos estarían conformes con todo esto que
yo acabo de decir; pero que Zalmoxis, nuestro rey, siendo como es
dios, sostenía que no había de intentarse la curación de unos ojos
sin la cabeza y la cabeza, sin el resto del cuerpo; así como tampoco
del cuerpo, sin el alma. Ésta sería la causa de que se le escapasen
muchas enfermedades a los médicos griegos: se despreocupaban del
conjunto, cuando es esto lo que más cuidados requiere, y si ese
conjunto no iba bien, era imposible que lo fueran sus partes. Pues es
del alma de donde arrancan todos los males y los bienes para el
cuerpo y para todo el hombre; como le pasa a la cabeza con los ojos.
Así pues, es el alma lo primero que hay que cuidar al máximo, si es
que se quiere tener bien a la cabeza y a todo el cuerpo. El alma se
trata, mi bendito amigo, con ciertos ensalmos y estos ensalmos son
los buenos discursos, y de tales buenos discursos, nace en ella la
sensatez15.
Y, una vez que ha nacido y permanece, se puede proporcionar salud a
la cabeza y a todo el cuerpo. Mientras me estaba enseñando el
remedio y los ensalmos, me dijo: «Que no te convenza nadie a
tratarte la cabeza con ese remedio, sin antes haberte entregado su
alma, para que con el ensalmo se la cures. Pues también ahora,
continuó, cometen los hombres la misma equivocación, al
intentar, por separado, ser médicos del alma y del cuerpo». A mí
me encomendó muy encarecidamente que nadie, por muy rico, noble o
hermoso que fuera, me convenciera de hacerlo de otro modo. Así pues,
yo porque se lo juré y estoy obligado a obedecerle- le obedeceré; y
si quieres que, de acuerdo con las prescripciones del extranjero,
veamos primero de conjurar tu alma con los ensalmos del tracio,
remediaré también tu cabeza. Pero, si no, no sabría qué hacer
contigo, querido Cármides.
1
e
157a
b
c
4. Según HERODÓTO,
IV 94, Zalmoxis es el
dios de la tribu tracia de los
Getas, y de él
aprendieron su doctrina de la inmortalidad. Un poco más
adelante (IV 95), el mismo Heródoto nos informa de que Zalmoxis era
un esclavo tracio de Pitágoras. DIÓGENES
LAERCIO, en la
introducción a sus Vidas, lo considera uno de los primeros filósofos
entre los bárbaros.
15.
Traduciremos sphrosynē
por
«sensatez», aun a sabiendas de las dificultades que encierra el
delimitar en este término un campo semántico tan peculiar como el
de la palabra griega. (Véase la introducción al diálogo)
Oyendo Critias que yo decía estas
cosas, exclamó:
-
d
Feliz coincidencia, Sócrates, sería para este joven la
flojera de su cabeza, si esto le obligara a mejorar d toda su
capacidad intelectual. No obstante, te digo que Cármides no sólo se
distingue de los de su edad por el aspecto, sino por esto para lo
que, según tú, tienes el ensalmo; porque dices que lo tienes para
la sensatez, ¿no?
-Para eso lo tengo, sí, contesté
yo.
-
e
Bien. Pues has
de saber que Cármides parece ser, con mucho, el más sensato de los
de ahora, y en todo lo demás, para la edad que tiene, no es inferior
a ninguno.
-
158a
Y es muy justo, dije yo, Cármides, que en todas estas cosas
te distingas de los demás. Porque bien sé que a ningún otro de
aquí y ahora le sería fácil mostrar qué dos casas de las de
Atenas podrían concurrir, según parece, al nacimiento de un vástago
más hermoso y noble que aquellas de las que tú procedes. Porque,
por parte de padre, desciende de Critias el de Drópides, y tal como
se cuenta, vuestra casa ha sido ensalzada por Anacreonte, Solón y
otros muchos poetas como excelente en belleza y en virtudes y en
todo aquello que cuenta para la felicidad. Y lo mismo por el lado
materno. Nadie, en efecto, en toda nuestra tierra, ha sido tan
famoso como tu tío Pirilampo16,
en hermosura
y grandeza, cada vez que iba como enviado al Gran Rey o a cualquier
otro de los de Asia. En resumidas cuentas, en nada es inferior a la
otra familia. Puesto que de tales linajes procedes, es natural que
seas el primero en todo. Y en lo que puede percibirse de tu
presencia, querido hijo de Glaucón, me parece que a ninguno de tus
antepasados tienes, en nada, que irle a la zaga. Pero
si, encima, en lo que
respecta a
la sensatez y a todas las otras cualidades, según lo que acaba de
decir éste, te ha colmado la naturaleza, en buena hora te parió tu
madre. Pero vayamos al asunto: si, tal como Critias dice, hay en ti
sensatez y, en consecuencia, como sensato te comportas, no necesitas
los ensalmos de Zalmoxis ni los de Abaris el hiperbóreo17,
sino que lo que habría
que hacer es darte ya el remedio para la cabeza. Pero, en caso de que
precises de él, hay que entonar los conjuros, antes de darte el
remedio. Dime, pues, tú mismo si tienes ya bastante sensatez, como
Critias piensa, o estás falto de ella.
1
b
c
6. Pirilampo, hijo de Antifonte, casado en segundas nupcias
con su sobrina Perictíona y, por tanto, padrastro de Platón.
PLOrnnco (Pericles
13, 15) nos cuenta
que fue amigo de Pericles, que lo envió como emisario suyo a Asia
Menor y a Persia.
17. Abaris,
teólogo y taumaturgo entre los siglos VI y V. PÍNDARO (fr.
270)
le hace contemporáneo de Creso. Oriundo de los hiperbóreos, el
pueblo mítico que vivía más allá del Bóreas». HERÓDOTO
(IV
36) narra que había viajado por toda la tierra sin tomar alimento
alguno y portando consigo una flecha de Apolo.
E
d
ntonces se ruborizó Cármides, y todavía parecía más
hermoso, pues la modestia iba. bien con su edad. Y
a continuación me
respondió no indignamente, porque dijo que no le sería fácil, por
el momento, ni afirmar ni negar lo que se le preguntaba: «Ya
que, por un lado, si
digo que no soy sensato, continuó, estaría bastante fuera de lugar
que uno mismo diga tales cosas contra uno mismo; por otro lado, haré
que Critias, aquí presente, aparezca como embustero, y no sólo
él, sino otros muchos a quienes, por lo que cuentan, parezco
sensato. Pero si, a mi vez, digo que sí, y me alabo a mí mismo, es
muy probable que esto parezca algo insufrible. De modo que no tengo
nada que decirte.
Entonces yo le contesté:
-
e
Me parece muy puesto en razón lo que dices, Cármides.
En mi opinión, añadí, tenemos que examinar juntamente si ya
tienes, o no, lo que estoy tratando de averiguar, para que no te veas
forzado a decir lo que no quieres, ni yo, por mi parte, me ponga sin
criterio a hacer de médico. Si, pues, te va bien, me gustaría
indagar contigo; pero si no, dejémoslo.
-Pero claro que me va bien, dijo. De
modo que, en
lo que a mí respecta,
por donde tú mismo
creas que has de indagar, indaga.
-
159a
Me parece que ésta sería, dije, la mejor manera de llevar la
indagación. Porque es manifiesto que, si la sensatez es algo tuyo,
tendrás una cierta opinión de ella; pues, forzosamente, estando en
ti, en el supuesto de que lo esté, te suministrará una cierta
sensación de la que se alce alguna posible opinión sobre ella: o
sea, sobre qué es y cuáles son las propiedades de la sensatez.
¿No te parece?
-Pues claro que sí, dijo.
-En consecuencia, dije, eso, lo que
crees, puesto que sabes griego18,
tal vez puedas
decírmelo con la precisión con la que te aparece.
-Tal vez, dijo.
-Bueno, pues para que tengamos un
punto de apoyo que nos permita saber si hay, o no, en ti sensatez,
dime, pregunté, ¿cuál es la opinión que tienes de ella?
Y
b
él empezó a vacilar y daba la impresión de que no quería
responder; pero después dijo que la sensatez le parecía algo así
como hacer todas las cosas ordenada y sosegadamente, lo mismo si se
va por la calle, si se dialoga, o si se hace cualquier otra cosa. «En
resumidas
c
c
uentas, dijo, a mí me parece.que es algo así como
tranquilidad aquello por lo que preguntas» 19.
-¿Tienes razón en lo que estás diciendo?, insinué. Pues es cierto
que a la gente tranquila se la llama sensata, Cármides. Veamos,
sin embargo, si lo que dicen puede sostenerse. Porque, ¿no es
cierto, dime, que la sensatez es algo
excelente?
-Y mucho que lo es, dijo.
-Y qué es lo más excelente en la
escuela, ¿escribir las mismas letras con rapidez o
parsimoniosamente?
-Con rapidez.
-Y qué pasa con el leer, ¿deprisa o
despacio?
-Deprisa.
-¿Será, pues, también mucho mejor,
al tocar la cítara, hacerlo con soltura, y al luchar, hacerlo con
agilidad, que no con lentitud y torpeza?
-Sí.
-Y en la
lucha con los puños y en el pancracio20,
¿no pasará lo mismo?
18. Igual que
en el Menón
(82b), se da como condición necesaria para una cierta
investigación la posibilidad de comunicarse. Pero, al mismo
tiempo, es a través del lenguaje de donde brotarla el conocimiento.
Esta insistencia en un análisis del lenguaje está presente
siempre en la epistemología platónica. La manera más directa de
conocer el significado de un término es hacerlo deslizar en la
matriz de la lengua en la que se articula y se contextualiza.
19 En
consecuencia, la primera definición de sōphrosynē,
brota de lo que llamaríamos el uso normal del lenguaje.
20. Pancracio,
el más duro de los juegos olímpicos, mezcla de lucha libre y boxeo.
-
d
Claro que sí.
Y en cuanto al correr y al saltar, y
a todos los otros ejercicios corporales, los que se hacen con
celeridad y rapidez, ¿no son armoniosos?; y los que se hacen
con fatiga y lentitud, ¿no son torpes?
-Así parece.
-¿Y nos parece también a nosotros,
dije yo, que, en lo que tiene que ver con el cuerpo, no es lo lento,
sino lo más rápido y más ágil, lo más excelente. ¿O no es así?
-Claro que sí.
-Pero, ¿es la sensatez algo
excelente?
-Sí.
-Entonces, por lo que atañe a
nuestro cuerpo, no tiene que ver la sensatez con la lentitud, sino
con la rapidez, si es que la sensatez es algo excelente.
-
e
Eso es lo que parece, dijo.
-¿Y qué?, dije yo, ¿qué es mejor,
la facilidad para aprender o la torpeza?
-La facilidad.
-Pero facilidad, continué, es aprender algo deprisa, y
la torpeza, aprender con fatiga y lentitud.
-Sí.
-Y enseñarle algo a otro, ¿no es mejor hacerlo con
rapidez y fluidez que con lentitud y pesadez?
-Sí.
-¿Y qué? El acordarse de algo y el
retener algo, ¿cómo es mejor, hacerlo con lentitud y torpeza, o con
rapidez y fluidez?
-
160a
Con rapidez y fluidez.
-Y la agudeza, ¿no es algo así como
agilidad de espíritu y no pesadez?
-Verdad que sí.
-Así pues, entender lo que se dice
en la escuela o en la clase de cítara, o en cualquier otra parte,
¿no es mejor hacerlo de la manera más rápida posible, que con
lentitud?
-Sí.
-
b
Y también en las inquisiciones del entendimiento y en las
deliberaciones, no es, según creo, el más lento y el que a duras
penas se decide y es tardo en sus pesquisas el que merece
alabanza, sino aquel que con más facilidad y ligereza lo hace.
-Así son las cosas, dijo.
-¿No es verdad, pues, Cármides,
continué, que de todas estas cosas, tanto en lo que tienen que ver
con el cuerpo como con el alma, parece que son mejores las que se
hacen rápida y resueltamente, que las que se hacen torpe y
calmosamente?21
-Es muy probable.
-
c
d
En consecuencia, la sensatez no va a ser algo así como el
reposo, ni reposada la vida sensata, por lo que venimos diciendo; ya
que tiene que ser algo hermoso e intenso la sensatez. Porque, o bien
en ningún caso, o en alguno muy excepcional, se nos presentaron, en
la. vida, las acciones reposadas como más excelentes que las rápidas
e intensas. Pero, si entonces, amigo, y en todo caso no son las
acciones reposadas menos valiosas que las rápidas y vehementes, no
tendría por qué ser la sensatez algo más bien sereno que rápido y
vehemente, ni en el andar, ni en el hablar, ni en cualquier otra
cosa. Además, no sería la vida tranquila más sensata que la
intranquila. Pues hemos partido, en nuestras
reflexiones, del hecho de que la sensatez pertenece a las cosas más
preciadas. Pero tan preciadas se nos han presentado las rápidas como
las reposadas.
-Creo que estás en lo cierto,
Sócrates, me dijo.
-Pero, otra vez, por cierto,
Cármides, dije yo, fijándote mejor todavía, mirándote a ti
mismo y dándote cuenta de qué cualidades te hace poseer la sensatez
cuando está en ti y qué es lo que de ella las provoca, y
concretando todo esto, dime, llana y decididamente, qué es lo que te
parece que es 22.
21.
Precisamente lo que permite la contradicción a la primera definición
dada es que se hace coincidir, en el mismo campo semántico y como
alimentados por un mismo contexto, aspectos que han surgido en
contextos diferentes. Sereno
y calmoso tienen
que ver con lentitud, pero no todo lo que es lento puede atribuirse
la totalidad de los contextos de serenidad, equilibrio, etc. De
todas formas, estas contradicciones semánticas muestran cómo Platón
pretende sustentar sus definiciones y el sentido de los términos que
la componen en el espacio vivo de la lengua.
22. Así.
como la primera definición se centra más en el mundo
objetivo
y en su reflejo en el lenguaje, esta segunda presenta un carácter
más subjetivo. Sócrates ha invitado a Cármides, antes de que éste
dé la nueva definición, a que «se mire a sí mismo», no en
el sentido de una introspección, sino de una especie de objetivación
de su comportamiento.
e
-Y él, concentrándose y
reflexionando muy intensamente:
-Me parece, en verdad, dijo, que la sensatez hace tímido
y pudoroso al hombre, de modo que es algo así como el pudor, la
sensatez.
-¡Y bien!, dije yo, ¿no estabas
afirmando, hace un momento, que la sensatez era excelente?
-Sí que lo afirmaba.
-Por consiguiente, los hombres sensatos son también
buenos.
-Sí.
-Así pues, ¿sería bueno aquello que no hace buenos
hombres?
-Seguro que no.
-
161a
Luego no es sólo excelente la sensatez, sino que, además, es
buena.
-A mí al menos me lo parece.
-Entonces, ¿qué pasa?, dije yo, ¿es que no crees que
Homero está en lo cierto cuando dice:
«No es buena la compañía del
pudor para el hombre indigente» 23.
-Sí que lo creo.
-Luego, al parecer, es el pudor algo bueno y no bueno.
-Parece que sí.
-
b
La sensatez, sin embargo, es algo bueno, si es que hace buenos
a aquellos en los que está, y no los malea. A mí me parece que es
así, tal como tú lo expresas.
-Entonces la sensatez no será pudor,
si realmente es algo bueno, y el pudor, por el contrario, es tan
bueno
como malo,
-
c
A mí me parece, Sócrates, dijo, que te expresas
correctamente. Pero fíjate en esto, a ver que opinas en relación
con nuestro tema. Es que me acabo de acordar -cosa que alguna
vez oí a alguien que lo decía- de que bien podría ser la
sensatez algo así como «ocuparse de lo suyo». Mira, pues, si
te parece que anduvo en lo cierto el que esto dijo 24.
-¡Ah bandido!,
exclamé, eso lo has oído tú de Critias o de alguno de estos
sabios.
-Tiene que ser de otro, dijo Critias,
porque lo que es de mí, no.
-Pero, ¿qué importa, Sócrates, dijo Cármides, de
quién lo he oído?
-Nada, dije yo, porque no es esto lo que estamos
buscando, el quién lo dijo, sino si estaba o no en lo cierto.
-¡Ahora sí que estás hablando con propiedad!, dijo.
-Pues, ¡en buena hora! Pero si, con
todo, llegamos a descubrir por dónde hay que agarrar todo esto, no
saldría de mi asombro, porque parece un acertijo.
-
d
Y eso, ¿por qué?
-Pues porque, en manera alguna, dije
yo, tal como suenan
las palabras 25,
así las pensó quien definió la sensatez como «ocuparse de lo
suyo». ¿O crees tú que nada hace el maestro cuando escribe o lee?
23. HOMERO,
Odisea
XVII 347.
24. La tercera
definición no viene ya del mundo del lenguaje natural, ni de la
objetivación de una supuesta subjetividad, sino de una experiencia
histórica o cultural plasmada en el lenguaje.
25. Los
diversos niveles de la escritura que aparecen en el mito de Theuth,
del final del Fedro
(274d),
se dan aquí también, en el dominio de la comunicación inmediata.
La familiaridad
con
el lenguaje oscurece frecuentemente su semántica. Un lenguaje
puede resultar auténtico o inauténtico, parece insinuar, en este
pasaje, Platón.
-Sí que hace, pienso yo, dijo.
-¿Te parece que sólo escribe y lee
el maestro su propio nombre, y así os lo enseña también a vosotros
los jóvenes? ¿O no habéis escrito de la misma manera los nombres
de vuestros enemigos, que vuestros propios nombres y los de
vuestros amigos?
-Por supuesto que de la misma manera.
-¿O es que estabais metiéndoos donde no os llaman y
cometiendo, con ello, insensateces?
-
e
En absoluto.
-El caso es, pues, que no os ocupáis
de vuestras propias cosas, si es que el escribir y leer es un
ocuparse.
-Seguro que lo es.
-¿También el curar, querido amigo,
el edificar, el tejer y, en cualquier clase de arte, el llevar a cabo
un trabajo son, en cierto sentido, un ocuparse?
-Y mucho que lo es.
-¿Y qué?, dije yo, ¿te parece a ti
que estaría bien administrada una polis, si se ordenase por ley que
cada uno tejiese y lavase su propio manto, que cada uno cortase las
suelas de sus propios zapatos y, así, con sus vasijas y cepillos y,
de la misma manera, con todas las otras cosas, de modo que llegase a
desentenderse de los demás y sólo llevase a cabo lo que tiene que
ver con él, y sólo de ello se ocupase? 26.
-
162a
No es eso lo que me parece, dijo.
-Pero, sin embargo, si la polis se
administra sensatamente, estaría entonces bien administrada.
-¿Cómo no iba a estarlo?, dijo.
-En consecuencia, afirmé yo, no sería sensatez, en
estos casos y de este modo, el ocuparse de las cosas de uno mismo.
26. Estos
ejemplos de autosuficiencia recuerdan a Hipias (Hipias
Menor 368b-c).
-No me parece que lo fuera.
-
b
Entonces da la impresión de que está hablando en enigmas
quien definió la sensatez como «el ocuparse de lo suyo». Pues tan
simple no era el que tal dijo. ¿O era, tal vez, un tonto aquel a
quien le oíste decir esto, Cármides?
-De ninguna manera, dijo. Sino que
más bien parecía ser muy listo.
-Entonces, tanto más se me hace que fue un enigma lo
que propuso; de forma que es difícil saber qué es eso de «ocuparse
de lo suyo.
-Probablemente, dijo.
-¿Qué es lo quesería, pues, eso de «ocuparse de lo
suyo»? ¿Tienes algo que decir?
-Por los dioses, que no lo sé, dijo. Pero igual pasa
que el que lo dijo no sabía tampoco lo que tenía en la cabeza.
Y, al tiempo que decía esto, se
sonreía y miraba para Critias.
S
c
d
e veía que Critias, que, desde hacía rato, se sentía
atacado y con ganas de hacer méritos ante Cármides y los presentes,
no fue capaz de contenerse ya más tiempo. Tanto más, que me
pareció que era verdad lo que había supuesto, o sea: que Cármides
había escuchado de Critias aquella definición de sensatez. Así
pues, queriendo Cármides no ser él, sino Cribas, quien tuviera
que dar cuenta de la definición, le animaba haciéndole ver como que
hubiera sido refutado. Critias apenas si podía ya contenerse y me
parecía que estaba empezando a enfadarse con Cármides, como un
autor con el artista que representa mal sus obras. De modo que
mirándole fijamente le dijo:
-
e
¿Quieres decir, Cármides, que si tú mismo no sabes qué
tenía en la cabeza quien definió la sensatez como «ocuparse de lo
suyo», el que tal definió tampoco lo sabía?
-Pero, mi buen Critias, tercié yo,
que no lo sepa Cármides a sus años no es raro. Tú, por el
contrario, bien que lo sabrás, por tu edad y tu cultura. Si, pues,
estás de acuerdo en que la sensatez sea lo que éste dice y aceptas
su discurso, con mucho mayor placer examinaré yo mismo contigo
si es, o no, verdad lo que se ha dicho.
-Claro que estoy muy de acuerdo,
dijo, y acepto la discusión.
-Pues, muy
bien que haces, dije a mi vez. Y ahora dime, ¿estás también de
acuerdo en lo que andaba preguntando antes, sobre si todos los
artesanos hacen algo?
-
163a
Yo sí.
-Y en tu opinión, ¿hacen sólo las
cosas de ellos mismos, o también las de los otros? 27.
-También las de los otros.
-¿Y obran con sensatez al no hacer
sólo las de ellos?
-¿Y por qué no iban a obrar?, dijo.
-Por nada, respondí. Pero fíjate,
no vaya a atascarse aquel que, partiendo de que la sensatez es
ocuparse de lo suyo, va luego y dice que no hay nada en contra de que
también sean sensatos los que se ocupan de las cosas de los demás.
-
b
¿Es que yo he concedido, dijo él, que son sensatos los que
se «ocupan de» las cosas de los otros, o que lo son los que las
«hacen»?
-Pero dime, insistí yo, ¿es que no llamas lo mismo a
«hacer» y a «ocuparse de»?
-
c
No por cierto, dijo. Ni a «trabajar» ni a «hacer». Porque
he aprendido de Hesíodo, que dice que «ningún trabajo es
deshonroso»28.
¿Crees tú, quizá, que si hablase de «trabajar» y «ocuparse
de» a propósito de estas mismas cosas que tú ahora decías,
habría, dicho que no había deshonra alguna en cortar suelas de
zapatos, en preparar salazones o en sentarse a la puerta del
burdel? Seguro que no hay que creerlo, Sócrates; más bien, pienso
que aquél tenía por distinto el hacer (poieîn),
de la actividad
(práxis) y
del trabajo (ergasía),
y qui lo
hecho (poiēma)
a veces es deshonroso cuando no sale con belleza, mientras que el
trabajo no es ninguna deshonra. Porque a lo que se ha hecho bella y
provechosamente llama trabajo, y las cosas así hechas son trabajos y
actividades 29.
Habría, pues, que decir que él sólo consideraba tales cosas como
propias, y todas las malas como ajenas. De modo que hay que creer que
Hesíodo y cualquier otro, con tal que sea cuerdo, llamarán
sensato a aquel que se ocupe de lo suyo.
-
d
e
Oh Critias, respondí yo entonces, tan pronto como d empezaste
a hablar, entreví por dónde ibas con tu discurso, o sea que
llamarías, a las cosas propias y de uno mismo, buenas, y que, a la
creación (poíesis)
de cosas buenas, le
llamarías actividades (práxeis).
Pues también de Pródico30
he oído un sin fin de distinciones sobre las palabras;. pero yo te
dejo que fijes como quieras el sentido, con tal de que expliques
adónde vas con el término que uses 31.
Vamos ahora,
pues, a empezar a definir claramente desde un principio. ¿Es, pues,
a la «ocupación con». (práxis)
cosas buenas, o a su creación o producción (poíesis),
o como quieras llamarlo, a lo que denominas sensatez?
27. Con el
empleo de los verbos poieîn,
práttein, ergázesthai, que
ocupan partes de un campo semántico (hacer, actuar, trabajar,
elaborar, etc.), va a provocar Sócrates una cierta confusión,
pero, al mismo tiempo, llevará a cabo un interesante análisis
lingüístico.
28
HESÍOTO,
Trabajos y días
311. (Cf.
JENOFONTE,
Memorables
I
2, 56 sigs.)
29. Para
Critias, «hacer» (poieîn) tiene un carácter más neutral que
«ocuparse de» (práttein) y «trabajar» (ergázesthai). Cf.
EKKEHARD
MARTENS, Das
selbstbezügliche
Wissen in
Platons
Charmides,
Munich,
1973, pág. 33.
30. Pródico
de Ceos, el sofiista que desarrolló su actividad en Atenas en torno
al año 425. Platón lo ha caracterizado en el Protágoras
(315d
sigs.). Se ocupó de problemas políticos y se hizo famoso por su
preocupación por la sinonímica y por otros problemas de
lenguaje. También en el Protágoras
(341a)
Sócrates alaba a Pródico y reconoce haber aprendido de él. En este
pasaje, Pródico pone de manifiesto su «análisis del lenguaje» en
la interpretación de unos versos de Simónides. En el Teeteto
(151b),
Sócrates recuerda que, a algunos de los que nada tienen que aprender
con él, los envía a Pródico. En el Eutidemo
277e,
se destaca este carácter analítico de Pródico: «Porque, en
primer lugar, como dice Pródico, conviene aprender el uso
exacto de los nombres». A continuación se nos muestran las
diferencias semánticas entre aprender y comprender, para concluir
con el carácter de juego
que
tiene el lenguaje.
31 Esta
llamada a la univocidad puede ser la única posibilidad de escapar a
la original ambigüedad del lenguaje. El pasaje del Eutidemo
al
que se refiere la nota anterior señala, con una modernidad
extraordinaria, el marco del problema y, al mismo tiempo, ejemplifica
un cierto proceder dialéctico que Sócrates practica en el Cármides:
«Todo
esto es en el fondo un juego... y, ello, porque si uno aprendiese
mucho o incluso si lo aprendiese todo, no por ello sabría más de
los objetos mismos y de su naturaleza, sino que sólo estaríamos
preparados para jugar este juego con la gente, al hacer que
tropezasen y cayesen, con los diversos significados de los nombres,
como los que te quitan la silla cuando te vas a sentar» (278b).
-Sí, a eso, dijo.
-No es, pues, sensato el que se ocupa
con cosas malas, sino con buenas.
-¿Es que a ti, mi buen Sócrates, no te parece así?
-Dejemos eso, dije yo. Porque todavía
no estamos examinando lo que a mí me parece, sino lo que tú estás
diciendo.
-
164a
Pero, en verdad, dijo, sostengo que quien no hace . bien sino
mal, ése no es sensato, y que lo es quien hace bien y no mal. Te
defino, pues, claramente la sensatez, como el ocuparse con buenas
obras.
-Igual nada se opone a que estés diciendo la verdad,
pero hay algo, por cierto, que me asombra. Me refiero a si tú crees
que los hombres sensatos ignoran que lo son.
-No lo creo, no, dijo.
-¿No eras tú el que antes afirmaba,
le pregunté, que no ves ningún inconveniente en que sean sensatos
los artesanos que hacen las cosas de los otros?
-Lo he afirmado, sí, dijo. ¿Pero
qué tiene que ver con esto?
-
b
Nada. Pero dime si, en tu opinión, un médico que cura a
alguien hace algo provechoso para sí mismo y b para aquel al que
cure.
-Yo creo que sí.
-¿Obra, pues, convenientemente el que así obra?
-Sí.
-¿Y el que obra convenientemente no
es sensato?
-Sí que lo es.
-¿Y es necesario que el médico sepa
cuándo cura con provecho y cuándo no, y que cada uno de los
artesanos sepa
cuándo va a sacar beneficio de la obra que tiene entre manos y
cuándo no?
-Posiblemente no.
-
c
Algunas veces, pues, dije yo, habiendo obrado con provecho o
con daño, el mismo médico no sabe cómo c obro. Sin embargo,
habiendo obrado provechosamente, según tú, obró sensatamente. ¿O
no has dicho eso?
-Sí que lo dije.
-Por tanto, parece que, quien algunas
veces obra con provecho, obra, en verdad, con sensatez y es sensato,
aunque no sabe que lo es.
-
d
e
165a
Pero esto es cosa, Sócrates, que no pasaría nunca. No
obstante, si crees que lo que yo antes he concedido, lleva
necesariamente a esa conclusión, yo mismo retiraría parte de
lo dicho, y no me avergonzaría de no haberme expresado con precisión
en lo que dije, antes que reconocer, jamás, que un hombre es sensato
sin saberlo. Pues casi iba yo a sostener eso mismo de que ser
sensato es conocerse a
sí mismo, y coincido con aquel que en Delfos puso aquella
inscripción que, según creo, está dedicada a esto, a una
bienvenida del dios a los que entran, en lugar de decir «salud», ya
que esta fórmula de «salud» no es correcta, ni deseable como
exhortación de unos a otros, sino la de «sé sensato». El
dios da la bienvenida, pues, a los que entran al templo, de diferente
manera que los hombres. Esto es lo que tuvo en su cabeza el que puso
la inscripción, cuando la puso. Al menos, así me parece. Y
el dios no dice otra
cosa, en realidad, a los que entran, sino «sé sensato». Bien es
verdad que habla más enigmáticamente, como un adivino. Porque «el
conócete a ti mismo» y el «sé sensato» son la misma cosa, según
dice la inscripción, y yo con ella; pero fácilmente podría pensar
alguno que son distintas 32.
Cosa que me parece que les ha pasado a los que después han hecho
inscripciones como, por ejemplo, la de «Nada demasiado» y «El que
se fía, se arruina». También ellos tomaron el «Conócete a ti
mismo» por un consejo, y no por una salutación del dios a los que
entraban. Así pues, para no ser menos en eso de dar consejos útiles
han grabado estas inscripciones y las han puesto ante nosotros. Por
qué, Sócrates, estoy diciendo todo esto, es por lo siguiente:
olvidémosnos de todo lo que antecede, porque creo que es indiferente
el que haya sido yo, o hayas sido tú, quien ha dicho algo justo; lo
cierto es que no ha sido mucha la claridad de lo que decíamos.
Ahora, sin embargo, quiero darte razón de esto otro: de si no es la
sensatez el conocimiento
de uno mismo.
3
b
2. La fórmula «conócete a ti mismo» viene, según el
Protágoras (343a), de los Siete sabios, que hicieron ponerla
como inscripción en el santuario de Apolo en Delfos. La
tradición doxográfica atribuye el dicho a Quilón (DIELS, I
63, 25) y, en otra variante, a Tales (DIELS, I 64, 6-7). Para la
escuela pitagórica, el «conócete a ti mismo» era respuesta a
«¿qué es lo más difícil?...» (DIELS, I 464, 18).
-
c
Pero tú, Critias, le dije yo, te pones ante mí como si yo
afirmase que sé aquello por lo que pregunto, y que, tan pronto como
lo quisiera, estaría de acuerdo contigo; cosa que no es así.
Más bien ando, siempre en tu compañía, detrás de lo que se nos
ponga por delante, porque en verdad que yo mismo no lo sé. Una vez,
pues, que lo haya examinado, será cuando esté dispuesto a decir si
estoy o no de acuerdo contigo. Espera entonces, hasta que me lo haya
visto bien.
-Míralo, pues, me dijo.
-Eso es lo que hago, respondí. Por
consiguiente, si la sensatez es algo así como conocer, es claro que
sería un saber y un saber de algo. ¿O
no?.
-Eso es lo que es, afirmó, y además,
de uno mismo.
-¿Y no
es la medicina, le dije, un saber de la salud?
-Sí que lo es.
-
d
Pues bien, le dije, si tú me preguntases: ¿siendo la
medicina un saber de la salud, en qué consiste su utilidad para
nosotros y qué es lo que produce?, te respondería que algo de
no poca monta: la salud, y me concederás que ésta es una excelente
producción. Te lo
concedo.
-
e
Y si, además,
me preguntases por la arquitectura, que es algo así como saber
edificar, y qué efecto es el que tiene, te diría que su efecto son
los edificios. Y así,
de las otras técnicas. En consecuencia, para la sensatez, en cuanto
que es, según tú, una cierta ciencia o saber de uno mismo, tendrás
algo que decir al que te pregunta: ¿la sensatez, oh Critias,
siendo como es una ciencia o un saber de sí mismo, qué obra
excelente lleva a cabo, que sea digna de tal nombre? ¡Venga!,
dime.
-
166a
Pero, Sócrates, respondió, tú no estás buscando
correctamente. Porque no es este saber, por su misma naturaleza,
igual a los otros saberes, lo mismo que no lo son los otros entre sí
Y tú estás haciendo una investigación como si fueran
semejantes. Dime, pues, añadió, ¿del arte del cálculo, o de la
geometría cuál es su obra: como la casa lo es de la arquitectura y
el manto del arte de tejer, u otras obras semejantes que se podrían
mostrar de otras muchas artes? ¿Me puedes enseñar tú, para
esas dos artes, un producto tal? Pero no, no vas a poder.
-Dices verdad, le respondí. Pero voy
a mostrarte de qué es saber cada uno de estos saberes que, por
cierto, resultan ser algo distintos de sí mismos. Así, por ejemplo,
el arte del cálculo lo es de los números pares e impares y de la
relación cuantitativa que se establece entre ellos mismos y entre
los otros. ¿O no es así?
-Sí que lo es, dijo.
-
b
¿Y no son los pares y los impares algo distinto del mismo
arte del cálculo?
-¿Cómo no?
-Y también la estática es saber de
lo pesado y de lo ligero, si bien son cosas distintas de la estática
misma lo pesado y lo ligero. ¿Me lo concedes?
-Claro que sí.
-Dime, pues, ¿de qué es saber la sensatez y qué obra
produce que sea distinta de sí misma?
-
c
Esa es la cuestión,: Sócrates, dijo. En tu pregunta has
caído en aquello en lo que la sensatez se distingue de todos los
otros saberes. Pero tú buscas una semejanza de ella con los otros, y
esto no es así, sino que todos los otros saberes lo son de algo,
pero no de sí mismos, mientras que ella es la única que, además de
un saber de todos los otros, lo es de sí misma. Y esto no debería
de habérsete ocultado, pero si así ha sido es porque creo que estás
haciendo lo que antes no decías que hacías: que estás
tratando de refutarme a mí y estás olvidándote de aquello sobre lo
que versa el discurso33.
33 Con
esta definición de la sensatez
como
saber de sí mismo, se entra en la parte más original del diálogo.
Precisamente es esta parte la que ha sido objeto de algunas recientes
investigaciones, como las de E. MARTENS, mencionada en la nota
22; B. WITTE, Die
Wissenschaf t vom
Guten und Bösen. Interpretationen zu Platons Charmides,
Berlín,
1969; TB.
EBERT,
Meinung
und Wissen in
der
Philosophie Platons. Untersuchungen zum Charmides,
Menon und
Staat, Berlín,
1974, págs. 55-82. Pionero, en este tema del Cármides, fue el
valioso estudio de CARL SCHIRLITZ,
publicado
a finales del siglo pasado: «Der
Begriff des
Wissen
vom Wissen in
Platons
Charmides
und
seine
Bedeutung
für das
Ergebnis
des
Dialogs», en Neue
Jahrbücher für
Philologie
und Paedagogik
155
(1897), 451-476 y 513-537.
-
d
¿Cómo puedes suponer algo así?, dije yo. Estás pensando
que, por refutarte a ti mismo realmente, yo lo hago por otra causa
distinta de aquella que me lleva a investigarme a mí mismo y a lo
que digo, por temor tal vez, a que se me escape el que pienso que sé
algo, sin saberlo. Te digo, pues, qué es lo que ahora estoy
haciendo: analizar nuestro discurso, sobre todo por mí mismo, pero
también, quizá, por mis otros amigos. ¿O es que no crees que es un
bien común para casi todos los hombres el que se nos haga
trasparente la estructura de cada uno de los seres?
-Y mucho que lo creo, dijo él, ¡oh Sócrates!
-
e
Por tanto, ten ánimo, bendito Critias, dije yo, y responde
desembarazadamente a lo que se te pregunte, sin cuidarte de si es
Critias o Sócrates el que es refutado. Preocúpate, pues, sólo
de poner atención al discurso y de ver por dónde pueda salir
airosamente cuando se le cierre el paso con argumentos.
-Así es como lo haré, pues me
parece ponderado lo que dices.
-Dime, una vez más, insinué yo,
cuál es tu juicio sobre la sensatez.
-Digo, pues, añadió él, que, de entre todos los otros
saberes, ella es el único que lo es de sí misma y de todos los
demás.
-¿Y no es verdad, dije yo, que tal vez sea saber del
no-saber si es que lo es del saber?
-Claro que sí, dijo.
-
167a
a
En efecto, sólo el sensato se conocerá a sí mismo y será
capaz de discernir realmente lo que sabe y lo que no sabe, ,y de la
misma manera podrá investigar qué es lo que cada uno de los otros
sabe y cree saber cuando sabe algo, y además qué es lo que cree
saber y no lo sabe. Porque no habrá ningún otro que pueda saberlo.
-Esto es, pues, el ser sensato y la sensatez y el
conocimiento de sí mismo: el saber qué es lo que se sabe y lo que
no se sabe. ¿Es esto lo que quieres decir?
-Eso es, dijo.
-
b
Así pues, otra vez, dije yo, «a la tercera va la
vencida»34,
de modo que vamos a examinar de nuevo y en primer lugar la cuestión
de si es esto posible o de si no lo es -el saber que se sabe lo que
se sabe y que no se sabe lo que no se sabe-, y en segundo lugar -si
algo así es realmente posible-, qué utilidad nos reportaría a los
que lo sepamos.
-Sí, eso precisamente es lo que
tenemos que investigar, dijo.
Mira, pues, oh Critias, continué yo,
si de todo esto encuentras, antes que yo, una salida, porque, de
verdad; estoy en una aporía. ¿Quieres que te explique en qué clase
de ellas?
34.
Era una fórmula
de devoción al dios salvador, Zeus, a quien se dedicaba la tercera
copa en los banquetes. Es éste el tercer intento de Cribas para
encontrar una respuesta adecuada a qué es sensatez. (Cf.
Repáblica 583b;
Filebo 66d.)
Los escolios
así lo interpretan. (Cf.
SCHIRLITZ, ob.
cit., pág.
464, n. 10.)
-Sí que quiero, dijo.
-¿No es verdad, proseguí yo, que se
daría todo eso, si acontece lo que hace un momento decías: que hay
un solo saber que no lo es de otra cosa sino de sí mismo y de los
demás saberes, y que, a la par, ese mismo saber lo es de la
ignorancia?
-
c
Ciertamente.
-Date cuenta, pues, compañero, de
qué extraña cosa es esa de la que estamos hablando. Pues cuando tú,
en otros casos, haces una investigación semejante, pienso que
llegará a parecerte inviable.
-¿Cómo?, y ¿en qué casos?
-
d
En los siguientes: imagínate por un momento que se da una
especie de visión que no dice relación con aquello de lo que
normalmente es visión la visión, sino que es visión de sí misma y
de las demás visiones, y también, de las no-visiones; y siendo como
es visión, no ve color alguno, sino sólo se ve a sí misma y a las
otras visiones. ¿Te parece a ti que existe algo así?
- ¡Por Zeus, que no!
-¿Y una audición que no oye sonido
alguno, pero que se oye a sí misma y a las otras audiciones y a las
no audiciones?
-Ni esto siquiera.
-En resumen, considera si, entre
todas las sensaciones, te parece a ti que hay una que lo sea de
las otras y de sí misma, pero no sintiendo nada de lo que las otras
sensaciones sienten.
-
e
No, no me lo parece.
-¿Y creerías que hay un deseo que
no lo sea de ningún placer, sino de sí mismo y de los otros deseos?
-De ninguna manera.
-¿O habrá una voluntad, según se
me ocurre, que no quiera bien alguno, pero que sí se quiera a sí
misma y a las otras voluntades?
-No, no, tampoco.
-¿O tal vez, un amor hay, dirías
tú, tal que no se encuentre siéndolo de belleza alguna, sino de sí
mismo y de los otros amores?
-
168a
No, no lo diría.
-Y temor, ¿has llegado alguna vez a
pensar en un temor que se teme a sí mismo y a los otros temores,
pero que no teme a ninguna de las cosas temibles?
-Nunca lo llegué a pensar.
-¿Y una opinión que lo es de otras opiniones y de sí
misma, pero que no es opinión de nada de lo que las otras lo son?
-De ninguna manera 35.
35. En estos
interesantes ejemplos se intenta negar la posibilidad de un
saber no intencional. Tanto el amor como el querer o el deseo, no
tienen posibilidad de relación directa hacia sí mismo, sino sólo
con la inclusión de aquello a lo que se tiende.
-Pero, en cambio, un saber hay, al parecer, que decimos
que es así; que no es saber de conocimiento alguno, sino de sí
mismo y de los otros.
-Sí que lo decimos.
-
b
¿Y no sería algo raro, si es que realmente existe? De todas
formas no diremos, sin más, que algo así no es posible, sino que,
por el contrario, investigaremos la posibilidad de que exista.
-Dices bien.
-Vamos a ver: ¿es ese mismo saber,
saber de algo, y está en su poder el referirse a algo? ¿O no es
así?
-Sí que lo es.
-Porque de lo mayor decimos que tiene
el poder de ser mayor que algo.
-Sí que lo tiene.
-¿Y mayor que una cosa más pequeña,
si es que, realmente, es mayor?
-Necesariamente.
-
c
Si nosotros, por tanto, encontráramos algo mayor, y que es
mayor que cualquier cosa mayor y que sí mismo, pero que no es
mayor que aquello comparado con lo cual, lo mayor es mayor, ¿no le
pasaría a eso, de alguna manera, que, aun siendo mayor que sí
mismo, sería a la par menor? ¿O no?
-Con absoluta necesidad, oh Sócrates,
dijo.
-Por tanto, si algo doble lo es en
relación con los otros dobles y en relación consigo mismo, ¿no
sería algo que siendo doble fuera, por cierto, la mitad de sí
mismo? ¿Porque, no es quizá lo doble, doble de una mitad?
-Verdad que sí.
-
d
Pero, ¿lo que es más que sí mismo no será menor y lo que
es más pesado, más ligero, y lo que es más viejo, más joven? ¿Y
no ocurrirá de la misma manera con todo aquello que tiene poder en
relación consigo mismo, que posee también esa cualidad o estructura
de la que ese poder es poder? Quiero decir lo siguiente: la audición,
¿no decimos que es audición de un sonido? ¿O no?
-Sí.
-Por consiguiente, si ella se oye a
sí misma, se oirá porque tiene sonido en sí. Pues de otro modo no
se oiría.
-Con absoluta necesidad.
-Y la visión, mi excelente amigo, si
es que ella misma se mira a sí misma, necesariamente tendrá que
tener algún color. Porque una visión no puede ver nunca nada que no
sea coloreado36
.
36. Sócrates
va mostrando la imposibilidad de un saber que, como tal saber, fuera
objeto de sí mismo. Este tema adquirirá después en Aristóteles un
momento supremo de desarrollo con su teoría de la nóēsis néseōs
(Met.
XII
7, 1074b 34). (Cf.
Teeteto
145b;
210c; Sofista
230d.)
-
e
Seguro que así es.
-Ves pues, Critias, que, de cuantas
cosas hemos hablado, algunas de ellas se nos presentan imposibles
completamente y de
otras nos viene con fuerza la. duda de si tienen ellas mismas poder,
en relación con ellas mismas. Lo cierto es que, en relación con
magnitudes y cosas semejantes, resulta completamente imposible. ¿O
no?
-Y mucho que resulta.
-
169a
La audición, sin embargo, y la visión, y aun el movimiento
que se mueve a sí mismo y el calor que se calienta, y otros casos
semejantes, ofrecerían tal vez una cierta duda a algunos, pero a
otros no. Se
necesitaría, en efecto, de un gran hombre, mi querido amigo,
que determinase, con precisión y en todos los casos, esto: si no hay
nada que, por naturaleza, tenga el poder de referirse a sí mismo,
pero sí a otro, o bien a algunas cosas sí y a otras no. Pero,
además -si hay cosas, sean las que sean, que se refieran a sí
mismas-, si entre ellas se encuentra el saber ese, en el que nosotros
decimos que consiste la sensatez.
Y
b
o, en verdad, no
me veo a mí con condiciones para determinarlo, y por eso, ni
siquiera estoy capacitado para afirmar que sea posible el nacimiento
de algo semejante a un saber del saber, ni tampoco, aun dando por
sentado que exista, reconocería que era éste la sensatez, antes de
haber investigado si puede traernos algún provecho o no.
Con todo, me atrevo a
vaticinar que la sensatez es algo útil y bueno.
-
c
Tú, pues, hijo de Caliscro -al fin de cuentas eres tú el que
ha sentado la tesis de que la sensatez, es un saber del saber y de la
ignorancia-, explícame, en primer término, que es posible
demostrar lo que antes decías y, después de esta posibilidad,
pruébame que es útil 37.
Entonces, tal vez quede satisfecho con la definición que has
dado de lo que es la sensatez.
37. Un saber
-epistémē-
que
no tuviera utilidad alguna sería una contradicción, ya que este
concepto lleva inseparablemente unido las dos vertientes, la práctica
y la teórica. Este aspecto aparece frecuentemente en PLATÓN
(Eutifrón
7d;
Filebo
55e;
Eutidemo
280a
sigs.) Más adelante (171d sigs.), Sócrates mostraría la dificultad
que encierra este saber sin objetos en el dominio de la Polis.
Y
d
Critias, oyendo estas cosas y viendo que yo andaba perplejo
-como a aquellos que, viendo bostezar a los que tienen enfrente, les
entran ganas de hacer lo mismo-, me pareció que estaba
contagiado por mi incertidumbre y vencido por la aporía. Y
como también estaba
siempre muy pendiente de su reputación, se avergonzaba ante los
que allí se encontraban, y por un lado no quería concederme que era
imposible dar cuenta de las cuestiones propuestas, y por otro no
decía nada claramente,
intentando ocultar la aporía. Y
yo, para que el
discurso fuese adelante, dije:
-
e
Entonces, si te parece Critias, vamos a dar ahora por sentado
que es posible que se dé un saber del saber. Examinaremos de nuevo
si esto es así, o no. Pero dime, en el caso de que esto fuera
plenamente posible, ¿cómo podrían saberse más y mejor las que uno
sabe y las que no? Porque decíamos que esto era el conocerse a sí
mismo y. el ser sensato. ¿O no es así?
-Y mucho que lo es, dijo, y concuerda
de alguna manera, oh
Sócrates. Porque si
alguno tiene un saber que se conoce a sí mismo, ése sería tal como
es lo que tiene. Como cuando alguno tenga velocidad, será veloz, y
cuando belleza, bello, y cuando conocimiento, conocedor, y
cuando, en verdad, tenga un conocimiento que lo es de sí mismo, ese
tal será entonces un conocedor que se conoce a sí mismo.
-
170a
No es esto lo que te discuto, dije yo,
o sea que, cuando
alguno esté en posesión de «lo que se conoce a sí mismo», se
conozca efectivamente a sí mismo, sino que, al que tiene esto, le
venga también por necesidad el discernir las que sabe y las que no.
-Porque ambas cosas, Sócrates, son
uno y lo mismo.
-Tal vez, dije. Pero soy yo sobre todo el que sigo
siendo el mismo. Porque de nuevo estoy sin aprender cómo es que es
igual el saber las cosas que uno sabe y el saber las que no sabe.
-¿Cómo dices?, dijo.
-Así, dije yo; habiendo como debe
haber un saber del saber, ¿será capaz de distinguir más allá de
que, en un caso, haya saber y, en otro, no?
-No, sino sólo en este caso.
-¿Son, pues, lo mismo el saber y la ignorancia de lo
sano, el saber y la ignorancia de lo justo?
-
b
De ninguna manera.
-Pero pienso, a mi
vez, que la medicina y la política, no son otra cosa que saber.
-¿Cómo no?
-Así pues, si alguno no supiera, por
añadidura, nada de la salud y de la justicia, sino que sólo
conociera el saber, y de esto fuera sólo de lo que supiera, en ese
caso llegará probablemente a saber, en él mismo y en los otros, que
sabe algo y que tiene algo así como un saber. ¿No es así?
-
c
Sí.
-Pero con un saber semejante, ¿cómo
sabrá que conoce? Porque a fin de cuentas, si conoce qué es la
salud, es por la medicina, pero no por la sensatez, y lo armónico
por la música, pero no por la sensatez, y la edificación por la
arquitectura, pero no por la sensatez, y así sucesivamente. ¿O
no?
-Parece que sí.
-Pero con la sensatez, si es sólo un
saber del saber, ¿cómo sabrá que conoce la salud o que conoce la
arquitectura?
-De ninguna manera.
Así pues, el que ignore esto no sabrá qué es lo que
sabe, sino sólo que sabe.
A
d
sí parece.
-En consecuencia, el ser sensato y la
sensatez no d serían esto de saber las cosas que sabe y las que no
sabe, sino, al parecer, que sabe y que no sabe.
-Va a ser así.
-Ni, pues, de otro, que dice que algo
sabe, será este hombre capaz de indagar si sabe lo que dice saber o
si no lo sabe, sino que tan sólo sabrá, 'al parecer, que tiene un
saber; pero la sensatez no le hará saber de qué cosa.
-No parece.
-
e
En consecuencia, no será capaz de distinguir a aquel que
pretende pasar por médico, de quien lo es realmente, ni a ningún
otro que tiene conocimiento, de quien no lo tiene. Pero partamos de
lo siguiente: si un hombre sensato o cualquier otro quiere distinguir
al que es de verdad médico del que no lo es, ¿no es verdad que
procederá así: sin duda que no hablará con él sobre medicina,
pues según decimos el médico no entiende de otra cosa que de la
salud y de la enfermedad? ¿No es así?
-Sí, así es.
-Sobre el saber no sabe nada, pues esto se lo hemos
dejado sólo a la sensatez.
-Sí.
Y sobre la medicina tampoco sabe nada
el médico, ya que la medicina resulta que es un saber.
-Es verdad.
-
171a
Que el médico posee algún saber lo conocerá el sensato,
pero, obligado a intentar descubrir qué es, ¿no preguntará por sus
contenidos? ¿O es que cada saber no está demarcado, no como simple
saber, sino como tal saber, o sea por su relación con algo concreto?
-Sí que está demarcado.
-Y la medicina se demarca de otros
saberes por ser un saber de la salud y de la enfermedad.
-Sí.
Así pues, el que quiera examinar la
medicina es necesario que lo haga en esos dominios en los que ella se
mueve, y no, por cierto, en los que caen fuera de ella y en los que
no está.
-Claro que no.
-
b
Es, pues, en los dominios de la salud y de la enfermedad
en los que examinará al médico, en cuanto experto en medicina,
el que quiera proceder correctamente.
-Así parece.
-Por tanto, en los dominios de los
dichos y de los hechos, habrá que investigar si lo que se dice se
dice con verdad, y si lo que se hace se hace rectamente.
-Necesariamente.
-¿Es que sin la medicina podría alguien hacerse cargo
de alguno de estos asuntos?
-Sin duda que no.
-
c
Ni ningún otro, excepto el médico, podría hacerlo. Ni
siquiera el sensato. De lo contrario, estaría en posesión no
sólo de la sensatez, sino, encima, de la medicina.
-Así es.
-Mucho más aún, si la sensatez es
saber del saber y de la ignorancia, no será capaz de distinguir al
médico, que entiende algo de su arte, del que no entiende, pero que
se las da de que entiende o se lo cree, ni a ningún otro de los que
son expertos en algo sea de lo que sea, excepto, claro está, a sus
propios colegas en la materia, como pasa con los otros artesanos.
-
d
Parece que sí, dijo.
-
e
172a
¿Qué utilidad, pues, dije yo, obtendríamos, Critias,
de la sensatez, siendo como es? Porque si, en verdad -cosa que
desde el principio habíamos supuesto-, supiera el sensato las cosas
que sabe y las que no sabe, las unas porque las sabe y las otras,
porque no las sabe, y fuera, también, capaz de averiguar esto en
otra persona que se encontrase en la misma situación, entonces,
a mi juicio, sí que podríamos sacar un gran provecho con ser
sensatos. Pasaríamos la vida sin equivocaciones nosotros mismos
porque poseíamos la sensatez, y también todos aquellos que
estuviesen bajo nuestro gobierno. Nosotros mismos no pondríamos mano
en nada que no supiéramos, sino que, encontrando a los que
entienden, se lo entregaríamos. También a nuestros
subordinados les permitiríamos hacer aquello que pudieran hacer
bien, cuando lo hicieran -esto, acaso, sería aquello de lo que
poseen conocimiento-, y así una casa administrada por la sensatez
sería una casa bien administrada, y una ciudad bien gobernada, y
todo lo otro sobre lo que la sensatez imperase. Desechado, pues, el
error, imperando la rectitud, los que se encontrasen en tal
situación tendrían que obrar bien y honrosamente y, en
consecuencia, ser felices. ¿No hemos hecho, Critias, un discurso así
sobre la sensatez, dije yo, cuando queríamos describir qué gran
bien era el saber lo que uno sabe y lo que no sabe?
-Sin duda que lo hemos hecho, dijo.
-Pero ahora ves, dije yo, que en
ningún lugar hemos llegado a encontrar un saber que se encontrase en
tales condiciones.
-Ya lo veo.
-
b
¿Acaso, dije yo, la sensatez que acabamos de descubrir y que
es experta en el saber y en la ignorancia no tiene de bueno que quien
la posee aprende más fácilmente todo lo que, por lo demás,
quiere aprender, y que todo le aparece más claro, porque, al lado de
todo aquello que aprende, ve, por añadidura, el saber mismo? ¿Y no
juzgará a todos los otros más exactamente en aquello que él mismo
haya aprendido; mientras que querer juzgar, sin ese aprendizaje, a
otros será hacerlo más floja y malamente? Así, pues, mi querido
amigo, ¿no será algo de este estilo el provecho que se saca de la
sensatez, y lo que pasa es que nosotros tenemos la mirada puesta en
algo mayor y buscamos algo mayor de lo que en realidad es?
-
c
Tal vez, dijo él, es eso lo que pasa.
-
d
Tal vez, dije yo. Tal vez hemos estado buscando una cosa
inútil. Se me ocurre esto, porque hay un par de cosas que me parecen
sin sentido en la sensatez, si es que es así como decimos. Vamos,
pues, a ver si podemos ponernos de acuerdo en que es posible que se
dé un saber del saber y en que aquello que, desde un principio hemos
propuesto como sensatez, o sea el saber lo que se sabe y lo que no se
sabe, no lo dejemos de lado sino que lo aceptemos. Y aceptando todo
esto, examinemos mejor, si así delimitada, nos será útil en algo.
Porque lo que decíamos antes de que la sensatez sería un bien
inmenso, como guía de la administración de la casa y de la ciudad,
no me parece, Critias, que lo hemos conjugado acertadamente.
-¿Cómo es que no?, dijo él.
-Porque, le dije, hemos admitido demasiado fácilmente
que sería un gran bien para los hombres, si cada uno de nosotros nos
ocupáramos de aquellas cosas que sabemos, y las que no sabemos las
dejaremos para los que la saben.
-
e
¿Es que no estuvo bien el ponernos de acuerdo en esto?, dijo.
-No me lo parece, le dije.
-Verdaderamente, Sócrates, que son
muy extrañas tus palabras, dijo.
-
173a
¡Por el perro38!
, contesté
yo, también a mí me lo parecen. Es en esto en lo que yo
precisamente me estába fijando antes, cuando dije que se me
presentaban cosas extrañas y que tenía el temor de que nuestra
investigación no fuera por buen camino. Pues, en verdad, si la
sensatez es todo aquello que decimos que es, no me parece demasiado
claro que nos haga buenos.
-¿Cómo es que no?, dijo él.
Explícate, para que todos nosotros sepamos qué estás diciendo.
-Creo, dije a mi vez, que estoy diciendo tonterías;
pero, al mismo tiempo, sigo creyendo que es necesario ir tras esas
imágenes que nos pasan por la cabeza y no dejarlas escapar sin más
ni más, por muy poco aprecio que uno tenga de sí mismo.
-Bien estás hablando, dijo.
-
b
c
Escucha, pues, mi sueño; bien sea que haya pasado por la de
cuerno o por la de marfil 39.
Porque si la sensatez, tal como la hemos definido ahora, nos
guiase realmente, tendría que ocuparse de todo, según el
contenido de los distintos saberes, y ningún timonel que dijese, sin
serlo, que lo era, nos podría engañar, ni ningún médico o
estratego, o quienquiera que sea, que se las diese de que sabe algo
sin saberlo, nos podría pasar desapercibido. Siendo así las
cosas, ¿qué nos podría pasar, sino que precisamente los cuerpos
serían más sanos que ahora, que escaparíamos mejor a los peligros
del mar y de la guerra y que todo nuestro mobiliario, vestimenta y
calzado, y, en definitiva, todas nuestras cosas y, en general, todo
absolutamente estaría hecho más esmerada y artísticamente,
porque dispondríamos de auténticos artesanos? Si quieres
podemos ponernos de acuerdo en que el arte adivinatoria sea un
saber de lo que tiene
que pasar y en que la sensatez, sabiendo de ella, tenga a raya a los
charlatanes, y, a los que sean verdaderamente adivinos, nos los
presente como precursores del futuro. Convengo en que el género
humano, así preparado, obraría y viviría más sabiamente,
porque la sensatez no permitiría que, bajo su vigilancia, se colase,
como colaboradora nuestra, la ignorancia. Sin embargo, que obrando
así de sabiamente, obraríamos bien y seríamos más felices,
eso, querido Critias, es cosa que aún no podemos alcanzar.
3
d
8. Fórmula de juramento usada frecuentemente por Sócrates.
39. Alusión a
la Odisea
(XIX 56(}-567), en la que Penélope explica a Odiseo la
diferencia entre estos sueños: «Hay dos puertas para los leves
sueños: una construida de cuerno, y otra de marfil. Los que vienen
por el bruñido marfil nos engañan trayéndonos palabras sin
efecto, y los que salen por el pulimentado cuerno anuncian, al mortal
que los ve, cosas que realmente han de verificarse.» En otros
pasajes de Platón (Menón
85c;
Teeteto
201d)
encontramos referencias a sueños en los que aparece un saber
impreciso, una dóxa
que
tiene aún que organizarse en el esquema integrador del saber
completo.
-Pero, en verdad, dijo él, no encontrarás fácilmente
ningún otro fin para las buenas obras, si desdeñas el del
conocimiento.
-
e
Me tienes que enseñar además, dije yo, una pequeñez:
hablas de conocimiento, ¿te refieres al del corte de suelas?
-Por Zeus, que no me refiero a eso.
-Entonces, ¿a trabajar el bronce?
-En modo alguno.
-¿Tal vez la lana, la madera, o alguna cosa así?
-No, en absoluto.
-Por tanto, no nos quedamos con
nuestra afirmación de que el ser feliz es vivir con
conocimiento, pues los que así viven no estarían todos de acuerdo,
según tú, en que son felices, sino que me parece que estás
delimitando al feliz en el dominio del que vive con
conocimiento de ciertas cosas concretas. A lo mejor estás
hablando del que yo decía hace un momento, del que sabe las
cosas del porvenir, del adivino. ¿Es de éste o de algún otro del
que hablas?
-De éste y de otro, dijo.
-
174a
¿De cuál? dije
yo. ¿Acaso de aquel
que, además del porvenir, sepa todo lo que ha pasado y lo que ahora
está pasando, y al que nada se le
escapase? Porque,
pongamos por caso que un tal así exista, no me irías a decir que
habría otro más conocedor que él.
-No te lo diría, no.
-Pero aún hay algo que deseo
conocer, cuál de los saberes es el que le hace feliz, ¿o son todos
por igual?
-
b
No, por igual no, dijo.
-Entonces, cuál es el que más y,
por medio de él, qué es lo que conoce de las cosas que son, que
fueron o que han de sobrevenir. ¿Quizá, con ayuda de éste: el
juego de las damas?
-Qué damas ni damas, dijo.
-¿O puede
que el cálculo? -En manera alguna.
-¿O bien la salud?
-Más verosímilmente, dijo.
-Pero aquel al que, sobre todo, me refiero, ¿para qué
le sirve?
-Para saber lo que tiene que ver con el bien y con el
mal, dijo.
-
c
¡Oh tú, bribón!, exclamé. Rato ha que me estás obligando
a dar vueltas, ocultándome que no es el vivir con conocimiento lo
que hace obrar bien y ser feliz, ni todos los otros saberes juntos,
sino sólo esa peculiar ciencia del bien y del mal. Puesto que si te
pones a separar, Critias, este saber de todos los otros saberes,
¿va la medicina a hacernos menos sanos en
algo, la zapatería
menos calzados, y el arte de tejer menos vestidos? ¿El arte del
timonel evitaría menos que muriésemos en el mar, y la estrategia,
en la batalla?
-No menos por ello, no, dijo.
-Pero, entonces, querido Critias, lo
que nos faltará, si esta ciencia nos falta, es el que todas las
otras lleguen a sernos buenas y provechosas.
-
d
Verdad dices.
-Pero no es ésta por cierto, según
parece, la sensatez, sino otra cuyo objeto es sernos útil, y
que no es un saber de los otros saberes y de las ignorancias, sino
del bien y del mal. De modo que si este saber nos es provechoso,
la sensatez tendrá que ser, para nosotros, algo distinto del
provecho.
-Pero, ¿cómo es que -dijo él- de
nada nos serviría? Porque, si la sensatez es, con mucho, el
saber de los saberes y sabe de los otros, entonces también estaría
por encima de este saber del bien y nos sería, en consecuencia,
provechosa.
-¿Pero, es que sería ese saber el
que nos haría sanos, dije yo, y no la medicina, y así en todas las
otras artes, y no lo que es propio de cada una de ellas? ¿O es que
no estábamos desde hace tiempo de acuerdo en que era sólo saber de
los saberes y de las ignorancias, pero de ningún otro? ¿No es así?
-
175a
Así parece.
-Luego, ¿no será originador de la salud?
-En modo alguno.
-Porque la salud es propia de otro saber, ¿no?
-De otro.
-Ni nos dará provecho, camarada, porque este efecto
se lo hemos atribuido ya a otro arte. ¿No es así?
-Y mucho que lo es.
-¿Y cómo, pues, nos será de provecho la sensatez, no
originando provecho alguno?
-Pues no se me ocurre cómo.
-
b
Ves, pues, oh Critias, por qué yo, desde hace un rato, había
comenzado a tener miedo y me estaba reprochando, con razón, a
mí mismo que nada útil sacaríamos con lo de la sensatez.
Porque en ese caso, lo que todos tienen por más apetecible no se
habría presentado como inútil, al menos si yo fuera útil para una
buena pesquisa. Ahora, en cambio, hemos sido derrotados en toda la
línea y no podemos encontrar sobre qué cosa se apoyó el legislador
que estableció este nombre de «sensatez» 40.
40. Cf.
Crátilo
388e sigs.
Y
c
el caso es que nos hemos puesto de acuerdo en muchas cosas
que después no nos han coincidido en el discurso. Nos pusimos de
acuerdo en que había un saber del saber, no permitiéndolo el
discurso, ni diciendo que lo hubiese. Y nos pusimos de acuerdo en
que, con ayuda de esta ciencia, podíamos conocer los efectos de
todas las otras -cosa que tampoco permitió el discurso
-a fin de que el sensato viniese a ser conocedor de las que sabe
porque las sabe, y de las que no sabe porque no las sabe. Todo esto,
pues, lo hemos concedido con excesiva generosidad, sin darnos
cuenta de lo imposible que-era que las que uno no sabe de ninguna
forma, las sepa, sin embargo, de algún modo.
P
d
orque nuestro acuerdo viene a decir que se saben aquellas
cosas que no se saben, aunque, en mi opinión, no había nada que nos
pareciera más sin sentido que esto. Y, sin embargo, siendo nuestra
pesquisa tan de buenos modales y tan poco dura, no por ello ha podido
encontrar mejor la verdad, sino que de tal manera ésta se ha reído
de aquélla, que lo que hemos llegado a alcanzar, tras mucho
tira y afloja, como característico de la sensatez, nos ha mostrado
hasta el límite su total inutilidad.
P
e
176a
or mí no me irrito mucho dije yo, pero sí, Cármides,
por ti, porque, siendo tú como eres de aspecto y, además, tan
sensato de ánimo, para nada te servirá esta sensatez, ni te
aprovechará en algo el que esté presente en tu vida. Pero todavía
me irrita más por el ensalmo aquel que aprendí del tracio y que,
después de tanto esfuerzo, descubro ahora como algo baladí. Con
todo, no creo que esto sea así, sino que lo que pasa es que yo he
planteado mal mis pesquisas, puesto que la sensatez es un gran bien
y, si la posees, eres feliz. Mira, pues, si la tienes y no precisas
del ensalmo. Porque si la tienes, más bien yo te aconsejaría que me
tomases por un tonto que no puede hacer caminar su discurso. En
cuanto a ti mismo, cuanto más sensato seas, tanto más feliz
considérate.
-
b
Por Zeus, Sócrates -entonces, respondió Cármides- que
yo no sé si la tengo o no la tengo. Porque cómo iba yo a saber lo
que vosotros no habéis sido capaces de encontrar qué pueda ser, al
menos según tú dices. En verdad, pues, que no me convences mucho, y
en cuanto a mí mismo, Sócrates, pienso que estoy muy necesitado del
ensalmo. No hay, por mi parte,
impedimento alguno
para que me sometas a él, cuantos días quieras, hasta que digas que
tengo bastante.
-Bueno. Pero en ese caso, dijo
Critias, si haces eso, Cármides, me parecerá que es una señal de
sensatez, o sea, si te sometes al ensalmo de Sócrates y no te
apartas de él ni poco ni mucho.
-
c
Cierto que lo seguiré, dijo, y no me despegaré de él. Sería
algo indigno que no me .dejase persuadir por mi tutor y no hiciera lo
que mandas.
-En verdad, dijo, que te lo mando.
-Así pues, lo haré, dijo, y
empezando desde hoy mismo.
-¡Eh! , vosotros, ¿qué andáis ahí
tramando?, les dije yo.
-Nada, respondió Cármides, ¡que ya lo hemos tramado!
-¿Vas a obligarme, dije yo, sin
darme plazo de preparación?
-Sí que te obligo, dijo, pues éste me manda a mí.
Piensa tú, a tu vez, que es lo que harás.
-
d
¡Pero si ya no me has dejado posibilidad alguna de deliberar!
Porque, una vez que te has empeñado en hacer cualquier cosa,
forzándolo si es preciso, no habrá nadie capaz de oponérsete.
-En ese caso, dijo él, no te me opongas tú.
-No, no me opondré.